alexandra guggenheim - Punto de Lectura

de la cual se extendía un jardín pequeño y cuidado con
primor.
—Aquí duerme mi hija.
El maestro señaló un armario-cama oculto tras
unos cortinajes de color azul oscuro, en nuestra casa
de Muiderkamp también los teníamos así.
—Cornelia ha ido a pasar un par de días con mi
nuera. Magdalena espera un hijo, pero no se encuentra
bien y mi hija ha querido ayudarla un poco con las tareas
de la casa.
El maestro cerró los ojos un instante y emitió un
leve suspiro. Parecía preocupado.
Por debajo de la escalera se llegaba a la habitación
donde dormía Rebekka, la vieja criada. En la planta superior
estaba el taller, que no había visto bien cuando
llegué debido a la emoción. Tenía dos ventanas que se
asomaban al Rozengracht. Delante de ellas había un
caballete dispuesto de modo que la luz del sol caía sobre
el lienzo por el lado izquierdo. Se trataba de un retrato
aún incompleto del maestro. A su lado había una
mesita con todo tipo de pinturas, pinceles y botes.
Junto a una de las paredes había una estantería
que llegaba casi hasta el techo, repleta de botellas oscuras
y recipientes de distintos tamaños. De las paredes
colgaban, yuxtapuestos o unos encima de otros, escudos,
flechas, arcos y lanzas, tapices e incontables
pinturas. El maestro descorrió las desgastadas cortinas
que protegían los cuadros del polvo. Me dijo con orgullo
que uno era de Jan Lievens, con quien había trabajado
en el taller cuando era joven. Había otros de
Hercules Seghers y de Pieter Lastmann, con el último
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