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Blanco en azul - Azorin

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El domingo, por la mañana, míster Brown, el payaso —el payaso de la

compañía que actúa en Albacete—, se despierta sin fiebre; se levanta; da una

gran voz; acude doña María, la dueña de la casa de huéspedes… En el

momento en que míster Brown le participa a doña María que va a trabajar esta

tarde, llega el poeta en automóvil a Madrid. Su destino se ha decidido en este

momento; míster Brown trabaja esta tarde, y el poeta —por esta causa— va a

perecer. El obrero del taller de reparaciones no trabajará en la compostura del

farol; deserta del taller; va a presenciar la reaparición en el circo del popular

payaso. Pero el dueño del camión ha de salir, sin falta, la misma noche para

hacer su viaje. El camión, cargado de bocoyes de vino, saldrá de Albacete,

por la noche, con dirección a Alcázar de San Juan. El poeta Félix Vargas, el

ficticio, ha llegado ya a Madrid; está, a la hora en que el camión sale de

Albacete, con sus amigos, en un café. Uno de ellos le invita a un viaje a la

capital citada; salen momentos después vertiginosamente, en un automóvil

soberbio; el camión lleva un solo farol…

El poeta se detiene; si, esta concatenación de las imágenes es lo que

conviene; ya todas las circunstancias han sido dispuestas, agrupadas,

concertadas de modo que la catástrofe se produzca. Un reguero de luz, la luz

de los potentes faros del automóvil, pasa veloz por la carretera, en las

tinieblas de la noche. De pronto, el conductor divisa, en la carretera, un farol,

el del camión; el auto camina por la derecha; el conductor imagina que el

farol del camión se halla también en la derecha del vehículo. Y de pronto, el

choque, terrible, formidable, se produce. Un montón de hierros retorcidos,

cristales, astillas, planchas abolladas, sangre, débiles gemidos, un estertor de

agonía.

El poeta, el verdadero, lleva su pensamiento a otro asunto.

Provisionalmente, el cuento está construido; después vendrán los detalles.

Dejemos reposar la imaginación; hagamos otra cosa. Félix Vargas baja desde

Errondo-Aundi a San Sebastián; va en busca de su amigo Pedro Magán; están

citados para dar un paseo en el nuevo automóvil de este último. Camina

despacio, satisfecho, el poeta. No ha perdido la mañana; con voluptuosidad,

sin querer, va perfilando el cuento imaginado; pone un pormenor aquí; retoca

otra circunstancia. Ha llegado ya a la ciudad; pasa por delante de un café. Se

ha detenido antes, un momento, en el paseo de los Fueros, y desde allí ha

contemplado, allá arriba, la casita blanca con las ventanas verdes. ¿Quién está

en el café?

—¡Félix! ¡Félix!

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