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opinión de lo feo y lo no civilizado<br />
que uno que otro texto alude.<br />
Hacer un registro de<br />
imágenes, me refiero a las que<br />
no tienen que ver con el lado<br />
íntimo y familiar de Jorge Loor,<br />
es ver un montaje de contrastes<br />
en que figuran el retraso, la<br />
incomodidad, lo proverbial, la<br />
ceremonia, la presencia de lo<br />
cotidiano. Ver esas imágenes es<br />
reconocer las capacidades del<br />
fotógrafo, de su mirada en busca<br />
de lo no familiar, pero que a la<br />
vez es familiar. Valga el oxímoron.<br />
Hay varias fotografías hacia<br />
las cuales remito al lector. Una<br />
que capta un sepelio en que en<br />
andas va un número de ataúdes<br />
compartiendo el espacio con una<br />
especie de delta imaginario, de<br />
zaguán que trasunta expectativas<br />
y penas, donde cuchichean dos<br />
niñas púberes llevando un ramo<br />
de flores. Las sonrisas inmaculadas<br />
y eróticas de las colegialas,<br />
yuxtapuestas al fondo fúnebre,<br />
burbuja el encuentro de la muerte<br />
y de la vida, de la tradición y<br />
el tácito empuje hacia nuevos<br />
horizontes. Hay otras fotos que<br />
aún hoy también resuenan. He<br />
allí los niños viviendo su alegría<br />
elemental, especialmente aquel<br />
saboreando algún gusto, con una<br />
duna y un perro al fondo. También<br />
está la de los jóvenes cubiertos de<br />
limo, quienes, entre bromeando<br />
y reclamando, proyectan una<br />
imagen de audaz solidaridad y<br />
soberbia frente al lente intruso<br />
del fotógrafo. Y qué pensar del<br />
montaje de imágenes de un líder<br />
político, repitiéndose y repitiendo,<br />
vaya analogía, virtuales arengas<br />
en las que en el fondo hasta<br />
un poco de desprecio hacia su<br />
pueblo quizás esconden, pero<br />
que, no obstante, charreteras y<br />
acólitos insisten en colocarle al<br />
caudillo y al corego el sombrero<br />
blanco de los castos.<br />
Caso aparte, la testa<br />
de una vaca sorprende por su<br />
humanidad y tristeza. ¿Y qué<br />
decir de las labores, vestir y<br />
sonrisas de los campesinos?<br />
¿Acaso no contrasta la<br />
indumentaria de éstos con la del<br />
amigo fotógrafo, subrayando así,<br />
a pesar de cualquier empatía,<br />
las distancias entre el uno y “el<br />
otro”? Tradición, repetición y<br />
cambio están por doquier en<br />
esas imágenes. Ninguna resulta<br />
tan eficaz como la de ese Suzuki<br />
atascado en el fango, importada<br />
“hormiga roja”, patinando en una<br />
ruta que no se sabe ni de dónde<br />
viene ni para dónde va. Por lo<br />
demás hay balandras, hay fotos<br />
de pesca, de playa y de olas,<br />
de sirenas y aguardiente, de<br />
pelícanos en flor y de gallinazos<br />
cebados, en espera, mirándolas<br />
bañarse desde su parapeto<br />
maléfico y voraz.<br />
“Juventud divino tesoro”<br />
decía el poeta. ¿Dónde estarán<br />
esas sirenas ahora? ¿Dónde<br />
estarán los que babosos las<br />
miraban retocadas en la página<br />
central de Gregorio, la revista que<br />
fundó y llevó por largo tiempo,<br />
con comité editorial internacional,<br />
Jorge Loor. Éste de vez en cuanto<br />
se chantaba su sombrero de<br />
embustero. ¡Bien hecho! Su<br />
incisiva picardía estaba en eso.<br />
Su cariño a su gente figura en las<br />
fotos también. Pocos sabrán quién