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—Es lo que has dicho —insistí, y señalé a los demás—. Hay testigos.
—Es verdad, tío, se lo has dicho —dijo alguien del equipo—. Veinte euros si se
terminaba el vaso entero y diez si solo se…
—¡Ya sé lo que he dicho, gracias! —cortó él, mientras sacaba de mala gana la
cartera del bolsillo de atrás. Me dio el único billete que llevaba sin dejar de mirarme
de aquella manera furibunda. Luego echó a andar hacia la puerta iluminada de
Before, que brillaba como la entrada de la gruta de Alí Babá.
Keiko se quedó de pie junto a mí. Parecía asustada. Me devolvió la cámara y me
preguntó:
—¿Estás bien?
Enseguida escuchamos la voz de Pedro que la llamaba:
—Keiko, ¿vienes o qué?
—¿Vamos? —me preguntó ella.
—Ve tirando. Ya voy —mentí.
Keiko tampoco parecía muy convencida.
—¿Tú has estado dentro alguna vez? —se refería a Before, claro.
Pensé bien qué debía decirle. La gente de mi edad valora mucho que vayas a
ciertos sitios. Ir a Before te convertía en miembro de un club de enterados. Tíos
mayores que saben lo que quieren. Algo así. Molaba.
—¿Yo? Eh… —balbuceé, porque no sabía si decir algo o decir la verdad.
—¿Es tan guay como dicen? —preguntó ella de nuevo.
—Depende de lo que te guste. Yo no soy muy de discotecas —me atreví a decir.
—En realidad, yo tampoco —reconoció ella—. De hecho, es la primera vez que
entraré en una.
En el fondo, Keiko era como yo. Una rara. Solo que no le gustaba serlo y se
estaba esforzando al máximo por transformarse en otra cosa.
—Entonces, ¿por qué quieres entrar?
—Bueno…, voy con Pedro. Él me gusta.
Escuchar estas palabras fue lo peor de la noche. Me dejé caer en el suelo, junto al
árbol, porque todo comenzaba a darme vueltas. Como si fuera un demonio al que
alguien acaba de convocar, el careto de Pedro apareció en ese instante a varios metros
de distancia. Parecía cabreado.
—Keiko, ¿vienes o te quedas ahí con ese?
Keiko me miró. Sentí cómo dudaba.
—¿Te encuentras bien? —me preguntó.
—Claro, no te preocupes por mí. He hecho esto muchas veces —volví a mentir.
—¿Te has emborrachado muchas veces?
—Claro —otra mentira—. ¿Tú no?
—No. Yo no bebo. En Japón está prohibidísimo beber antes de los veinte. ¿No lo
sabías?
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