alexandra guggenheim - Punto de Lectura
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Prólogo<br />
Recibí la llamada un viernes a las ocho <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong><br />
mientras <strong>de</strong>shacía el equipaje. Llevaba sólo una hora<br />
en casa tras volver <strong>de</strong> un congreso <strong>de</strong> historia <strong>de</strong>l arte<br />
<strong>de</strong>dicado a la pintura barroca holan<strong>de</strong>sa. Era Heer<br />
Hoogewerff preguntándome cuándo pensaba visitar<br />
<strong>de</strong> nuevo su establecimiento, pues acababa <strong>de</strong> recibir<br />
una entrega interesante. (Hoogewerff, un anticuario<br />
<strong>de</strong> Ámsterdam que rehuye la publicidad, me ha pedido<br />
que no <strong>de</strong>svele su verda<strong>de</strong>ro nombre). En cualquier<br />
caso, me aconsejó que me diera prisa.<br />
Sentía una enorme curiosidad, así que aquella<br />
misma tar<strong>de</strong> reservé un vuelo por Internet y tres días<br />
<strong>de</strong>spués estaba en Ámsterdam. Entré en la tienda con<br />
gran expectación, acompañada <strong>de</strong>l tintineo habitual<br />
<strong>de</strong>l timbre <strong>de</strong> la puerta.<br />
Heer Hoogewerff, un hombre elegante <strong>de</strong> mediana<br />
edad, no muy alto, con el pelo gris bien cortado y<br />
anteojos, ya me tenía preparados en su oficina té y botterkoekjes*.<br />
Sobre su escritorio había una maleta <strong>de</strong><br />
cuero marrón <strong>de</strong>sgastado. La abrió y contemplé con<br />
* Típicas pastas holan<strong>de</strong>sas <strong>de</strong> mantequilla. (N. <strong>de</strong>l T.)<br />
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