El Aguila Magazine – January 11, 2017

4 OPINIÓN/ OPINION Enero/January 11 - Febrero/February 28 2017 El Aguila
El mayor problema que llevó a Trump a la victoria
Por Edward Alden
Wisconsin no ha votado a
favor de un candidato republicano
a la presidencia
desde 1984. Pensilvania y Michigan
no lo han hecho desde 1988. Sin embargo,
el martes, los tres votaron por
Donald Trump, soplando a través del
“cortafuegos” electoral que Hillary
Clinton pensó que la llevaría a la
Casa Blanca.
Lo que estos estados, y otros como
Ohio y Carolina del Norte, tienen en
común es la creencia de sus votantes
de que muchos de ellos son los
perdedores de la globalización. Por
mayorías grandes, los votantes en
estos estados creen que el comercio
les ha costado trabajos y dañó a sus
comunidades, según las encuestas de
salida.
No hay otro problema económico
donde el impacto de la elección de
Trump sea probablemente mayor que
el del comercio. Ganó la presidencia
prometiendo revocar lo que él llamó
“décadas de liderazgo fallido” sobre
el tema. Él ha prometido matar el
acuerdo de la Asociación Transpacífica
con Japón y otros 10 países del
Pacífico. Ha pedido una renegociación
del Tratado de Libre Comercio
de América del Norte (TLCAN) de
1994, amenazando con golpear los
aranceles a las exportaciones mexicanas
si el país no llega a la mesa. Se
ha comprometido a etiquetar a China
como un manipulador de divisas,
también bajo amenaza de aranceles.
Incluso ha amenazado con retirarse
de la Organización Mundial del Comercio
(OMC), el organismo con
sede en Ginebra que regula las disputas
comerciales.
Si lleva a cabo incluso una fracción de
estos planes, marcará el mayor cambio
en la política comercial de Estados
Unidos en más de medio siglo.
Desde el final de la Segunda Guerra
Mundial, la única cuestión real sobre
la política comercial ha sido hasta qué
punto y con qué rapidez los Estados
Unidos se moverían para reducir las
barreras comerciales y al comercio.
Durante los próximos cuatro años, la
pregunta será: ¿hasta qué punto y con
qué rapidez se moverá la administración
Trump en la dirección opuesta?
La ira pública por el comercio, especialmente
en los estados que dependían
en gran medida de la manufactura,
era ambos sorprendente y
predecible. Fue sorprendente porque
el desempeño económico general de
Estados Unidos, incluyendo la creación
de unos 14 millones de empleos
desde 2010, ha sido mejor que el de
casi todas las demás economías avanzadas.
La tasa de desempleo en los
estados clave que se inclinó a Trump
es sólo ligeramente superior a la media
nacional del 5% (y en Wisconsin
es menor).
Pero esos números desmienten la turbulencia
económica que cada estado
ha experimentado. Entre 1998 y 2013,
casi seis millones de empleos manufactureros
se perdieron en los Estados
Unidos, algunos de ellos para importar
competencia y otros para empresas
que invierten en tecnología que ahorra
mano de obra para mantener el ritmo
de su competencia. Carolina del Norte
fue el estado más afectado, con Michigan,
Ohio y Pennsylvania no muy
lejos. Se trataba de empleos que pagaban
salarios significativamente más
altos a los trabajadores que no tenían
estudios universitarios -el corazón del
distrito electoral de Trump- que otros
trabajos que requerían niveles similares
de educación.
Por lo tanto, la reacción resultante
contra el comercio era totalmente
predecible. Los economistas han demostrado
que si bien el comercio hace
que todos los países sean más ricos,
también crea algunos perdedores en
las economías más avanzadas, especialmente
entre los trabajadores menos
calificados que compiten con las
importaciones realizadas por mano de
obra de bajo costo en otros países. Los
economistas también han argumentado
durante mucho tiempo que debería
crearse algún mecanismo de “compensación”
por el cual las ganancias
que los estadounidenses disfruten del
comercio en términos de bienes de
menor costo y mayor productividad
se compartirían con aquellos que perdieron
empleo.
Pero esa compensación nunca sucedió.
Por ejemplo, cuando el Presidente
John F. Kennedy lanzó en 1962 el
programa de Asistencia para Ajustes
Comerciales (TAA por sus siglas en
inglés) para ayudar a entrenar a los
trabajadores que perdieron sus empleos
en las importaciones, argumentó:
“Cuando las consideraciones de la
política nacional desean evitar aranceles
más altos, esos afectados por la
competencia no debe ser obligados
a soportar la mayor parte del impacto”.
Sin embargo, en los primeros seis
años del programa, ninguna de las 25
peticiones de asistencia fue aprobada
por el gobierno. Hoy en día, los Estados
Unidos gastan menos ayudando a
sus trabajadores a entrenarse que cualquier
otro país rico.
Como candidato, Trump alimentó las
expectativas que él no puede posiblemente
cumplir. En un gran discurso
sobre el comercio en Pennsylvania
en junio, dijo: “Esta víspera de la globalización
ha barrido a nuestra clase
media. No tiene por qué ser así. Podemos
darle la vuelta y podemos darle la
vuelta rápidamente. “
No puede. Los errores que produjeron
el retroceso de Trump se tomaron
décadas en cometerlos y llevará años
para arreglar. La preocupación ahora
es que si Trump hace bien con sus
amenazas proteccionistas, el daño—
ambos a la economía estadounidense
y a la posición de Estados Unidos en
el mundo—serán mucho más difícil
de reparar.
