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vidrio bien afilado y apuntándome directamente a la carótida<br />
le dije:<br />
— El único motivo que tenía para vivir era ella.<br />
Sin ella no soy nadie. Ni quiero ser nadie. Si eres capaz de<br />
cambiarme por ella me desangraré ahora mismo. Pero tienes<br />
que prometerme que vivirá. Y que no recordará que yo la<br />
dejé caer…<br />
Porque fue lo que hice. La dejé caer. En aquel<br />
momento en la azotea. Ella quería morir. A su manera. Y yo<br />
hice lo único que no debí hacer. Dejé resbalar mi mano sobre<br />
la suya y permití que la tormenta la devorara. La dejé ir. Y a<br />
partir de ese momento el único que quería irse era yo.<br />
El hombre de negro entonces asintió y sonrió. Le creí.<br />
Desde lo más profundo de mi corazón lo hice. Cogí aire<br />
preparándome para dar el salto cuando alguien irrumpió de<br />
pronto en la habitación. Era la anciana que había visto en el<br />
cementerio. Hecha una furia apuntó con su dedo arrugado al<br />
hombre de negro.<br />
— ¡Tú, fuera!<br />
— ¡Oh, venga ya! —se quejó este— ¿Cuándo no te he<br />
dejado yo hacer tu trabajo?<br />
— Has ido demasiado lejos. Desaparece ahora mismo<br />
—y tras hacer una reverencia se desvaneció. Entonces el dedo<br />
de la anciana me señaló— ¡Suelta ese cristal ahora mismo,<br />
Thomas!<br />
— ¡No! —me rebelé a voces— ¡Es lo que quiero!<br />
Pero entonces mis brazos se volvieron pesados. El<br />
vidrio resbaló entre mis dedos y las lágrimas comenzaron a<br />
correr por mis mejillas. Desamparado, la anciana vino hacia<br />
mí y tomó mi mano.<br />
— Eso no es lo que tú quieres. Es lo que Culpa quiere.<br />
— ¿Culpa? —pregunté anonadado— ¿Ese hombre no<br />
era la muerte?<br />
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