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Viniendo <strong>de</strong> la calle, entró una mujer en el cuarto. Era vieja<br />

<strong>de</strong> muchos años, y flaca como si le hubieran achicado el<br />

cuero. Entró y paseó sus ojos redondos por el cuarto. Tal<br />

vez hasta me vio. Tal vez creyó que yo dormía. Se fue<br />

<strong>de</strong>recho a don<strong>de</strong> estaba la cama y sacó <strong>de</strong> <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> ella<br />

una petaca. La esculcó. Puso unas sábanas <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> su<br />

brazo y se fue andando <strong>de</strong> puntitas como para no<br />

<strong>de</strong>spertarme.<br />

Yo me quedé tieso, aguantando la respiración, buscando<br />

mirar hacia otra parte. Hasta que al fin logré torcer la<br />

cabeza y ver hacia allá, don<strong>de</strong> la estrella <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong> se<br />

había juntado con la luna.<br />

—¡Tome esto! —oí.<br />

No me atrevía a volver la cabeza.<br />

—¡Tómelo! Le hará bien. Es agua <strong>de</strong> azahar. Sé que está<br />

asustado porque tiembla. Con esto se le bajará el miedo.<br />

Reconocí aquellas manos y al alzar los ojos reconocí la cara.<br />

El hombre, que estaba <strong>de</strong>trás <strong>de</strong> ella, preguntó:<br />

—¿Se siente usted enfermo?<br />

—No sé. Veo cosas y gente don<strong>de</strong> quizás uste<strong>de</strong>s no vean<br />

nada. Acaba <strong>de</strong> estar aquí una señora. Uste<strong>de</strong>s tuvieron<br />

que verla salir.<br />

—Vente —le dijo él a la mujer—. Déjalo solo. Debe ser un<br />

místico.<br />

—Debemos acostarlo en la cama. Mira cómo tiembla, <strong>de</strong><br />

seguro tiene fiebre.<br />

—No le hagas caso. Estos sujetos se ponen en ese estado<br />

para llamar la atención. Conocí a uno en la Media Luna que<br />

se <strong>de</strong>cía adivino. Lo que nunca adivinó fue que se iba a<br />

morir en cuanto el patrón le adivinó lo chapucero. Ha <strong>de</strong> ser<br />

un místico <strong>de</strong> esos. Se pasan la vida recorriendo los<br />

pueblos «a ver lo que la Provi<strong>de</strong>ncia quiera darles»; pero<br />

aquí no va a encontrar ni quien le quite el hambre. ¿Ves<br />

como ya <strong>de</strong>jó <strong>de</strong> temblar? Y es que nos está oyendo.<br />

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