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Valencia Escribe. Número 8.b

Número 8 de la Revista Digital Valencia Escribe, con más de cien páginas de relatos, micros, poesía, crítica literaria y una sección para los más pequeños.

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Estaba harto de la vida, de la<br />

gran farsa, de la política, de los<br />

políticos, de las mentiras de<br />

los medios de comunicación, de la alienación<br />

de las masas, del mundo en general, de<br />

los mafiosos con corbata que medraban en<br />

medio de los desastres y las guerras, de los<br />

progres millonarios que vendían milongas,<br />

de los ordenadores, las televisiones y los vídeojuegos<br />

hipnotizando a jóvenes y ancianos,<br />

el país cada vez más pobre y los ricos<br />

más ricos. «¿Dónde estaba la revolución<br />

que pregonaba mi viejo?». Detrás del muro<br />

de Berlín no estaba el paraíso socialista,<br />

solo había podredumbre y corrupción. Menudo<br />

timo. Lenin era un mentiroso y Stalin,<br />

un criminal de guerra. El Che hizo bien en<br />

morirse, por lo menos se vendían camisetas<br />

con su efigie. Debajo de los adoquines no<br />

estaba la arena de la playa sino el capitalismo<br />

más feroz. Los parias de la Tierra ya no<br />

cantaban la Internacional, sino que se ahogaban<br />

en el mar Mediterráneo. No iban a<br />

encandilarle con más cuentos para incautos.<br />

Le habían engañado siempre, desde la<br />

infancia, le mecieron con historias de magos<br />

y pesebres, vendedores de humo poderosos<br />

escribieron en el libro en blanco de<br />

su alma, y él había ido cayendo en todas las<br />

trampas que pusieron a su paso. Ahora, demasiado<br />

tarde, sabía que la vida también era<br />

mentira y el amor, un espejismo que mataba<br />

el tiempo. «Eran falsas tus promesas y mis<br />

besos». Se sentía tan cansado.<br />

Angelito colocó encima de la mesa la<br />

maleta en la que había guardado sus recuerdos<br />

antes de abandonar su casa de Madrid.<br />

Sacó los libros. Mejor destruirlos. ¿Para qué<br />

tanta sabiduría? La ignorancia y la posverdad<br />

habían ganado la batalla. Las noticias<br />

falsas se subían por las paredes de internet y<br />

lo inundaban de bazofia para los adoradores<br />

del becerro de oro de la tecnología. Tiró los<br />

libros al suelo, se desparramaron a su alrededor.<br />

«¿Para qué?, ¿para qué?», se repetía<br />

en voz baja. Miró su colección de discos y<br />

DVDs. También los sacó de la maleta. Cogió<br />

uno con la mano al azar, del siglo pasado,<br />

Quilapayún, el pueblo unido jamás será<br />

vencido. «¡Seré imbécil!» Pisoteó el disco.<br />

La maleta era el testigo mudo de su derrota,<br />

del fracaso de su vida que se marchaba<br />

por el estercolero. Era un náufrago camino<br />

de la nada. Angelito extrajo los álbumes<br />

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