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Quiero perdonarlo

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SECCIÓN DE LIBROS<br />

En 1985,<br />

Wilma Derksen<br />

afrontó lo inimaginable:<br />

el asesinato de su hija. Tres<br />

décadas después, hace un<br />

recuento de su esfuerzo por<br />

salir de las tinieblas.<br />

“<strong>Quiero</strong><br />

<strong>perdonarlo</strong>”<br />

TOMADO DEL LIBRO THE WAY OF LETTING GO<br />

FOTO: THOMAS FRICKE


Wilma y Cliff<br />

Derksen, en su<br />

casa en Winnipeg,<br />

en julio de 2017.


SELECCIONES <br />

Al terminar el día más terrorífico de<br />

mi vida, el 17 de enero de 1985,<br />

alguien tocó la puerta de nuestra<br />

casa en Winnipeg, Canadá. Miré<br />

el reloj; eran las 10 p. m.<br />

Abrí. Era un extraño vestido de negro,<br />

enmarcado por la oscura noche.<br />

—Yo también soy padre de una niña<br />

asesinada —se presentó.<br />

Sentí que palidecía. Ahora yo era<br />

madre de una niña asesinada. Ese<br />

mediodía nos habíamos enterado de<br />

que un empleado de la Alsip Brick,<br />

Tile and Lumber Company halló el<br />

cadáver de Candace, nuestra hija de<br />

13 años, mientras inspeccionaba un<br />

cobertizo abandonado en la fábrica.<br />

¿Quién era este hombre? Todo extraño<br />

era ahora un sospechoso. Todos<br />

eran homicidas en potencia.<br />

—Vengo a decirles lo que pueden<br />

esperar de hoy en adelante.<br />

Era difícil creer que hacía apenas<br />

siete semanas éramos una familia<br />

desconocida, desapercibida y feliz.<br />

Mi esposo, Cliff, era director de programas<br />

de uno de los campamentos<br />

de verano más grandes de la provincia<br />

de Manitoba. Teníamos tres hijos:<br />

Candace era la mayor, Odia tenía 9<br />

años y Syras, 3. Yo me abría camino<br />

en la industria del periodismo.<br />

Candace había llamado del colegio<br />

ese viernes para pedir que la recogiera.<br />

Bajo cualquier otra circunstancia, habría<br />

ido por ella, pero se me hacía<br />

tarde. Le pregunté si no le molestaría<br />

caminar a casa para que cuando llegara,<br />

yo ya hubiera terminado mi proyecto<br />

de redacción. Le prometí que<br />

compraría comida especial para su<br />

piyamada de ese fin de semana.<br />

Me dijo que no le molestaba en lo<br />

absoluto y después, casi sin aliento,<br />

me contó que David, su compañero, le<br />

había embarrado nieve en la cara. Por<br />

la forma en que dijo su nombre, me di<br />

cuenta de que era especial para ella.<br />

Tuve una sensación de desasosiego<br />

cuando no entró por la puerta a la<br />

hora prevista, un poco después de<br />

las 4 p. m. Rápidamente abrigué a las<br />

pequeñas y conduje por la calle, buscándola.<br />

Luego, fui a recoger a Cliff a<br />

la oficina. De vuelta en casa, empezamos<br />

a telefonear a sus amigos, a los<br />

