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LA INFIDENTE DE SÍ MISMA
P
or la ventana, el cielo gris, ceniciento, color de plata oxidada —el cielo
suave, dulce de París—. Y en la estancia, lejos de España, lejos de los
millones de bolitas de oro en el follaje, un librito sobre un mueble; un librito
que Virginia Puig ha llevado entre sus manos blancas, ha leído, ha dejado en
otro mueble, ha cogido de nuevo; ha estado con la vista fija en sus páginas,
sin verlas; ha leído y tornado a leer. Y este librito ahora, aquí en París, entre
las cuatro paredes del cuarto del hotel, no es uno, son muchos; en torno a este
breve volumen se han polarizado allá abajo, junto al Mediterráneo, todas las
sensaciones, sus estados de espíritu, sus meditaciones largas y silenciosas, sus
goces callados, sus desdenes altivos, fieros… Y ahora este librito lo llena todo
en la estancia, se halla en un mueble, se encuentra en todos los muebles; está
sobre una mesa, sobre una silla, sobre el edredón terso de la cama; tropiezan
con él los ojos cuando van a mirar el cielo —el cielo suave y gris de la gran
ciudad—, o cuando tratan de posarse en una vieja estampa que Virginia ha
colgado en uno de los muros, o cuando desciende la vista al suelo y Virginia,
en un momento de abstracción, indiferente a todo —menos a sí misma—, lo
pone en sus pies breves, diminutos, gordezuelos, con una ligera arcatura
carnosita, bajo la cinta de seda o cuero que lo oprime, y deja en la blanda
carne marcada una huella. Y el librito —Baudelaire, Choix de poésies—
ejerce su tiranía sobre la persona de Virginia y sobre las cosas. En un ancho
espejo se refleja la figura de la esbelta muchacha, y en su torno, rodeándolo
como un halo pintoresco, absurdo, aparecen docenas, centenares, millares de
ejemplares de este librito.
El silencio es profundo; las manos finas y blancas van en busca de este
breve volumen; sus páginas aparecen cortadas, rayadas por los renglones de
los versos; las miradas de Virginia se posan en ellas; pero el espíritu, la
imaginación, la personalidad espiritual toda de Virginia se escapa allá lejos,
allá abajo, a España, cabe el Mediterráneo azul, junto al extenso, fosco,
espeso naranjal cuajado de millares de puntitos rojos, áureos.
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