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La guerra contra las mujeres<br />
En fin, sintetizando, lo que he afirmado aquí es que no se puede mirar más los<br />
problemas del Estado como una falla de sus agentes, de sus representantes,<br />
de sus gestores. Tenemos que encarar la vulnerabilidad del Estado, su flanco<br />
abierto al oportunismo de la expansión del capital en sus dos realidades. Necesitamos<br />
volver a preguntarnos sobre la estructura misma del Estado, sobre su<br />
verdadera capacidad de conducir a la sociedad hacia metas de paz, justicia e<br />
igualdad y, en especial, sobre las razones por las cuales a lo largo de la historia<br />
de los países latinoamericano su fracaso es recurrente, permanente. ¿Por qué<br />
las buenas intenciones de todos aquellos que han trabajado por correctivos<br />
parciales no han dado resultado?<br />
Yo creo, como he argumentado en otra parte, que los Estados latinoamericanos<br />
deben abandonar el terror étnico que orientó el proceso de unificación<br />
nacional emprendido a partir de la fundación de las Repúblicas y promover<br />
la reconstitución de los tejidos comunitarios agredidos y desintegrados por<br />
la intervención colonial, primero ultramarina y más tarde republicana. El<br />
único Estado capaz de frenar la expansión mafiosa es el que devuelve fuero<br />
comunitario y garantiza los mecanismos de deliberación interna, un Estado<br />
restituidor de ciudadanía comunitaria. Solo las comunidades con tejido social<br />
vigoroso, políticamente activas y dotadas de una densidad simbólica aglutinante<br />
tienen la capacidad de proteger a todas sus categorías de miembros,<br />
mantener formas de economía basadas en la reciprocidad y la solidaridad y<br />
ofrecer un sentido para la vida. Cuando esa opción existe, la muerte como<br />
proyecto es rechazada.<br />
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