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Me gusta bucear
Me he pasado la vida yendo a clases de natación. Desde preescolar hasta cuarto de la
ESO. Un rollo. Como podéis imaginar, trece años dan para dominar todos los estilos:
braza, crawl, espalda, mariposa, delfín… Soy bastante bueno en todos. Aunque a mí
lo que de verdad me gusta es bucear. Me zambullo imitando los movimientos de los
peces y el mundo se transforma. Dentro del agua todo es lento, nadie tiene prisa. Los
sonidos se amortiguan. El mundo queda lejos. Me encanta esa sensación de estar en
otro mundo durante un rato, de alejarme. Cuando estoy muy agobiado, buceo un rato
y se me pasa.
Puede sonar un poco raro, pero aquella noche delante de Before, antes de que las
cosas empeoraran, me di cuenta de que estar con Keiko era como bucear. El tiempo
se desaceleraba, el mundo se alejaba, las preocupaciones desaparecían poco a poco.
Era como si en el mundo solo estuviéramos ella, yo y aquel banco oxidado.
Después de perdonarnos mutuamente, estuvimos un rato hablando de cosas sin
importancia. Las notas, el insti, las manías de su madre, sus gustos musicales. Le
conté lo de mi documental, ella me confesó que Carlos también le había hecho un
carné falso. Un regalo de Pedro. Esa fue la única vez que le nombró, como si de
pronto hubiera dejado de tener importancia. Como ocurre con el mundo cuando estás
buceando.
También hablamos de temas importantes. De su padre, por ejemplo. No sé cómo,
pero me contó cosas muy personales, de esas que no se le cuentan a todo el mundo.
Me hizo sentir especial. Y al mismo tiempo, me ayudó a comprenderla un poco
mejor. A conocerla.
Todos los buceadores sabemos que tarde o temprano tendremos que salir a la
superficie y descubrir que el mundo sigue ahí y que nos espera.
Así fue. De pronto escuchamos gritos cerca de nosotros. Primero no entendimos
qué decían. Luego reconocimos la voz de Pedro, que se acercaba. Se acercó a
nosotros dando grandes zancadas, parecía muy cabreado. Se nos echó encima y
agarró a Keiko del brazo.
—¿Qué haces aquí con este? —preguntó, rabioso.
—Nada, he salido a tomar el… —dijo Keiko.
—Vamos —tiró de Keiko, obligándola a levantarse.
—Me haces daño —se quejó ella.
No lo pensé. Aparté a Pedro de un empujón. Lo más fuerte que pude.
—Te ha dicho que la dejes en paz —espeté.
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