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De pequeño me caí de la litera de arriba y me di un golpe
en la cabeza
Debía de tener como mucho tres o cuatro años. De pronto me desperté en mitad de la
noche, asustado y dolorido. Estaba en el suelo de mi cuarto, sobre la alfombra, junto a
la cama de mi hermana. Yo por entonces dormía en la litera de arriba, porque era el
mayor. Debí de llorar muy fuerte, porque enseguida llegaron papá y mamá en pijama
y con cara de dormidos. Me preguntaron dónde me dolía, me consolaron. Señalé la
cabeza, justo sobre la nuca y se miraron con preocupación. Papá sacó a mi hermana
de la cama y la puso en su carrito de bebé. Salimos hacia el hospital infantil en mitad
de la noche. Mamá iba sentada detrás, conmigo, y no paraba de hablarme. Mi pobre
hermana, que siempre ha tenido un carácter buenísimo, disfrutaba con aquel paseo
tan raro a aquellas horas de la madrugada. En urgencias me hicieron una radiografía y
algunas pruebas más. Pasé un ratito con mamá en una sala con las paredes pintadas
de amarillo, hasta que salió el médico y dijo:
—Todo está bien. Podéis volver a casa tranquilos.
A veces me da por pensar en aquella noche, en aquel golpe en la cabeza, en las
posibles consecuencias que los médicos igual no detectaron. ¿Y si mis problemas
para iniciar una conversación tienen que ver con aquel golpe en la cabeza? ¿Sería tan
despistado si no me hubiera caído? ¿Me daría cuenta de que estoy a punto de meter la
pata y no lo haría?
Cuando Keiko desapareció de pronto de mi vida, pensé muchas veces en aquella
noche. Pensé mucho en ella. Lamenté haberla ofendido, o haberle hecho daño.
Me habría gustado disculparme, pero no la volví a ver. A la siguiente clase de
piano, Abraham me dijo que Keiko no iba a volver más. Era una pena, dijo, porque
estaba progresando mucho. Abraham no entendía por qué se había largado, con lo
que parecía gustarle el piano. No me atreví a confesarle que yo tenía la culpa.
Tampoco me atreví a llamar a la madre de Keiko para aclarar las cosas. Temí que
también ella estuviera enfadada conmigo.
En fin. Nada nuevo. Ya os he dicho que soy un cobarde.
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