EL VIENTO DE MIS VELAS -JUAN JOSE PICOS--2
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disfraces!<br />
Caí al suelo y no recuerdo más que mezclar mis lágrimas con la sangre de<br />
Lobo. Eso, y que el mastín respondía al nombre de Drake, como el pirata que asoló La<br />
Pescadería. Un vecino de don Gaspar, hortera de una botica de la Calle Real, nos<br />
subió a una carretilla, nos hizo las curas y mandó aviso a mi patrón.<br />
—El mozo no me preocupa, don Gaspar. Está sano y tiene vigor y genio. Pero<br />
el perrillo... —diagnosticó el mancebo.<br />
—Me lo han dejado hecho un Ecce Homo, por decirlo así, pero estos chuchos<br />
son duros de pelar —se consoló el librero.<br />
—No son las heridas, don Gaspar. Es el miedo. A este perrillo se le fue el<br />
ánima del cuerpo en cuanto el otro lo enganchó por el cuello.<br />
De haber sabido que aquel aprendiz tenía tan buen ojo para el porvenir, lo<br />
habría mandado a por lotería. Porque Lobo no tardó una semana en dar el último<br />
gañido. Antes de irse al limbo de los animalillos nobles, tuvo fuerzas para lamerme<br />
la cara como el día en que nos hicimos inseparables. Lloré como una niña, sin<br />
término y sin consuelo, sintiéndome culpable por no haberlo protegido. Y también<br />
porque me empeciné en que, al haberlo domesticado, le hice perder el valor que<br />
tuvo de cachorro. Cuando paré de llorar, el espíritu de Caín, que sobrevuela el<br />
mundo desde que Yavé lo maldijo, se me metió en el cuerpo como se nos mete un<br />
tabardillo.<br />
—No me gusta ese gesto tuyo, Santiago —se preocupaba don Gaspar—.<br />
Determinación y semblante frío: eso es cosa de soldados o de asesinos.<br />
—¿Y qué sabrá usted de soldados y asesinos más que lo que dicen sus libros?<br />
—fue mi respuesta, gélida y determinada.<br />
¡Qué razón tenía el librero! No tardé en hacerme con un gato grande y bravo,<br />
cebado a base de ratas gordas. Lo emborraché con gorriones, bien rellenos con miga<br />
de pan encharcada en aguardiente. Cuando el micifuz despertó, se encontró<br />
ensogado por el cuello. El cordel estaba atado a un clavo largo como los del Cristo y<br />
el clavo hundido en el suelo de tierra de una venela. La calleja lindaba con una tasca<br />
donde los verdugos de Lobo apuraban jarras y le pellizcaban las nalgas y le<br />
manoseaban las tetas a la sobrina del tabernero, que la alquilaba de saldo.<br />
En medio de su resaca, el gato maulló lastimero. No hizo falta más. Drake