nuestros y a la familia; agotamos todas<br />

las posibilidades. A eso de las 10<br />

p. m. llamamos a la policía.<br />

LA DESAPARICIÓN DE nuestra hija<br />

desencadenó la búsqueda más exhaustiva<br />

de personas extraviadas<br />

hasta la fecha. Empapelamos la ciudad<br />

con carteles que decían: “¿Has


visto a Candace?”. Durante siete semanas<br />

le suplicamos al público que<br />

nos ayudara a encontrarla, exponiendo<br />

nuestras vidas destrozadas.<br />

Ahora que habían hallado su cuerpo,<br />

supimos a ciencia cierta que alguien<br />

la había raptado, se la había llevado a<br />

un cobertizo, la había atado de pies y<br />

manos y dejado ahí para que se muriera<br />

en las heladas temperaturas del<br />

primer frente frío intenso del invierno.<br />

—La mataron en la tienda de rosquillas<br />

—añadió. Parecía haber contado<br />

la historia muchas veces.<br />

Mientras él hablaba, yo me preguntaba<br />

qué lo había motivado a venir a<br />

nuestra casa tan tarde.<br />

Ya no podía trabajar, porque no lograba<br />

concentrarse en nada más que<br />

no fuera el asesinato de su hija. Nos<br />

contó hasta el último detalle del día<br />

en que la mataron.<br />

Me obsesioné. Sospechaba que los<br />

vecinos podrían estar involucrados<br />

en la desaparición de mi hija”.<br />

Estábamos agotados; había sido un<br />

día muy pesado. Después de hablar<br />

con la policía, fuimos a la morgue del<br />

hospital para identificar el cuerpo.<br />

Después, nuestros amigos llegaron<br />

con comida y palabras de consuelo.<br />

Y ahora aparecía este extraño y prometía<br />

responder las preguntas que<br />

nos hacíamos.<br />

—También asesinaron a mi hija<br />

—empezó a contar.<br />

Fue entonces cuando lo reconocimos;<br />

lo habíamos visto en los noticieros<br />

de la televisión. Era una historia<br />

local muy conocida. No derramó una<br />

sola lágrima mientras hablaba, aunque<br />

yo también podía hablar de mi<br />

hija sin llorar. A veces mi llanto era<br />

incontrolable; otras, no sentía nada.<br />

Sacó una colección de libretas negras<br />

de su chaqueta. Había anotado<br />

con lujo de detalle, y meticulosamente,<br />

todos los procesos judiciales.<br />

Ya se habían celebrado dos juicios.<br />

—No descansaré hasta que se<br />

haga justicia —afirmó—. He perdido<br />

tanto… todo —agregó.<br />

Negaba con la cabeza. A continuación<br />

hizo una pausa.<br />

—Hasta he perdido el recuerdo de<br />

mi hija —se lamentó.<br />

El asesinato le había arrebatado a<br />

su hija, pero las secuelas se habían llevado<br />

su vida entera. La peor parte era<br />

que, para él, esto no parecía tener fin.<br />

Estábamos atónitos y espantados.<br />

Yo no podía creer su osadía de venir a<br />

contarnos todo esto en el peor día de


SELECCIONES <br />

Candace Derksen,<br />

en una foto de la<br />

escuela en 1984.


