You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
El tercer capítulo del manual de instrucciones de uso de un adolescente debería
titularse: «Nunca compares a un adolescente con todos los adolescentes». Y esto es lo
que diría: «Tienes que aprender que hay muchos tipos de adolescentes, que ellos lo
saben mejor que tú y que al decir este tipo de cosas solo estás poniendo en evidencia
tu ignorancia y haciendo sentir fatal a tu hijo o hija».
Hablamos durante un buen rato, la mayor parte del cual lo invertí en convencerla
de que dejara salir a Keiko el siguiente viernes. De nuestra conversación deduje
algunas cosas de Ángela: 1) Que formaba parte de esa categoría de personas adultas
que no tienen ni idea de lo que hace, piensa o quiere hacer su hija. 2) Que estaba
convencida de un montón de ideas falsas, como por ejemplo que Keiko y yo éramos
medio novios o que Before era una discoteca especial para menores de edad donde no
podía pasar nada malo ni peligroso. 3) Que no tenía ni idea de quién era Pedro o qué
tenía que ver con su hija. 4) Que estaba dispuesta a creerse cualquier cosa que yo le
contara.
Igualmente, me sentía fatal por participar en aquello.
—La dejo ir solo porque tú vas —me dijo—, pero te voy a pedir algo —la
escuché con toda mi atención. Keiko comenzaba a sentirse incómoda—. Cuida de
ella, por favor. Keiko es mucho más inocente que la gente de su edad que siempre
habéis vivido aquí. Y aún está muy descolocada.
Keiko protestó.
—Mamá, por favor. ¿Es necesario?
—¿Me lo prometes? —preguntó Ángela, mirándome a los ojos.
—Te lo prometo —dije, con absoluta sinceridad—. Cuidaré de ella.
—Entonces, estoy tranquila —zanjó, antes de añadir, mientras levantaba la taza
de té y proponía un brindis—: Kanpai!
Keiko y yo entrechocamos nuestras tazas de té y devolvimos el deseo:
—Kanpai!
Podría haberle dicho a la madre de Keiko que yo aún no sabía cuidar ni de mí
mismo, pero aquel día aún no lo había descubierto.
También podría haberle dicho que estaba enamorado de su hija y que eso me
volvía una persona poco de fiar, porque estaba dispuesto a hacer cualquier cosa que
ella me pidiera, incluso mentirle a alguien que me caía bien.
Al salir, Keiko me miró con cara de admiración.
—¡Eres alucinante, Alberto! ¡Eres saiko! —dijo.
—Te espero el sábado para tocar el piano —fue mi respuesta.
Según mis búsquedas por Internet, saiko es una palabra que utilizan, sobre todo,
los jóvenes japoneses. Viene a significar «el mejor».
Página 61