Edward Alden es un investigador senior
del Consejo de Relaciones Exteriores,
y autor del nuevo libro, Failure
to Adjust: How Americans Got Left
Behind in the Global Economy.
Fuente: Council of Foreign Relations
By Edward Alden
The biggest issue that carried Trump to victory
Wisconsin has not voted for a
Republican presidential candidate
since 1984. Pennsylvania
and Michigan have not done so since
1988. Yet on Tuesday, all three voted
for Donald Trump, blowing through the
electoral “firewall” that Hillary Clinton
had thought would carry her to the White
House.
What these states, and others such as
Ohio and North Carolina, have in common
is their voters’ belief that many of
them are the losers of globalization. By
large majorities, voters in these states
believe that trade has cost them jobs and
hurt their communities, according to exit
polls.
There is no other economic issue where
the impact of Trump’s election is likely
to be bigger than on trade. He won the
presidency promising to overturn what
he’s called “decades of failed leadership”
on the issue. He has promised to kill the
Trans-Pacific Partnership deal with Japan
and 10 other Pacific Rim countries. He
has called for a renegotiation of the 1994
North American Free Trade Agreement
(NAFTA), threatening to slap tariffs on
Mexican exports if the country doesn’t
come to the table. He has vowed to label
China a currency manipulator, also under
threat of tariffs. He has even threatened to
pull out of the World Trade Organization
(WTO), the Geneva-based body that rules
on trade disputes.
If he carries out even a fraction of these
plans, it will mark the biggest change in
U.S. trade policy in more than half a century.
Since the end of the second World
War, the only real question on trade policy
has been how far and how fast the
U.S. would move to lower barriers to
trade and commerce. Over the next four
years, the question will be: How far and
how fast will the Trump administration
move in the opposite direction?
The public anger over trade, especially
in states once heavily dependent on manufacturing,
was both surprising and predictable.
It was surprising because overall
U.S. economic performance, including
the creation of some 14 million jobs since
2010, has been better than that of almost
every other advanced economy. The
unemployment rate in the key states that
swung to Trump is only slightly higher
than the national average of 5% (and in
Wisconsin it is lower).
But those numbers belie the economic
turmoil that each state has experienced.
Between 1998 and 2013, nearly six million
manufacturing jobs were lost in the
U.S., some of them to import competition
and some to companies investing
in labor-saving technology to keep pace
with their competition. North Carolina
was the single hardest-hit state, with Michigan,
Ohio, and Pennsylvania not far
behind. These were jobs that paid significantly
higher wages to non-college-educated
workers—the heart of the Trump
constituency—than other jobs requiring
similar levels of education.
Thus the resulting backlash against trade
was entirely predictable. Economists
have shown that while trade makes all
countries richer, it also creates some losers
in more advanced economies, especially
among lower-skilled workers
competing with imports made by lowercost
labor in other countries. Economists
have also long argued that some “compensation”
mechanism should be created
whereby the gains that Americans enjoy
from trade in terms of lower-cost goods
and higher productivity would be shared
with those who lost employment.
But that compensation never happened.
For example, when President John F.
Kennedy launched the Trade Adjustment
Assistance (TAA) program in 1962 to
help retrain workers who lost their jobs
to imports, he argued, “When considerations
of national policy make it desirable
to avoid higher tariffs, those injured by
the competition should not be required
to bear the full brunt of the impact.” Yet
in the first six years of the program, not
a single one of the 25 petitions for assistance
was approved by the government.
Today, the U.S. spends less helping its
workers retrain than any other wealthy
country.
Nor have U.S. trade negotiators been
terribly sensitive to the impact of their
decisions on exposed communities.
Reducing or eliminating U.S. tariffs on
clothing imports, for example, has been
great for consumers, as any visitor to a
shopping mall would attest; the average
household spent about 5.5% of its budget
on clothing in the mid-1980s, and today
it is less than 3%. But it was not so great
for a state like North Carolina, which lost
more than 150,000 textile and apparel
jobs from 1996 to 2006—about 65% of
the industry’s total employment—in the
face of Mexican and Chinese competition.
The question now is just how steep the
price will be for those decades of neglect.
Some strategic tweaks in U.S. trade policy
to help manufacturing, for example,
coupled with more generous retraining
programs and new job creation through
infrastructure spending would be a positive
outcome. But the Peterson Institute for
International Economics has warned that
if Trump carries through with his threats
to slap new tariffs on imports, it could unleash
a trade war that would plunge the
U.S. economy into recession and cost as
many as four million jobs.
As a candidate, Trump fueled expectations
that he cannot possibly fulfill. In a
big speech on trade in Pennsylvania in
June, he said, “This ave of globalization
has wiped out our middle class. It doesn’t
have to be this way. We can turn it all
around—and we can turn it around fast.”
He can’t. The mistakes that produced the
Trump backlash were decades in the making,
and will take years to fix. The worry
now is that if Trump makes good on his
protectionist threats, the damage—both
to the U.S. economy and to America’s
standing in the world—will be far harder
still to repair.
Edward Alden is a senior fellow at the
Council on Foreign Relations, and author
of the new book, Failure to Adjust: How
Americans Got Left Behind in the Global
Economy.
Source: Council of Foreign Relations