nuestra existencia. Aun así, lo escuché,<br />

muy atenta, con la sensación de que<br />

debía haber una razón para su visita.<br />

Sabía los efectos que este incidente<br />

podría tener en nuestro matrimonio y<br />

nuestras relaciones sociales, así como<br />

el daño que podría ocasionar la publicidad<br />

que habíamos buscado con<br />

tanta desesperación y que permanecería<br />

enfocada en nosotros de ahora<br />

en adelante.<br />

prensa había concluido. Durante ella<br />

hablamos, exclusivamente, de nuestra<br />

hija: nos sentíamos aliviados de<br />

haberla encontrado, conmocionados<br />

por su asesinato y muy agradecidos<br />

con todos los que la habían buscado.<br />

Justo cuando estábamos por irnos, alguien<br />

hizo la pregunta.<br />

—¿Y qué hay del asesino de su hija?<br />

La pregunta del reportero no encontró<br />

respuesta; estábamos paralizados.<br />

La discusión nos preocupó porque<br />

podíamos estarnos dirigiendo al desastre<br />

emocional. A lo que yo llamaba el abismo.<br />

FOTO: CORTESÍA DE LA FAMILIA DERKSEN<br />

Estaba obsesionada con vigilar a los<br />

vecinos. Sospechaba que estaban involucrados<br />

en la desaparición de Candace.<br />

No podía leer, comer ni respirar<br />

sin sufrir. El sueño me era esquivo.<br />

Sabía exactamente de qué hablaba<br />

este hombre tan extraño.<br />

A medianoche, el sujeto se fue. Mi<br />

esposo y yo nos acostamos. Estábamos<br />

asustados. Acabábamos de perder una<br />

hija. ¿Lo perderíamos todo? ¿Era el<br />

principio de una espiral que nos dejaría<br />

en la oscuridad, desesperados e<br />

insensibles a lo que nos rodeaba?<br />

Tenía que haber otro camino.<br />

CUANDO ATENUARON las luces de las<br />

cámaras, pensé que la conferencia de<br />

Y desorientados. Habíamos estado<br />

preparando el funeral. Nunca olvidaré<br />

el momento en el entré en la sala de<br />

exhibición repleta de ataúdes. En<br />

cualquier momento, Candace llegará<br />

y nos dirá que paremos este absurdo,<br />

pensaba. Pero no sucedió.<br />

Camino a casa, Cliff y yo repasamos<br />

el funeral y empezamos a pelear.<br />

La discusión nos preocupó mucho<br />

porque sentíamos que nos esperaba<br />

un desastre emocional, el mismo tormento<br />

que al extraño de la otra noche.<br />

Era algo que yo llamaba el abismo.<br />

Lo había vivido a los 30, siete años<br />

antes de que desapareciera Candace.<br />

Vivíamos en North Battleford, un<br />

pueblo en Saskatchewan, Canadá. Cliff


SELECCIONES <br />

“PERDONAR” VIENE DEL latín donare,<br />

“donar”, derivado de “don”, y este, a su<br />

vez de “dar”. Para mí siempre ha significado<br />

renunciar a mi derecho de hacer<br />

lo que me nace y escoger cómo reaccionar.<br />

En ocasiones el resultado es el<br />

mismo, aunque el proceso es distinto.<br />

La mayoría de las veces tiene consecuencias<br />

nuevas y sorprendentes.<br />

Desde joven, gracias a mis raíces<br />

menonitas, aprendí que era posible<br />

No quería que Él supiera que tenía<br />

más hijas. No se las confiaría a un<br />

Dios que había dejado morir a Candace.<br />

acababa de aceptar un cargo como<br />

pastor de una pequeña iglesia y yo<br />

creí que por fin tendría la libertad de<br />

perseguir mis sueños. Como yo había<br />

pagado los gastos mientras él iba a la<br />

universidad, me tocaba terminar mis<br />

estudios; no obstante, teníamos dos<br />

niñas pequeñas que me absorbían.<br />

De pronto me sentí abrumada por<br />

una tristeza que no comprendía: tenía<br />

un esposo maravilloso y unas hijas<br />

preciosas; sin embargo, apenas si<br />

lograba llegar al final del día.<br />

No podía negar mi abismo. Al vivir<br />

en una nueva comunidad, me sentía<br />

atrapada en la casa sin ningún apoyo<br />

social. Si agregábamos algo de depresión<br />

posparto… sabía que la situación<br />

era peligrosa.<br />

La única forma en que lograba<br />

afrontarlo era escapándome por la<br />

noche, cuando mi familia dormía<br />

profundamente y a salvo. Me subía al<br />

auto y conducía a toda velocidad por<br />

el campo. Necesitaba tener la sensación<br />

de que volaba.<br />

Seguramente me dije a mí misma:<br />

“Olvídalo. No te aferres. Deja ir el pasado<br />

y encuentra algo nuevo”.<br />

perdonar. Sabía que no era una cura<br />

milagrosa, sino un proceso que exigía<br />

paciencia, creatividad, fe, humildad y<br />

un profundo amor a los demás.<br />

Ahora, la pregunta del reportero<br />

estaba sin respuesta: “¿Y qué hay del<br />

asesino de su hija?”. Cliff fue el primero<br />

en contestar. Lo dijo con seguridad:<br />

—Lo perdonamos.<br />

Yo haría lo único que sabía hacer: lo<br />

olvidaría. Pero esta vez me enfrentaba<br />

a un abismo mucho más peligroso<br />

que aquel del que había escapado.<br />

Envidiaba la confianza de mi esposo;<br />

aún la envidio. Siempre soy reacia<br />

a perdonar, decidida pero reacia, y<br />

necesito mucho tiempo. Fui honesta:<br />

—<strong>Quiero</strong> <strong>perdonarlo</strong>.


