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alexandra guggenheim - Punto de Lectura

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www.punto<strong>de</strong>lectura.com<br />

ALEXANDRA GUGGENHEIM<br />

El discípulo <strong>de</strong> Rembrandt


Alexandra Guggenheim nació en el Bajo<br />

Rin y es doctora en Historia <strong>de</strong>l Arte. Después<br />

<strong>de</strong> <strong>de</strong>dicarse durante varios años a la investigación<br />

en la Universidad <strong>de</strong> Colonia, trabaja<br />

hoy en día como editora free lance y escribe<br />

relatos breves. Des<strong>de</strong> hace diez años vive cerca<br />

<strong>de</strong> Hamburgo. El discípulo <strong>de</strong> Rembrandt es su<br />

primera novela.


ALEXANDRA GUGGENHEIM<br />

El discípulo <strong>de</strong> Rembrandt<br />

Traducción <strong>de</strong> Javier Elena Miguel


Título: El discípulo <strong>de</strong> Rembrandt<br />

Título original: Der Gehilfe <strong>de</strong>s Malers<br />

© 2006, Rowohlt Verlag GmbH, Reinbek bei Hamburg<br />

Traducción: Javier Elena Miguel<br />

© De esta edición: enero 2008, <strong>Punto</strong> <strong>de</strong> <strong>Lectura</strong>, S.L.<br />

Torrelaguna, 60. 28043 Madrid (España) www.punto<strong>de</strong>lectura.com<br />

ISBN: 978-84-663-2191-4<br />

Depósito legal: B-51.632-2007<br />

Impreso en España – Printed in Spain<br />

Diseño <strong>de</strong> portada: Pdl<br />

Diseño <strong>de</strong> colección: Más!grafica<br />

Impreso por Litografía Rosés, S.A.<br />

Todos los <strong>de</strong>rechos reservados. Esta publicación<br />

no pue<strong>de</strong> ser reproducida, ni en todo ni en parte,<br />

ni registrada en o transmitida por, un sistema <strong>de</strong><br />

recuperación <strong>de</strong> información, en ninguna forma<br />

ni por ningún medio, sea mecánico, fotoquímico,<br />

electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia,<br />

o cualquier otro, sin el permiso previo por escrito<br />

<strong>de</strong> la editorial.


Para Andreas y Pauline


Prólogo<br />

Recibí la llamada un viernes a las ocho <strong>de</strong> la tar<strong>de</strong><br />

mientras <strong>de</strong>shacía el equipaje. Llevaba sólo una hora<br />

en casa tras volver <strong>de</strong> un congreso <strong>de</strong> historia <strong>de</strong>l arte<br />

<strong>de</strong>dicado a la pintura barroca holan<strong>de</strong>sa. Era Heer<br />

Hoogewerff preguntándome cuándo pensaba visitar<br />

<strong>de</strong> nuevo su establecimiento, pues acababa <strong>de</strong> recibir<br />

una entrega interesante. (Hoogewerff, un anticuario<br />

<strong>de</strong> Ámsterdam que rehuye la publicidad, me ha pedido<br />

que no <strong>de</strong>svele su verda<strong>de</strong>ro nombre). En cualquier<br />

caso, me aconsejó que me diera prisa.<br />

Sentía una enorme curiosidad, así que aquella<br />

misma tar<strong>de</strong> reservé un vuelo por Internet y tres días<br />

<strong>de</strong>spués estaba en Ámsterdam. Entré en la tienda con<br />

gran expectación, acompañada <strong>de</strong>l tintineo habitual<br />

<strong>de</strong>l timbre <strong>de</strong> la puerta.<br />

Heer Hoogewerff, un hombre elegante <strong>de</strong> mediana<br />

edad, no muy alto, con el pelo gris bien cortado y<br />

anteojos, ya me tenía preparados en su oficina té y botterkoekjes*.<br />

Sobre su escritorio había una maleta <strong>de</strong><br />

cuero marrón <strong>de</strong>sgastado. La abrió y contemplé con<br />

* Típicas pastas holan<strong>de</strong>sas <strong>de</strong> mantequilla. (N. <strong>de</strong>l T.)<br />

9


asombro un revoltijo <strong>de</strong> libros, álbumes fotográficos,<br />

una cubertería <strong>de</strong> plata, varias ca<strong>de</strong>nas <strong>de</strong> oro y unos<br />

sobres <strong>de</strong> color pardo rotulados con una esmerada caligrafía.<br />

