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Capítulo 2La primera clase <strong>de</strong> Arte Bizantino empezó bien. La profesora era joven y muy entusiasta,con lo que aquel primer contacto con lo que iba a ser mi rutina en los próximos meses me resultóbastante positivo. Ésa era <strong>una</strong> clase común para todos los estudiantes <strong>de</strong>l máster, sin importar laespecialización que hubiéramos <strong>de</strong>cidido escoger. Existían dos opciones fundamentales paracentrar nuestros estudios: Arte antiguo y el comienzo <strong>de</strong>l Arte Mo<strong>de</strong>rno o Arte Mo<strong>de</strong>rno yContemporáneo. Yo me había <strong>de</strong>cantado por la segunda opción, pues me interesaba muchoconocer a fondo las corrientes actuales. Y como ya he dicho, tenía un especial interés por todo lorelacionado con el arte asiático, tanto el antiguo como el contemporáneo. Con lo que mi siguienteclase <strong>de</strong> aquel día sería <strong>una</strong> asignatura optativa que ofrecían en el <strong>de</strong>partamento <strong>de</strong> EstudiosAsiáticos.Anthony también estuvo en esa primera clase, y se sentó a mi lado. Una vez más aquelolor que le caracterizaba lo ro<strong>de</strong>ó todo. Nunca había conocido a nadie que <strong>de</strong>sprendiera <strong>una</strong>fragancia tan relajante y peculiar. Era como si su simpatía y su agraciado aspecto físico estuviesenen perfecta sintonía con aquel aroma que lo acompañaba. Un aroma que le <strong>de</strong>scribía a laperfección. ¡Qué suerte la mía tener un compañero <strong>de</strong> clase que parecía un ambientador andante!Su compañía iba a hacer que las clases en las que coincidiéramos fueran <strong>de</strong> lo más agradables yperfumadas.Cuando la clase acabó, Anthony y yo salimos juntos al pasillo.―¿Tienes clase ahora? ―me preguntó.―No, tengo <strong>una</strong> hora libre. ¿Y tú?―Yo tampoco estaré ocupado hasta <strong>de</strong>ntro <strong>de</strong> un rato ―dijo con <strong>una</strong> pícara sonrisa―.¿Te apetece ir a tomar un café?―Sí. Lo cierto es que eso es precisamente lo que tenía en mente.―¿Te importa que te acompañe?―No, para nada. Prefiero mil veces tener compañía a sentarme sola en el coffee shop―le aseguré.―¡Genial! ―exclamó visiblemente satisfecho―. Entonces voy contigo, aunque tengo<strong>una</strong> condición.―¿Cuál?―Que me <strong>de</strong>jes invitarte ―respondió esbozando otra <strong>de</strong> esas encantadoras sonrisas.