Al día siguiente me sorprendió que<br />

nuestra actitud hubiera captado la<br />

atención de la ciudad. Pensé que los<br />

reportajes se enfocarían en el asesinato.<br />

No fue así.<br />

Después del funeral, nos impactaron<br />

los titulares de dos periódicos:<br />

“¡Triunfa la paz!”, escribió el Winnipeg<br />

Sun, que dedicó las primeras cuatro<br />

páginas a nuestra historia. El reportaje<br />

del Winnipeg Free Press se dedicó<br />

a Candace. Ambos sugerían que, de<br />

alguna manera, dentro de toda esta<br />

tragedia, el bien había prevalecido.<br />

Mi padre, que se estaba quedando<br />

con nosotros, estaba callado, algo raro<br />

en él. Noté sus reacciones al leer los<br />

artículos. Cuando dejó el periódico en<br />

la mesa, su cara mostraba serenidad.<br />

“Ahora entiendo todo”, dijo suavemente.<br />

“En el tren estaba muy confundido.<br />

Me preguntaba cómo Dios<br />

había permitido que algo así sucediera.<br />

Pero ya comprendo”.<br />

RECUERDO QUE, al principio,<br />

yo confiaba mucho en<br />

Dios. No tenía alternativa:<br />

todo estaba fuera de control<br />

y necesitábamos creer en una fuerza<br />

superior. No obstante, con los años,<br />

poco a poco, pero sin lugar a duda,<br />

mi resentimiento creció. Dios no nos<br />

ayudó a localizar a Candace en el momento<br />

crítico. Cuando descubrieron<br />

su cadáver, no nos ayudó a encontrar<br />

al homicida. Cuando se dijeron mentiras<br />

y se insinuó que podríamos haber<br />

estado involucrados en su muerte, no<br />

resolvió nada. En lo que a temas reales<br />

se trataba, como el bien y el mal,<br />

Él nos había abandonado hacía rato.<br />

No debería sorprendernos que la<br />

violación criminal del código moral<br />

y el contrato social nos haga dudar<br />

del orden del universo y el papel del<br />

Creador. Sin embargo, la ira hacia Dios<br />

desemboca en una oscuridad terrible.<br />

Recuerdo que un día de 1990 conducía<br />

a casa, preocupada por Odia.<br />

Ahora que ella era adolescente, yo<br />

manifestaba la típica ansiedad.<br />

¿Qué hacer con Odia? Mi reacción<br />

natural era rezar, encomendarla a<br />

Dios. Pero en esa ocasión no pude.<br />

Estaba desconcertada. No tenía<br />

problema en orar por el legado de<br />

Candace y por mi trabajo como defensora<br />

de las víctimas; ¿por qué no<br />

hacerlo por Syras y Odia? Fue cuando<br />

me di cuenta de que no quería que Él<br />

supiera que tenía más hijas. No se las<br />

confiaría a un Dios que había dejado<br />

morir a Candace.<br />

Es muy difícil permanecer apacible<br />

tras haber sido violentada. Es complicado<br />

resistir la tentación de externar<br />

las frustraciones que sientes.<br />

Ante la duda y la ira hacia Dios tenemos<br />

dos opciones según nuestra<br />

fe. Si pensamos que Él controla todo<br />

lo que sucede y es quien permitió la<br />

transgresión, tendríamos que <strong>perdonarlo</strong><br />

y asumir que cometió un error.<br />

Sin embargo, si creemos que no se<br />

equivocó, tendríamos que reconocer<br />

que, aunque es el creador del universo<br />

y controla las ciencias del mundo, nos<br />

05•2018 | 109


SELECCIONES <br />

Candace (derecha) con Cliff, su padre, y Odia, su hermana, en 1978.<br />

ha dado la libertad de elegir. La vida<br />

nos sucede. El mal existe.<br />

HABÍAN PASADO 22 años desde la<br />

muerte de Candace. Estaba por llamar<br />

a Cliff al celular cuando vi que su<br />

camioneta se detenía en la entrada.<br />

Esperábamos a la policía; venían a<br />

decirnos algo. Permanecimos en contacto<br />

con ellos a través de los años,<br />

pero esta visita era distinta.<br />

Un poco después, tres oficiales estaban<br />

en la puerta. Los hice pasar a<br />

la sala y colgué sus pesadas chaquetas<br />

