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Valencia Escribe. Número 8.b

Número 8 de la Revista Digital Valencia Escribe, con más de cien páginas de relatos, micros, poesía, crítica literaria y una sección para los más pequeños.

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De hecho, siempre llevaba dos o tres encima,<br />

para hacer distintos trucos a los incautos<br />

vecinos.<br />

Sonia llegaba cansadísima del instituto,<br />

tras despertarse temprano, coger un autobús<br />

que tardaba una hora en llegar, pasar<br />

las horas estudiando las distintas asignaturas<br />

y volver en el mismo autobús. A veces<br />

tenía tiempo de hacer los deberes, pero,<br />

otras, se dedicaba a descargar tutoriales de<br />

internet para aprender trucos básicos con<br />

las cartas y otros artilugios. Su padre le<br />

había enseñado algunas cosas y ella deseaba<br />

conocer el resto.<br />

Una vez, su madre la pilló encerrada en<br />

la habitación ensayando con una bufanda.<br />

Puso el grito en el cielo:<br />

—¡No quiero oír hablar de trucos ni de<br />

chorradas de esas! Tu padre desapareció<br />

por culpa de la magia.<br />

Se quedó extrañada. Creía que se había<br />

escapado de casa o, al menos, eso decían<br />

algunas gentes del pueblo.<br />

—¡Déjate de tonterías! En la granja hay<br />

demasiado trabajo —volvió a insistir.<br />

Si ya estaba cansada, dedicarse a la magia<br />

de noche, escondida entre las sábanas,<br />

alumbrada por la luz de la linterna, hacía<br />

que, en ocasiones, se quedase dormida en<br />

el bus de ida o en el de vuelta.<br />

Algunos compañeros comenzaron a<br />

reírse de ella, pero no le preocupaba. Cada<br />

vez estaba más enganchada a la magia de<br />

cerca y le gustaba verlos rabiar cuando hacía<br />

aparecer una moneda de detrás de sus<br />

orejas o les cambiaba un billete de veinte<br />

por uno de diez. Así, iba juntando ahorros<br />

para su plan.<br />

Llegó el día de escaparse de casa en dirección<br />

a la ciudad. Quería convertirse en<br />

una maga famosa y que su padre, donde<br />

quiera que estuviese, reconociera su valía<br />

y, quizás, volviera.<br />

Llovía, cosa habitual en el pueblo,<br />

por lo que agarró el paraguas con mango<br />

en forma de pájaro de su padre. Fue a la<br />

alacena, a recoger unas latas para la fuga.<br />

Dispuesta a salir, con la mochila al hombro,<br />

un fogonazo la dejó ciega.<br />

Al despertar, una lluvia fina caía sobre<br />

ella y una mano amable y conocida se<br />

había posado sobre su hombro.<br />

—Llevo una eternidad esperándote —<br />

dijo su padre—. Menos mal que has traído<br />

el paraguas y un poco de comida. ¡Estoy<br />

calado hasta los huesos y me muero de<br />

hambre!<br />

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