Los Tres Reyes Magos
Revista Guácara: Edición Especial dedicada a la tradición de Los Tres Reyes Magos. Disfruta los siguientes artículos: La fiesta de los Reyes Magos en Puerto Rico, Las parrandas de Reyes: centenaria tradición ,La magia de la navidad, nuestros niños y la fantasía sobre los Tres Reyes Magos, Festival de Reyes de Corcovada, Festival de los Reyes Magos en Vieques y su colección de platos de Reyes,La promesa a los Reyes Magos de Doña Diega y Don Chico, La magia de la Navidad y otras fantasías, Crónicas de la memoria: De San Nicolás cristiano a vendedor de Coca Cola, Regalo de Reyes, Sabías qué, Los Tres Reyes Magos en nuestra pintura y Cuento: Los Reyes de la abuela. Continuemos honrando nuestra cultura y defendiendo nuestras tradiciones. ¡Que vivan Los Reyes Magos!
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El campesino hizo suya la costumbre de visitar y la
alargó y la multiplicó a su gusto. En su obra costumbrista
de 1849, El jíbaro, Manuel Alonso cuenta de una invitación
que recibió para ir a trullar al campo. Desde su privilegiada
posición social, reaccionó: “Y, ¿quién conservará el carácter
de Dominé [o señor] ante un país entero que se regala,
danza y pasea sin acordarse más que de los Santos Reyes;
pretexto seguro para pasar dos días en deliciosa hartura y
variada holganza?” Salió con un grupo a caballo, detalle que
demuestra sus recursos. Llegaron a la primera casa, cantaron
aguinaldos improvisados, fueron invitados a entrar y después
de comer golosinas, empezó el baile. Y dice a continuación:
“[N]os pusimos a danzar junto con los jóvenes de la casa;
y no lo hubimos hecho media hora, cuando fue preciso que
nos despidiéramos para que subiera a ocupar nuestro lugar
otra trulla, que esperaba ya nuestra salida. Así pasamos toda
la noche de una a otra parte, y en todas, a poca distancia, se
repitió la misma escena; cogiéndonos el día sin que la venida
del sol nos alegrase, porque terminaba una noche de placer.” 2
Sobre las trullas de los campesinos concluyó Alonso:
“Las trullas de a pie se componen de gente pobre, que no por
eso se divierten menos; maraca en mano y tiple y carracho
bajo el brazo, caminan leguas enteras saltando barrancos,
vadeando ríos y trepando cerros, hasta que el sol les halla
muchas veces a gran distancia de sus casas; pero esto no les
importa; continúan su camino durante todo el día y la noche de
Reyes, sin regresar de su peregrinacion hasta el que sigue a este
último; esto es, a los tres de hacer abandonado sus Penates.” 3
Otra descripción correspondiente a unos 70 años
después, guarda parecido con la de Alonso. Andino Acevedo
González, que nació en el barrio Jagüey de Aguada en 1911,
quiso legar a sus nietos la memoria de cómo había sido
el mundo en que se crió. Introdujo el tema de la Navidad
diciendo: “La verdad es que, aunque no hubiera dinero
ni muy buena salud, nos divertíamos a nuestra manera, y
así olvidábamos temporeramente parte de las penas. No
podíamos desperdiciar aquella fugaz ocasión; ocasión que
pocas veces se nos presentaba con tanta abundancia de
diversiones y que nos hacía sentir los días más felices del
año. Era la época de ver más unidos a nuestros vecinos,
de reunirnos en una loma, en un batey o en una casa para
compartir alegrías, chistes y conversaciones…”
En la narración de Andino, lo que hacía grande el
día de Reyes eran las parrandas. Él las conocía de primera
mano, pues fue músico. Sobre ellas dijo: “Las parrandas se
cruzaban por los caminos, y la mayor parte de estas eran
las llamadas parrandas de los Reyes, cuyo objetivo era
pagar una promesa de hacer un velorio [o rosario] … En la
promesa había la condición de ir cantanto casa por casa un
aguinaldo con los tres Reyes Magos… [C]havo a chavo la
señora que debía la promesa iba juntando para comprar las
velas, las galletas, el café, el azúcar y el galón de cañita para
el velorio.” Si la casa donde llegaban era suficientemente
firme y grande, eran invitados a subir. El dueño pedía que
tocaran para bailar. Los más viejos protestaban porque se
trataba de una promesa y allí estaban los tres santos Reyes.
A todos se les iba dando un trago, incluyendo a mujeres y
niños. El rosario se llevaba a cabo la noche del mismo día
de la parranda. A las once o doce de la noche llegaba una
parranda y poco después otra. 4
Las parrandas sin promesas a los Reyes no diferían.
Se realizaban de día y de noche. En las nocturnas se bailaba
bajo una tenue luz de quinqué. “Había que ver aquellos
hombres —dijo Andino— con sus camisas ensopadas de
sudor, picaítos, con buen olor a cañita, unos calzados, otros
descalzos … Las mujeres también sudaban la gota gorda.
Cuando estaban bailando y el nene lloraba, dejaban de bailar
mientras le daban el pecho al nene… La mujer que fuera a un
baile, o no bailaba con nadie o bailaba con todos.” Cuando
surgían las peleas por quién bailaba con quién, o por pura
provocación, los músicos bajaban al batey y esperaban que
pasara para volver a subir. Las mujeres y niños se iban a una
alcoba. Las heridas leves eran lavadas y curadas; los heridos
seriamente eran llevados a su casa o al pueblo. Después de
los Reyes venían la octava y la octavita, para compensar por
las parrandas recibidas.
Asombrosamente, la narración de Andino termina
de la misma forma que lo hizo Manuel Alonso más de siete
décadas antes, ambos maravillándose de las largas distancias
recorridas por las parrandas y los pésimos caminos: “ [S]
e terminaba el baila a las dos de la madrugada para de allí
trasladarnos a un velorio que había tres o cuatro kilómetros
de distancia: subiendo y bajando cuestas y cruzando ríos y
montes a obscuras o con la luz de un jacho; las mujeres con
los niños más pequeños al hombro y los zapatos en la otra
mano, las que tenían zapatos …, mojados por un aguacero
en ocasiones. Estas hazañas solamente las podíamos hacer
nosotros los jíbaros, moldeados en las asperezas de la vida,
y no podíamos dejar perder estas pocas oportunidades de
diversión… Era la época de aprovechar la ocasión; ésta se
iba y hasta el otro año si estamos vivos.”
Notas:
1 Emilio M. Colón, editor, Primicias de las letras
puertorriqueñas: Aguinaldo puertorriqueño (1843); Álbum
puertorriqueño (1844); El cancionero de Borinquen (1846) (San
Juan, P.R., Instituto de Cultura Puertorriquena, 1970), p. 179.
2 Manuel Alonso, El jíbaro (San Juan: Cultural Puertorriqueña,
1986), 104.
3 En la mitología romana, Penates eran los dioses de las
despensas. Junto a manes o lares, eran espíritus de antepasados,
que oficiaban de protectores del hogar. El carracho parece haber
sido un instrumento que contenía granos.
4 Andino Acevedo González, ¡Qué tiempos aquellos!
(Río Piedras, Editorial de la Universidad de Puerto Rico, 1992),
Págs. 241-263.