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AEVUM – ©Lena Blauacci<strong>de</strong>nte <strong>de</strong> mi padre. En Madrid nadie conocía los <strong>de</strong>talles <strong>de</strong> su <strong>de</strong>saparición, pero en NuevaOrleans aquello había ocupado las portadas <strong>de</strong> los periódicos y muchos seguían preguntándose quéhabría sucedido exactamente. Los misterios sin resolver son algo sobre lo que la gente adoraespecular.∼De camino a casa <strong>de</strong>cidí parar a tomar un refresco en un café que siempre había sido uno<strong>de</strong> mis favoritos.El Café L<strong>una</strong> se encontraba en la esquina <strong>de</strong> la calle Magazine con la avenida Nashville, yse ubicaba en <strong>una</strong> vieja y <strong>de</strong>sconchada casita que contaba con un amplio porche <strong>de</strong> estilo colonialdon<strong>de</strong> podías sentarte durante horas bajo los ventiladores <strong>de</strong>l techo a <strong>leer</strong>, escribir, charlar osimplemente ver la vida pasar. En Nueva Orleans nadie tiene prisa, y las agujas <strong>de</strong>l reloj parecen<strong>de</strong>slizarse alre<strong>de</strong>dor <strong>de</strong>l reloj más lentas que en otros lugares.Dejé la bici junto a <strong>una</strong> farola y subí los viejos escalones <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, que protestaron conun crujido mientras me encaminaba al interior <strong>de</strong>l local para pedir un té con mucho hielo. Con labebida en la mano, salí <strong>de</strong> nuevo al encantador porche y me senté en <strong>una</strong> <strong>de</strong> las butacas <strong>de</strong> mimbre,<strong>de</strong>sgastada y medio rota, pero aun así muy cómoda.Mientras daba los primeros y refrescantes sorbos a mi té <strong>de</strong> melocotón, recordé lo que mehabía dicho el agente Smith sobre la matrícula <strong>de</strong>l Mini. No era nada extraño que tuviera <strong>una</strong>matrícula personalizada; aquella era <strong>una</strong> costumbre muy generalizada en Estados Unidos. Lo queme parecía curioso es que fuese <strong>una</strong> placa <strong>de</strong> los años ochenta, pues, si no había entendido mal aAnthony, el que vendía el coche era amigo suyo. Siempre había imaginado a alguien joven, <strong>de</strong> unosveintiocho o treinta años, más o menos <strong>de</strong> la edad que aparentaban Anthony y Axel. Pero no teníapor qué ser así; Anthony podía tener amigos mucho mayores que él.Saqué el papel impreso que me había dado el agente con la certificación <strong>de</strong> que, hasta lafecha, el coche no tenía nada pendiente con las autorida<strong>de</strong>s. Hasta entonces ni siquiera me habíafijado en los números que Anthony había garabateado en aquella servilleta <strong>de</strong>l Spotted Cat, pero,ahora que lo hacía, lo cierto es que la matrícula era peculiar. Tenía <strong>una</strong> palabra en lo que parecíalatín y un número:“AEVUM-3”¿Sería alg<strong>una</strong> palabra relacionada con alg<strong>una</strong> hermandad universitaria? Mucha gentecompraba su primer vehículo cuando estudiaba en la universidad, con lo que no sería raro quepersonalizaran su matrícula con alg<strong>una</strong> palabra que estuviera relacionada con su actividadacadémica. Aunque, ahora que lo pensaba mejor, los nombres <strong>de</strong> las hermanda<strong>de</strong>s solían ser letras<strong>de</strong>l alfabeto griego, así que no era probable que fueran por ahí los tiros. Como no tenía ni i<strong>de</strong>a <strong>de</strong>38

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