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EL VIENTO DE MIS VELAS -JUAN JOSE PICOS--2

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inglés para clientes antiguos y para nuevos bien avalados. Si alguien le hubiere<br />

preguntado el porqué de su desprecio por los bandos del Borbón, ella le habría<br />

contestado que porque el padre de sus hijas fue catalán y austracista y, a mayores,<br />

por necesidad: algún modo de sacar adelante a su apetente prole tendría que buscar<br />

una viuda. Y se hubiera quedado más fresca que el coño de una sirena.<br />

Pegado a su escaparate, soñaba yo que así eran los banquetes del Gran Turco.<br />

Cada vez que le iba a don Gaspar con una palabra que yo creía nueva y recibía<br />

burlas sin recompensa, el sueño se volvía pesadilla. En tales ocasiones, el cristal me<br />

devolvía el reflejo emberrinchado de un púber de pelo negro y ondulado, largo<br />

como para llevar coleta, con los ojos oscuros, muy grandes y ovalados, igual que las<br />

almendras que tanto le gustaban; un crío ansioso, con los labios pegados a la vitrina<br />

como dos babosas emparejadas, brillantes y húmedos de tanto salivar. Cuántas<br />

veces salió la señora Pilar a correrme por dejarle babas y dedos en el cristal, que ella<br />

tenía limpio como un sagrario.<br />

¿Qué otro efecto habrían de provocarme las jarras de horchata y las<br />

chocolateras, las torcidas de pasta de ciruela y los bartolillos de crema, las<br />

empanadillas de cabello de ángel y los pasteles borrachos, las ristras de tontas y<br />

listas, los mazapanes y los bizcochos de soletilla y, cómo no, mis almendrados?<br />

Lujos inalcanzables para un hijo del arrabal, salvo que don Gaspar tuviere la<br />

generosidad —que ya les digo que no la tenía— de financiar mi vicio, que yo<br />

concebía muy venial porque de sobra sabía que los clérigos no se privaban de él.<br />

—¿Qué, xiquet? —oí detrás de mí un buen día— ¿Se nos hace la boca agua?<br />

Sin despegarme del escaparate, firme como un coselete de los Tercios Viejos,<br />

miré de soslayo el reflejo del que me hablaba. Era largo como mis horas frente a los<br />

pasteles y fornido como si se los hubiera tragado todos. Por la casaca marfileña y los<br />

calzones encarnados, supe que militaba en el Regimiento de Mallorca. Su acento era<br />

forastero, como el de casi todos sus conmilitones.<br />

—¿Te hace un mitj i mitj? Yo convido.<br />

No entendí qué era eso. Y, tozudo —don Gaspar decía que mis ideas nacían<br />

con garfios—, no di mi brazo a torcer.<br />

—¡Ningún michimichi! —le respondí sin mirar— Lo que yo quiero es un<br />

almendrado.<br />

—¡Pues no se hable más! Sea, pues, un almendrado —y, dicho esto, el

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