EL VIENTO DE MIS VELAS -JUAN JOSE PICOS--2
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que lo hubiera hecho, con tal de que no se pagaran con su venta los cañones,<br />
mosquetes y bayonetas con los que se mata por ahí adelante la gente como nosotros.<br />
Cuando suban el precio del tabaco para que los críos tengan escuelas, y para que<br />
tantas niñas no vendan su cuerpo en un cucarachal, me haré yo guardia con caballo<br />
y carabina y perseguiré a todos los matuteros del Reino. Cuando ese día llegue,<br />
mándeme aviso, que aquí lo espero.<br />
Las moralejas que mi viejo me regaló aquel día las ilustró con bofetones y<br />
collejas dados de su parte con harto dolor. Y no porque le mortificara pegarme, sino<br />
por otra razón que paso a detallar. Mi padre empezó en lo suyo —el murcio o<br />
latrocinio— haciéndose muy práctico en el bajamano, arte del ladrón de colmados<br />
que con una mano señala a Jerusalén y con la otra saquea Roma. Luego se dio<br />
socorro como calabacero, o maestro de ganzúas. Como era avispado, ágil y de pulso<br />
firme, no le costó ascender. Así cambió las calabazas por el garabato, que es el<br />
casamiento de soga y garfio para escalar tapias, oficio al que llaman volatería. Y no<br />
vayan a pensar que se le cayeron los anillos por ejercer también de escalona, que es<br />
lo mismo, pero a uña.<br />
Con el tiempo y las lecturas, me di cuenta de que el autor de mis días fue una<br />
excepción a una regla del maestro Jonatán Swift, el padre del doctor Lemuel<br />
Gulliver. Decía aquel irlandés ingeniosísimo que la ambición lleva a la gente a<br />
ejecutar los menesteres más viles: «Por eso, para trepar, toman la misma postura<br />
que para arrastrarse». Les puedo asegurar que, por mucho que mi padre trepara de<br />
mozo para ganarse la vida, jamás, siendo hombre, se arrastró delante de nadie. Ni<br />
detrás tampoco. Don Antonio nunca le pareció a nadie un mono. Ni un gusano.<br />
Tal fue su constancia e ingenio, que acabó por licenciarse de azor, y no porque<br />
le salieran alas, sino porque se dedicó a presas de altura, tanto que acabó por<br />
robarle a Dios, birlando tallas y pinturas en las iglesias de todo el Reino de Galicia,<br />
y en algunas de Castilla y también de Portugal. Lo de matutero de tabaco fue el<br />
remate, cuando las manos ya no le daban de sí, dañadas por las fatigas y la<br />
humedad de nuestra tierra. Por eso se quejaba al darme coscorrones, por el reúma.<br />
Quitando eso, el viejo era más fuerte que el vinagre y más duro que el culo de un<br />
mortero.<br />
Cuidadoso con que no se advirtiera la degeneración de aquel par de<br />
herramientas que habían sido magníficas, se las cubría con pudor y con unos<br />
guantes de gamucilla que, cada tanto, reponía; ese era su único capricho. Miento,<br />
tenía otro mayor, pero él no lo consideraba un antojo. Y ahora viene cuando yo les<br />
explico a sus mercedes quién era Carmeliña.