Los Tres Reyes Magos
Revista Guácara: Edición Especial dedicada a la tradición de Los Tres Reyes Magos. Disfruta los siguientes artículos: La fiesta de los Reyes Magos en Puerto Rico, Las parrandas de Reyes: centenaria tradición ,La magia de la navidad, nuestros niños y la fantasía sobre los Tres Reyes Magos, Festival de Reyes de Corcovada, Festival de los Reyes Magos en Vieques y su colección de platos de Reyes,La promesa a los Reyes Magos de Doña Diega y Don Chico, La magia de la Navidad y otras fantasías, Crónicas de la memoria: De San Nicolás cristiano a vendedor de Coca Cola, Regalo de Reyes, Sabías qué, Los Tres Reyes Magos en nuestra pintura y Cuento: Los Reyes de la abuela. Continuemos honrando nuestra cultura y defendiendo nuestras tradiciones. ¡Que vivan Los Reyes Magos!
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Cuento:
Los Reyes
de la Abuela
Por: Gladys Josefa Cruz
Tres Reyes Magos tallados por el artesano Miguel Santiago.
¡Que calor! – musitaba sofocada, mientras pensaba
en el largo trecho que le faltaba para llegar a su casa. Se
acordó de los santos y las vírgenes y empezó a rezar: ¡Santos
Reyes, por favor!, que aparezca un alma noble que pueda
darme pon. Recordó que Juana, su suegra, era fiel creyente
de los Tres Santos Reyes y que cada vez que Cheo Cuervo
llegaba borracho a perseguirla por todo el barrio, tratando de
atacarla con el cuchillo de sacar batatas, la vieja suplicaba:
¡Ay, Santos Reyes, por favor llévense a este loco, ya no lo
soporto! Y así estuvo rogando y rezando por 36 largos años
hasta que por fin los Reyes la complacieron (se tardaron tanto
porque los Reyes solo trabajan un día al año). Recordó el día
de Reyes, tan lejano, en que Juana la llamó a gritos: ¡Lola,
llegaron los Reyes, por fin! Cuando ella se asomó por la
ventana vio a Cheo tirado en el piso, ya tieso. Ese día el
velorio fue doble, por el difunto y para los Reyes.
Pero esta vez, los Reyes no se tardaron tanto y
la viuda salió de sus recuerdos al oír una amable voz que
le decía: ¿Va usted lejos? Se ve tan cansada… véngase,
nosotros la llevamos. Lo pensó un poco, pero la señora y el
esposo (pensó ella) se veían tan buena gente y ella estaba
agotada, que, sin encomendarse a nadie, ni siquiera a los Tres
Reyes, se subió al auto. Pensó en los Reyes y mentalmente
agradeció que atendieran su petición tan rápido. El camino
se acortó con la amena charla de los señores. Le contó la
señora buena gente que ella, (¡Qué casualidad!) andaba
buscando unos Reyes de Palo para enseñárselos a unos niños
que acudían todos los viernes a su casa para recibir la Santa
doctrina que ella les impartía.
-¿Usted no sabe quién tiene unos que pueda prestármelos?
Los cuidaría más que a mi vida y solo sería por un par de días.
La ya descansada y agradecida mujer llegó a su
casa y para no parecer desagradecida ofreció prestarle los
Reyes de la abuela. Aquellos Reyes que, desde años, ya ni
recordaba cuántos, bajaban de la tablilla cada 5 de enero.
Eran el entretenimiento gozoso de los doce nietos que los
limpiaban y pintaban para el velorio.
Evocó el último día de Reyes; ya la abuela no estaba.
Solo quedaba el cuarto con la cama de posiciones en una
esquina. Una nueva generación se arremolinaba alrededor
del altar y cantaban alegremente. Sonrió al recordar esos
momentos. Total – se dijo – estamos en septiembre y falta
mucho para el 5 de enero. Y, en el auto que la llevó a su
casa, se fueron los Tres Santos Reyes.
Amaneció el 5 de enero… ¡Ay, Santos Reyes!
¿Dónde están? Tan absorta estaba mirando la tablilla que
no pudo notar unos rayos de sol que iluminaban el cuarto y
la tablilla vacía. Se hicieron tan luminosos que la cegaron
por un instante, tuvo que cerrar los ojos para que la retina
no se la derritiera. Luego la envolvió una total oscuridad.
Llegó la noche, la despertó el bullicio de los nietos y la
música melancólica de aguinaldos: “Llegaron los Reyes,
llegaron los Reyes, bendito sea Dios, ellos van y vuelven, y
nosotros no…” La tonada golpeó su cerebro: ¿Qué dicen?
¿Qué llegaron los Reyes? La tablilla estaba vacía… Salió,
temerosa de enfrentarse a los nietos y al altar desnudo. No
podía creerlo, ante sus ojos estaba el altar y en él reposaban
los Reyes. También había regresado la pareja que aquel
ingrato día la llevó a su casa. Los Tres Santos Reyes eran tan
viejos que necesitaron tres largos meses para quedar como
nuevos. Los miró amorosamente y percibió en la carita de
Melchor una guiñada de complicidad…
(Cuento tomado de la revista Maguey, diciembre 1991.)