alexandra guggenheim - Punto de Lectura

los cuadernos. Con una caligrafía delicada y llena de florituras,
en aquellas páginas se daba noticia de algo que
me dejó boquiabierta. Leí sin parar. Estuve muchas horas
enfrascada en aquellos cuadernos, sin tocar el té ni las
pastas. Heer Hoogewerff lo entendería.
Cuando embarqué aquella tarde en el vuelo de regreso
a casa llevaba en la maleta tres diarios escritos en
lengua neerlandesa, con una última anotación fechada
en el año 1723. Podía tratarse de una falsificación
excelente o de un hallazgo sensacional. Si se demostraba
su autenticidad, aquellos diarios aportarían una
perspectiva totalmente novedosa del último año de vida
del pintor holandés más célebre de todos los tiempos:
Rembrandt van Rijn.
Solicité a los expertos de la Institución Federal para
el Control de Materiales, de Berlín, que emitieran
un dictamen sobre los cuadernos; seis semanas después
tenían los resultados. Los grafólogos estaban
convencidos de que la autoría era atribuible a una sola
persona. El análisis realizado en el laboratorio determinaba
que las hojas no contenían fibra de madera, sino
únicamente pequeños restos de tela, el material
usado desde la Edad Media para la fabricación del papel,
hasta que fue reemplazado por la madera a mediados
del siglo XIX.
Al principio, para solidificar el papel se recubría
de alumbre y cola hecha de huesos de procedencia animal.
Los pliegos se alisaban a mano y no con un rodillo
mecánico de satinado, como se empezó a hacer a
partir del siglo XVIII. En la investigación físico-química
se comparó la tinta con la de un documento holandés
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