de piel en el armario.<br />

No recuerdo la conversación completa;<br />

fue algo así:<br />

—Lo encontramos —dijo uno—.<br />

Encontramos al asesino de Candace.<br />

Esperaban una respuesta.<br />

—¿Están seguros? —pregunté al fin.<br />

—Sí.<br />

Miré a cada uno por separado. Todos<br />

asintieron.<br />

—¿Lo conocemos?<br />

—No, no lo conocen —afirmó el policía<br />

que inició la conversación.<br />

—Solo quiero que sepan que no es<br />

ningún conocido de su familia —dijo,<br />

inclinándose un poco hacia el frente.<br />

—Nadie que conozcan —repitió el<br />

supervisor, que estaba a mi lado.<br />

—Entonces no es nadie que conozcamos<br />

—afirmé, incrédula.<br />

FOTO: CORTESÍA DE LA FAMILIA DERKSEN


—Eso es un alivio, ¿verdad?<br />

Asentimos. Nuestras pobres mentes<br />

traumatizadas no lograban asimilarlo.<br />

Era difícil borrar en un segundo las<br />

defensas tan cuidadosamente levantadas<br />

a lo largo de 22 años.<br />

Nos dijeron que lo arrestarían en<br />

dos o seis semanas, a más tardar, y<br />

que un equipo de 12 policías trabajaba<br />

en el caso. Repasamos cada detalle.<br />

Cuando por fin quedamos satisfechos,<br />

se fueron. ¿Se haría justicia después de<br />

tanto tiempo? El sospechoso recibió<br />

una condena de 25 años en prisión.<br />

CON LOS AÑOS me he convencido<br />

de que necesitamos<br />

enseñar el camino del<br />

perdón como una opción.<br />

Pero las investigaciones demuestran<br />

que, aunque la gente cree que esta alternativa<br />

es importante, pocos saben<br />

cómo ejercerla.<br />

En 1997, me invitaron a Washington,<br />

D. C. a una mesa redonda sobre el<br />

perdón organizada por Vecinos Comprometidos<br />

y la Asociación de Ministros<br />

Carcelarios. Acababa de iniciar<br />

mi investigación formalmente y buscaba<br />

palabras e ideas que ayudaran<br />

a las víctimas de la violencia a sanar.<br />

Creía que si lograba definir “perdón”<br />

correctamente, podría desarrollar un<br />

gran programa de sanación y justicia.<br />

Esperaba hacerlo en esta reunión<br />

de dos días con teólogos eruditos.<br />

Pero a medida que se desarrollaba el<br />

acto, me empecé a angustiar. Pese a<br />

que los discursos eran hermosos, no<br />

había nada útil para el grupo de víctimas<br />

que me esperaban en casa.<br />

Media hora antes de concluir el encuentro,<br />

alguien preguntó: “¿Hemos<br />

definido el perdón?”.<br />

La sala quedó en silencio. Hubo varios<br />

intentos por resumir los debates;<br />

para mí, todos fracasaron.<br />

Todavía estaba oscuro cuando me<br />

subí al asiento trasero de un taxi a las<br />

5 a. m. del día siguiente, abatida.<br />

—Buenos días —dijo el taxista<br />

mientras yo abordaba. Empezó a parlotear;<br />

yo me limitaba a emitir un monosílabo<br />

de vez en cuando.<br />

Por fin se calló.<br />

—Siento hablar así, sin parar, pero<br />

usted es la primera pasajera sobria en<br />

toda la noche —se excusó.<br />

Ofrecí disculpas. Le dije que aún no<br />

había tomado café y le expliqué que<br />

estaba desilusionada con la conferencia.<br />

Solo quería llegar con mi familia.<br />

Asintió. Me dijo que entendía. Por<br />

lo visto mi acento me delató, así que<br />

me preguntó sobre Canadá. Cuando se<br />

enteró de que mi trabajo se centraba<br />

en casos de homicidio, pareció interesarse.<br />

Entonces le pregunté por qué<br />

su ciudad tenía el índice de asesinatos<br />

más alto de todo el norte de América.<br />

—Mis hermanos siguen furiosos<br />

por los años de esclavitud, el racismo<br />

y la pobreza —dijo tras un silencio—.<br />

Esa ira se transforma en violencia.<br />

A pesar de que se identificaba con<br />

su pueblo y manifestaba un dolor y<br />

una tristeza profundos, no hablaba<br />

con enojo ni resentimiento.


