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Michel de Nostradamus - Centurias (2)

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Desde Sicilia, es decir, desde aquel mismo lugar donde Jasón hizo construir sus

naves, vendrá un espantoso y súbito diluvio del que nadie podrá escapar. El terrible

cataclismo hinchará hasta tal exceso las alborotadas aguas del mar que éstas llegarán a

sumergir toda la parte meridional de la península italiana y la furia de los desatados

elementos sólo se detendrá al pie de las colinas donde están los restos del teatro

romano de Fiesole, en Toscana.

En este punto, la profecía de Nostradamus sobre el futuro que nos aguarda parece

decir que el mal triunfará inconteniblemente sobre la tierra; por fortuna no será así

porque será de escasa duración su apoteosis. Se vislumbra ya la última y definitiva

lucha entre los hijos de las tinieblas, mandados por el Anticristo y los hijos de la Luz,

guiados por el Mesías.

El triunfo de la Gran Verdad

Dice Nostradamus que cuando el sol llegue al 20° del Toro, es decir, el día once de

mayo, la Tierra temblará y tragará a todos los espectadores; mientras tanto el aire se

oscurecerá y caerán sobre la Tierra las más densas tinieblas y Dios, con sus legiones de

ángeles y de santos, arrollará y arrumbará totalmente a la demoníaca criatura que

había querido escalar el cielo. Acometido y atacado por el rayo celeste, el Anticristo se

desplomará en la arena a incapaz de llevar a cabo las maravillas de las que había osado

resumir, se abismará en las entrañas de la tierra, vencido y derrotado. La justicia de

Dios se abatirá entonces sobre los secuaces de Satanás y causará entre los hombres

una terrible carnicería. De esta manera el gran nieto, es decir, el Anticristo descendiente

de Satanás, será constreñido a dejar la Tierra para nunca jamás volver a ella.

Entonces triunfará María, Madre de Dios (a la que Nostradamus indica como una

curiosa perífrasis, siendo «maría» el plural del nombre latino «mare»), de la cual se ha

dicho que «las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella».

El Anticristo, descendiente de la tribu (o califato) de Dan y su inspirador, Satanás,

temblarán ante el juicio que les espera.

Nostradamus ratifica y sanciona la fecha dé cuando va a suceder todo esto:

transcurridos veinte años santos o jubilares, lo cual equivale a decir después de veinte

siglos de la fundación de la Iglesia (indicada por el vidente, como de costumbre, con el

nombre de Luna, ya que Cristo es el verdadero Sol que ilumina con su luz a la Iglesia,

como el caso de nuestro satélite), o sea en el año siete mil del calendario judío,

calculado a partir de la expulsión de Adán y Eva del paraíso. Aquel año, otro retendrá la

monarquía; lo cual significa que el sol dejará de iluminar a la Tierra; mi profecía

entonces -añade Nostradamus- se habrá cumplido.

En aquel período próximo al acabamiento del segundo milenio, los muertos que

estarán en sus tumbas se presentarán de nuevo ante la presencia de Dios y las

espantosas hecatombes que tanto habrán afligido y atormentado al mundo aparecerán

como uno de los medios purificadores de los que Dios se ha valido para realizar sus

propios designios y no ya como una tragedia de la Humanidad, salvada y redimida.

Un gran juez juzgará los tiempos pasados, lo mismo que el presente, y pronunciará su

sentencia para los vivos y para los muertos, y todos aquellos que no comprendieron la

palabra de Dios serán por Él repudiados.

Finalmente Nostradamus, después de precisar que, conscientes de lo que les aguarda,

los hombres considerarán. el día de su muerte no ya como algo triste, sino como un

momento de gran regocijo y como un nacimiento a la vida espiritual, concluye diciendo

que el Espíritu Santo llenará de gozo y de felicidad a aquellas almas que, por la victoria

tan meritoriamente alcanzada, tendrán derecho a contemplar en toda su plenitud el

esplendor del Verbo.

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