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Realidad y literatura en la Venezuela contemporánea<br />
brazaletes de Cartier (invalorables trofeos) y su boca majestuosa, reluciente<br />
de labial Fucsia Profundo. Tengo que desafiar e inspirar respeto<br />
como si fuera yo y no ella (he aquí la persona, nota mía) quien gesticulara<br />
los complejos tics que tras un escritorio adoptan la mayoría de los<br />
mortales. Es mucho el esfuerzo. Debo afianzar las garras de mi astucia, los<br />
termómetros de la confidencia. Debo ser sobria, paciente. Transparente.<br />
Debo parecerme a ella, enamorarla, convencerla. 94<br />
La verdad es que no creo que una mujer como Stefania tenga<br />
que hacer “mucho esfuerzo” para parecer “prominente”: ésa<br />
es una cuestión que resolvió hace tiempo la natura creatrice o<br />
naturaleza creadora, como dijo el Dante acerca de Beatrice de<br />
Portinari; pero Stefania tiene mucha razón en hacer esa tremenda<br />
crítica del “personaje” que la mujer, y a veces también el hombre,<br />
tienen que adoptar cuando se encuentran oficinescamente detrás<br />
de un escritorio: artefacto que a lo largo de los siglos ha servido<br />
para que escriban los hombres (y digo los hombres, porque Safo<br />
o Inés de la Cruz, dos grandes poetas, escribían en papiros sobre<br />
un bojote de palmeras o sobre unas hojas de maíz).<br />
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No debo caer en la crudeza. Me esfuerzo por recordar lo pertinente,<br />
su apariencia, sus gustos –los de la doctora, se entiende. No vengo<br />
recomendada por nadie, a pesar de, y lo admito públicamente, haber<br />
bregado por conseguir esa prebenda, pero la dicha de lo social es un<br />
néctar que requiere fatigosas excursiones: no soy deportista. 95<br />
Yo vi a Stefania en ese escritorio, y aunque no recibía ninguna,<br />
“prebenda” sino un sueldo limpiamente ganado, de todas maneras<br />
tuvo que pasar por lo mismo que pasamos todos los escritores en<br />
este país: hacer “excursiones” sumamente fatigosas para que nos<br />
94 Ibid., p. 161-162.<br />
95 Ibid., p. 163.