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EL VIENTO DE MIS VELAS -JUAN JOSE PICOS--2

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cuenta de ser perro de paja, no tuvo mejor ocurrencia —si usted anda con prisas, no<br />

se enjardine, maestro— que la de venir a llamarme mal entretenido. Y eso fue<br />

porque teníamos mandamientos nuevos en España. Se los había mostrado la diosa<br />

Razón a algún profeta ilustrado, y no en la cima de un monte, grabados en piedra,<br />

sino en la escalinata de la Biblioteca Nacional, impresos en papel del rey. No eran<br />

pecados contra el cuerpo o el alma, sino contra la Patria. Los más graves: tomar a<br />

gozo las pausas que la vida regala y administrar el propio tiempo bajo las reglas del<br />

albedrío, sabiduría que los burgueses llaman holgazanería.<br />

—Don Gaspar, se lo voy a decir con todo respeto... —empezó a decir.<br />

—O sea, con ninguno —le solté yo a mi nuez. Mi patrón, que me oyó, me<br />

mandó callar con la mirada.<br />

—Dígame usted, don Luciano —le animó.<br />

—Insistiré... Por el respeto que le tengo...<br />

—...Voy a faltarle al respeto dándole un consejo que no ha me pedido —no<br />

me pude contener.<br />

—... Por esa consideración, y por la sagrada prosperidad de su negocio, le<br />

haré llegar referencias del hijo de un cliente mío, mozo diligente y con algunas<br />

lecturas. Y no como otros —y me midió con la vista, retándome o deleitándose—,<br />

gente poltronera, muelle y regalona, dada a la pereza y al regodeo, que le hacen<br />

poco honor a la capital industriosa de la que su merced y yo, cada uno en su calidad,<br />

somos botón de muestra.<br />

—¿Estáis llamándome mal entretenido? —le pregunté, voseando sin respeto<br />

y mirándole a los ojos.<br />

—No hablo contigo, sino con tu patrón, al que poco favor se le hace con tanto<br />

paseo calle arriba y calle abajo —él me devolvió el insulto tutándome—. Si quieres<br />

pasear por Coruña, métete a hacer la ronda de madrugada...<br />

—¿En qué bodegón habéis comido conmigo para que me tutéeis con tanta<br />

soltura? —le respondí— Por lo demás, no me gusta la ronda. Puede toparse uno con<br />

lo que no debe. Y enterarse de quien comulga en laudes con la boca manchada de<br />

besos de mancebo.<br />

—¡Yago, por amor del Cielo! —gritó mi patrón.

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