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Nº21 | abril | 2009 - Mass Cultura

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LITERATURAA R R E C I F E M A R I N E R OEl Charcode AgustínCharco de San Ginés (De su ser y de su vida) es un libroinédito, escrito por el investigador y literato Agustínde la Hoz en 1982. Verá la luz en la Feria del Libro deArrecife, que se traslada a la primera semana de mayo.Del 5 al 9, en el Parque Ramírez Cerdá.Por M. J. Tabar. Fotografías: Archivo de Arrecife.El Charco en una foto de mediados del siglo XX, con las fachadasde las casas todavía coloreadas con las pinturas de los barcos.Las santorras que nadan en el embrión marinero de Arrecifehan visto con estupefacción la loca evolución delCharco. De acoger a una sociedad “silenciosa y paupérrima”,a venderse como gominola urbanística. De medir660 metros de longitud a achicarse y encerrarse en sí mismo,como consecuencia del sellado de la Boca de las Marcas. Dever cómo se encarenaban los barcos en sus orillas (donde hoyaparcan los coches), a temer por la supervivencia de sus aguascuando en 1924 una mente extraordinaria planeó rellenarlode hormigón y convertirlo en un parque municipal.Y para comprender tanto cambio no se puede ser un pescadofeliz. Cuanto menos, uno ha tenido que sobrevivir a unanzuelo o haber paseado por la ribera de este Charco,tan precioso como enfangado.Agustín de la Hoz sacó su pluma más contestatariae irreverente en esta novela escrita en1982 y que vadea entre la historia, la literatura yla opinión más descarnada. No se sabe por quénunca llegó a publicarse. Quizás fuese a levantarampollas políticas durante la alcaldía de José MaríaEspino. El Ayuntamiento de Arrecife, propietario de laobra completa de Agustín de la Hoz, lo edita 25 años después.Con esta obra, se inaugurará una colección dedicada alescritor cuya edición y supervisión ha corrido por cuenta delcoordinador del Archivo de Arrecife, Benchomo Guadalupe.En el siglo XVI, en tiempos del Agustín de Herrera y Rojas, sele llamaba la Caldera del Charco, habida cuenta de que sonlos restos de un cráter inundado. Siempre ha sido el Charcoabrigo cálido para las embarcaciones de plebeyos y endomingadosburgueses. No en vano, antes de que la modernidaddecidiera tirar carros de supermercado a sus fondos, tenía uncalado de 4 metros, permitiendo así el amarre de barcos deconsiderable eslora. Por cuestión fina, se propuso cambiarleel nombre de Charco de San Ginés, por el de Laguna de SanGinés. La “refistolera palabra” sacó de quicio a De la Hoz,que en las páginas de este volumen insta con sarcasmo a que,en todo caso, se le llame Alcantarilla de San Ginés, por todoslos despojos que alberga.No se engañen. Que quien critica con más dureza es quien másama. Y este Agustín de la Hoz que se muestra despiadado conDe la Hozcuenta quese practicabanexorcismos hastalos años 60los peregrinos proyectos municipales para el Charco (Un siglo deatentados, miopías y egoísmos titula un capítulo), cae rendidoante la estampa de una puesta de sol en ese Charco querido. Y lellama Venecia chiquita, como otros tantos, y le piropea a Arrecifediciendo que aprendió muy pronto “a jugar con las barbas delsol y a burlarse de su pelambrera de fuego”. Porque nadie puedeescapar del hechizo que tiene un amanecer con las garcetaspicoteando en la marea baja, o del “ballet de salapicos” que seorganiza al atardecer, cuando las gaviotas se marchan “a hacerel amor”. Antaño incluso las fachadas de las casas reflejaban elcolor grana o azul celeste sobre la lámina de agua. Una acuarel<strong>abril</strong>lante e intensa, gracias a las paredes entonadas con la pinturaal aceite que sobraba de pintar los barcos.En 1902 se propuso drenarlo y convertirlo en unaMareta pública. Veinte años después, se planteó lamencionada posibilidad de cubrirlo de hormigónpara crear un amplio solar donde desarrollar algoparecido al Parque de Santa Catalina de Las Palmas.No se sabe si con alguna homóloga de LolitaPluma o sin ella. A finales del siglo XX, se intentóperpetrar otro “gravísimo atentado contra su integridadnatural”, buscando la forma y manera de convertirloen arsenal de la proyectada base naval de Canarias,que hubiese estado en El Río, entre La Graciosa y Lanzarote,para horror de nadadores, paisajistas y planeta en general. En1965 a punto estuvo de ser “un negocio mondo y lirondo” conla construcción de la Urbanización del Charco de San Ginés.Los habitantes de este Charco contradictorio y tozudamentebello, con o sin contaminación en sus fondos, son tambiénprotagonistas de la narración. “Mujeres que dormitan,esperando al hombre que está en la mar” y que se santiguancuando pasa un “alcaraván agorero y chillón”. Así cantan lascoplas de Fidel Roca, que Agustín de la Hoz recoge en suspáginas. Dice el escritor que en las inmediaciones del Charcose practicaba hasta bien entrados los años 60 variadas suertesde exorcismos contra los malojos.Las zahorinas (curanderas; siempre mujeres) ponían sal en elombligo para evitar que una maldición le torciera el caminoa alguien. También recomendaban a las mujeres de los marinos,que dibujasen sobre una telita de franela roja el mismocorazón y timón que el esposo llevaba tatuado en el brazo, y30<strong>abril</strong> <strong>2009</strong>

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