Edicion 02 de septiembre 2020
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Diario Co Latino
Opinión
Miércoles
2 de septiembre de 2020 13
Sociología y otros Demonios (1019)
El pozo sin fondo: de la gripe
española a la gripe capital (2)
René Martínez Pineda
Sociólogo, UES
En 1918, ante el escaso
desarrollo de la medicina
que hacía creer que la
vida en la pobreza es el purgatorio
de otro planeta, la gente combatió
el virus aferrada a supersticiones sacadas
de su Macondo particular. Cien años
después –que no es nada, cantaría Gardel,
de vivir hoy- las cosas del imaginario popular
no han cambiado mucho, por eso la
pandemia del Coronavirus tuvo sus dosis de
misas multitudinarias, oraciones a la Virgen
Catalana de Blancas Pestañas y amuletos
benditos vendidos en línea, para ver si así el
virus retrocedía. Sin embargo, al igual que
cualquier tipo de reunión masiva, las misas
multitudinarias más que ser una cura son focos
de contagio.
Siguiendo con el paralelismo, recuerdo haber
leído que la primera oleada de gripe en
España tuvo lugar, precisamente, tras las celebraciones
del patrono de Madrid. La crónica
del contagio anunciado relata que la gente
se reunió en la pradera (que imagino custodiada
por Siete Sauces) y, una semana después
-22 de mayo de 1918- los periódicos decían
que todos estaban cayendo enfermos de
una rara gripe. La historia de la peste se repite
como dos grandes titulares -más allá del
tiempo- anunciando dos pandemias repentinas.
La incidencia mediática, del que es hoy
un remoto incidente, bautizó a la nueva gripe
como “española”, no obstante que se considera
como “paciente cero” a un cocinero
de un centro de instrucción militar en Kan-
-
La explicación de que se apellidara “española”
radica en el hecho de que, al mantenerse
neutral en la Primera Guerra Mundial, la
prensa de España le dio más cobertura a la
nueva enfermedad, dando la sensación de
que el epicentro inicial fue ese país.
Por el recuento de muertos, la Gripe Española
es considerada como “la madre de las
pandemias modernas”, aunque por el daño
a la economía mundial tal etiqueta le corresponde
a la del Coronavirus. En 1918 se
afrontó la pandemia sin vacunas (ni promesas
inmediatas de ellas), sin test, sin certezas
preventivas y, al igual de lo que se dijo al
principio de la pandemia actual, se esperaba
que las temperaturas altas del verano
frenaran, como por milagro, su transmisión,
cosa que no pasó en ambos eventos.
Aferrados a las creencias que deambulan en
los laberintos del imaginario llegó la marejada
del rebrote que fue más mortal en los lugares
pobres, sobre todo en España, producto de las
masivas celebraciones a la virgen y la relajación
te,
el virus actuó de forma deliberada para dar-
de Malthus: “en vez de recomendarles limpieza
a los pobres, hemos de aconsejarles lo contrario,
haremos más estrechas las calles, meteremos
más gente en las casas y trataremos de pro-
aparición
de alguna epidemia”. Y entonces, jalonado
por el delirio de morir una y otra vez a
manos del Coronavirus (¿o de la Gripe Española?),
vuelvo al pozo y el péndulo de Poe, porque
no se si estoy en 1918 o en 1920, pues siento
que “la oscilación del péndulo se efectúa en
un plano que forma ángulo recto con mi cuerpo.
Veo que la cuchilla del virus ha sido dispuesta
de modo que atraviese la región de mi corazón
sin mascarilla.
Rasgo la tela de mi traje, incinerado sin misa
de cuerpo presente ni novenario con pan dulce;
vuelvo a sufrir toda la angustia, se repite en mí
la operación una y otra vez”.
¡Qué terrible es saber que a pesar de las rudas
enseñanzas dadas por las pestes los sociólogos
no se consideran expertos en las mismas! Al
solo nos queda tomar una buena bocanada de
aire sin oxígeno; guardar en el bolsillo derecho
el penúltimo sueño de movilidad social; ponernos
la mascarilla -como quien se pone una de
las máscaras de Octavio Paz en su Laberinto de
la Soledad; y rezarle de rodillas a la Virgen de la
Nueva Concepción antes de poner un pie en la
calle y quedar a merced del corvo de un virus
rabioso, doloso y tan recurrente como la pobreza...
Y no saber si estoy en 1918 o en 1920, años
que se parecen también por la calaña de sus res-
mia
dependió –además de la inmunidad colectiva-
de la gestión de cada país bajo el aura de los
intereses de sus políticos y de los resultados que
cada país tuvo en la Primera Guerra Mundial;
sistema económico de cada país: rico o pobre.
Una pandemia se acaba cuando no hay transmisión
comunitaria incontrolada y los casos están
a un nivel bajo. Mientras eso sucede, la gente
se pregunta: ¿Cuándo putas terminará esta
nal
social, no por el biomédico, o sea que se
tricciones
públicas que trastocan su cotidianidad.
En la pandemia de la Gripe Española, por
ejemplo, el miedo social varió según el nivel de
información disponible y el tipo de daños internos
sufridos en la guerra. La guerra que se
vive en la pandemia actual es la de los políticos
opositores con los gobiernos de turno. En
todo caso, cuando los contagios bajan la gente
deja de preocuparse y se entra en la fase que llamo
“ebrietas plaga post” (embriaguez después
de la peste).
Así, tras la Gripe Española y la Primera Guerra
Mundial llegaron los libertinos años 20s
como tiempo-espacio de felicidad pública. La
población que sobrevivió entró en una fase de
embriaguez generalizada, tanto en lo sociocultural
como en lo económico, y lo mismo sucederá
hoy, al menos eso se deduce al observar el
comportamiento individual y social en los países
que salieron de la cuarentena. La “ebrietas
plaga post” imperó en las calles en 1920 e imperará
un siglo después, debido a que el encierro
social deteriora el imaginario y, ante eso, la única
salida visible es la de convertir los placeres
suntuosos o mundanos en necesidades cotidianas
básicas. Rompiendo el tiempo diría que ese
comportamiento similar a la embriaguez tiene
sus raíces culturales en las milenarias “danzas
de la muerte” que, por ignorancia, se hicieron
populares durante la peste negra del siglo XIV.
En el fondo, la gente quiere o aprende a vivir
con la muerte porque es un hecho vital anunciado,
y esa suicida condición me lleva a una frase
de “la máscara de la muerte roja”: “Había mucho
de lo bello, mucho de lo licencioso, mucho
de lo bizarro, algo de lo terrible y no poco de lo
que podría haber producido repugnancia.”
Construyendo una enseñanza dejada por las
pandemias de 1918 y 2020 diría que cualquier
-