SELECCIONES <br />

No lo pude resistir. Pregunté:<br />

—¿Y usted por qué no está furioso?<br />

—Creo en el perdón.<br />

Mi corazón se detuvo. Sin más, desarrolló<br />

la idea con una elocuencia que<br />

no había escuchado antes ni desde<br />

entonces: habló de la belleza de liberarse,<br />

de dejar ir el pasado, de abrazar<br />

el presente y anticipar el futuro.<br />

En su lenguaje tan sencillo logró<br />

lo que nosotros no habíamos podido<br />

oculta que me recuerda mi pérdida y<br />

revive mi sufrimiento original.<br />

Pero no, no nos hemos visto cara<br />

a cara con el presunto asesino de<br />

Candace, y he descubierto que no es<br />

necesario hacerlo para <strong>perdonarlo</strong>,<br />

olvidarlo y seguir adelante.<br />

En octubre pasado, concluyó un segundo<br />

juicio y el acusado fue absuelto<br />

de asesinato en segundo grado. Así<br />

pues, 33 años después de la muerte<br />

No nos hemos visto cara a cara con el<br />

presunto asesino, pero he descubierto que<br />

no es necesario hacerlo para perdonar.<br />

hacer en dos días. No solo describía el<br />

perdón, lo irradiaba. Cuando llegué al<br />

aeropuerto, me sentía como una persona<br />

renovada. En ese instante supe<br />

que el perdón no necesita definirse<br />

para ser vivido y sentido.<br />

¿CÓMO TERMINA ESTA travesía en<br />

busca del perdón?<br />

Recuerdo que hace dos años, tras<br />

contar mi historia en una iglesia, una<br />

mujer me miró con cierta impaciencia.<br />

—Bueno, ¿y perdonaste al asesino?<br />

¿Lo conociste?<br />

Dudé. En sentido figurado, conocí al<br />

hombre. Me lo he encontrado a diario<br />

desde que se llevó a nuestra hija. Todos<br />

los días parece haber alguna cuestión<br />

de Candace, finalmente todo ha terminado<br />

para nosotros.<br />

Imagínense si me sentaba a esperar.<br />

Habría pasado así toda mi vida.<br />

¿Cómo estamos mi esposo y yo?<br />

Sorprendentemente, nos encontramos<br />

en paz. En realidad, sentimos<br />

alivio de que el juicio, que duró 10<br />

años, haya concluido. Ahora podemos<br />

continuar con nuestras vidas. Siempre<br />

supimos que la justicia no nos devolvería<br />

a Candace; no iba a ser perfecta.<br />

Sin embargo, agradecemos el proceso,<br />

que despejó tantas de nuestras<br />

dudas, así como el esfuerzo monumental<br />

de todos en el sistema, pues<br />

fue un recordatorio constante e importante<br />

de que el asesinato siempre será


eprobable, y de que la vida de nuestra<br />

hija, la de todos los hijos, importa.<br />

Así pues, para nosotros, el homicidio<br />

de nuestra hija nunca tuvo que ver<br />

con un desenlace, sino con superar el<br />

impacto y lograr que algo bueno saliera<br />

de ello. Para nosotros, de eso se<br />

trata el perdón.<br />

Hace poco, al final de un día agotador<br />

pero maravilloso, estábamos en<br />

la cama y miré a Cliff, agradecida por<br />

el tiempo con nuestros hijos y nietos.<br />

—Soy realmente feliz —le dije.<br />

—Yo también —respondió.<br />

Sorprendidos, acordamos no decirle<br />

a nadie. Nos sentíamos culpables<br />

por ser tan felices. Era como si<br />

estuviéramos traicionando a Candace.<br />

Pero entonces nos sorprendimos…<br />

de nuevo. Candace florecía. Aunque<br />

había sido asesinada, seguía viva. Su<br />

recuerdo y su legado eran más poderosos<br />

que los nuestros.<br />

Después de haber arañado el fondo<br />

de la vida, como nosotros, no hay<br />

nada más divino que emerger con la<br />

cara al Sol para sentir su calor, la sanación<br />

que proporciona, su belleza.<br />

Además de un sentimiento de plenitud,<br />

hay una sensación de victoria.<br />

Ya hemos visto lo peor; el miedo<br />

se fue. Estamos muy agradecidos por<br />

todo, incluso por haber sobrevivido a<br />

esta tragedia.<br />

La gratitud trae más felicidad, y<br />

la felicidad trae gratitud. Es un ciclo<br />

maravilloso, una vorágine alimentada<br />

por el bien, en lugar del abismo.<br />

Juegos mentales: Soluciones<br />

UN LUGAR SEGURO PARA<br />

ATERRIZAR<br />

El cuadrado<br />

blanco a la<br />

mitad de la<br />

tercera fila,<br />

desde la parte<br />

superior.<br />

ADICTOS AL CAFÉ<br />

Fernando. Él gasta 140 dólares a<br />

la semana, mientras que Karla<br />

gasta 111 dólares.<br />

BÚSQUEDA ESTELAR<br />

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4<br />

5<br />

10<br />

8<br />

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2 3<br />

1 5 1<br />

3<br />

51<br />

98<br />

21<br />

4<br />

4<br />

54<br />

76<br />

6<br />

2 4 3<br />

32<br />

40<br />

36 28 94<br />

5<br />

ADAPTADO DE THE WAY OF LETTING GO, DE WILMA DERKSEN (CON MODIFICACIONES HECHAS<br />

POR LA AUTORA). © 2017 POR WILMA DERKSEN. USADO CON AUTORIZACIÓN DE ZONDERVAN.

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