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EL VIENTO DE MIS VELAS -JUAN JOSE PICOS--2

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mercedes y yo guardamos dentro, sin que se pueda evitar que, por algún lado, se<br />

eche otra vez al monte.<br />

Una noche de otoño —retomo— llovía tanto, que si un cardumen de toniñas<br />

hubiere aparecido frente a la ventana, no me habría espantado yo. Ya saben lo que<br />

se dice: Para San Eugenio, las castañas al fuego, la leña en el hogar y las ovejas a encerrar.<br />

Pues por esa altura del año andaríamos.<br />

Un fusilero del Regimiento de Irlanda, un escoto de greñas blondas con<br />

crines de jabalí rubio en las mejillas, se acomodó con nosotros. En un suspiro suyo<br />

había más licor que en la Armada entera de Su Graciosa Majestad. Juraba que su<br />

madre, nada más parir, trasegó tanta cerveza espesa para recuperarse del trámite,<br />

que él nunca llegó a conocer el sabor de la leche. Pero no era esa la causa de que<br />

tuviera los ojos velados, la nariz tirando a coliflor y la dentadura como el Frente de<br />

Tierra de mi ciudad, con parapetos delante y los flancos desguarnecidos. Si me<br />

acompañan, conocerán la verdadera razón de que fuera un formidable<br />

dipsomaníaco.<br />

Don Gaspar siempre tenía un hueco en su tienda y un aparte en sus horas<br />

para atender a quien hubiera visto su primera luz en la Verde Erín. Sentíase a gusto<br />

con esa categoría de paisanos, pues guardaba la convicción de que Galicia era la<br />

Irlanda de los Borbones tanto como Irlanda era la Galicia de los Hannover. Y es<br />

verdad que, con los años, hemos llegado a parecernos los gallegos de allá y los<br />

irlandeses de acá. Hasta el punto, creo yo, de convertirnos ambas razas fatalistas en<br />

una misma especie de impenitentes comedores de patatas, bendito fruto que de<br />

tanta mala hambre nos ha librado.<br />

En cuanto les desvele la historia de aquel soldado blondo, se darán cuenta,<br />

como me di cuenta yo, de que fue un pecador cum laude. ¿Pero quién no ha pecado<br />

alguna vez, y hasta dos, en toda su vida? Si beber, fumar o desear a la mujer de otro<br />

es pecado, entonces seremos casi todos magníficos pecadores. Y yo, el alférez de esa<br />

tropa. Eso sí, al irlandés nadie pudo echarle en cara ser un panza al trote, porque, a<br />

donde fuere, cargaba con su propia castaña de uisguei —así le decía él— y con una<br />

petaquilla de picadura, sin que se le viera jamás beber o fumar de gorra.<br />

He de confesarles, por cierto, que años más tarde llegó a complacerme esa<br />

destilación norteña que él bebía, pero yo a ella no. Con el primer vaso, el uisguei se<br />

portaba conmigo como una madre, porque me regañaba; en la segunda ronda era<br />

una amante rendida que me calentaba y embriagaba; pero, a la de tres, se volvía un<br />

carcelero crudelísimo que dejaba abiertas las mazmorras más oscuras de mi alma,

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