—Todo pertenece a la herencia <strong>de</strong> una buena cliente<br />

mía —me explicó el anticuario—. Uno <strong>de</strong> sus antepasados<br />

fue pintor <strong>de</strong> bo<strong>de</strong>gones. La señora murió hace<br />

dos semanas a la avanzada edad <strong>de</strong> noventa y tres<br />

años. Sólo le quedaba una sobrina en Australia. Fue<br />

ella quien me trajo esta maleta, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> un par <strong>de</strong><br />

cuadros y varias figuras <strong>de</strong> porcelana.<br />

De una sola ojeada pu<strong>de</strong> comprobar que entre los<br />

libros había rarezas bibliográficas, como una Biblia<br />

holan<strong>de</strong>sa <strong>de</strong> 1668 o una primera edición <strong>de</strong> la Aca<strong>de</strong>mia<br />

alemana <strong>de</strong> las nobles artes <strong>de</strong> la arquitectura, la escultura<br />

y la pintura, <strong>de</strong> Joachim von Sandrart, publicada<br />

en el año 1679.<br />

No obstante, mi mano se vio misteriosamente atraída<br />

por tres cua<strong>de</strong>rnos poco llamativos en cuyas tapas tenían<br />

troqueladas las letras «S» y «B» en la esquina inferior.<br />

Las hojas, escritas por una sola cara, no estaban<br />

<strong>de</strong>masiado amarillentas y la tinta aún era nítida. Enseguida<br />

supuse que los cua<strong>de</strong>rnos <strong>de</strong>bían ser antiguos,<br />

aunque no parecían dañados por el fuego, la humedad<br />

ni los roedores, ni presentaban ninguna otra huella<br />

propia <strong>de</strong>l uso. Era como si un día los hubiesen cerrado<br />

y nadie hubiera vuelto a abrirlos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces.<br />

Heer Hoogewerff me invitó a examinarlo todo tranquilamente<br />

en su oficina. Salió cerrando la puerta con<br />

cuidado mientras yo me instalaba en un sillón Chippendale<br />

color bur<strong>de</strong>os situado en un rincón y abría uno <strong>de</strong><br />

10


los cua<strong>de</strong>rnos. Con una caligrafía <strong>de</strong>licada y llena <strong>de</strong> florituras,<br />

en aquellas páginas se daba noticia <strong>de</strong> algo que<br />

me <strong>de</strong>jó boquiabierta. Leí sin parar. Estuve muchas horas<br />

enfrascada en aquellos cua<strong>de</strong>rnos, sin tocar el té ni las<br />

pastas. Heer Hoogewerff lo enten<strong>de</strong>ría.<br />

Cuando embarqué aquella tar<strong>de</strong> en el vuelo <strong>de</strong> regreso<br />

a casa llevaba en la maleta tres diarios escritos en<br />

lengua neerlan<strong>de</strong>sa, con una última anotación fechada<br />

en el año 1723. Podía tratarse <strong>de</strong> una falsificación<br />

excelente o <strong>de</strong> un hallazgo sensacional. Si se <strong>de</strong>mostraba<br />

su autenticidad, aquellos diarios aportarían una<br />

perspectiva totalmente novedosa <strong>de</strong>l último año <strong>de</strong> vida<br />

<strong>de</strong>l pintor holandés más célebre <strong>de</strong> todos los tiempos:<br />

Rembrandt van Rijn.<br />

Solicité a los expertos <strong>de</strong> la Institución Fe<strong>de</strong>ral para<br />

el Control <strong>de</strong> Materiales, <strong>de</strong> Berlín, que emitieran<br />

un dictamen sobre los cua<strong>de</strong>rnos; seis semanas <strong>de</strong>spués<br />

tenían los resultados. Los grafólogos estaban<br />

convencidos <strong>de</strong> que la autoría era atribuible a una sola<br />

persona. El análisis realizado en el laboratorio <strong>de</strong>terminaba<br />

que las hojas no contenían fibra <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, sino<br />

únicamente pequeños restos <strong>de</strong> tela, el material<br />

usado <strong>de</strong>s<strong>de</strong> la Edad Media para la fabricación <strong>de</strong>l papel,<br />

hasta que fue reemplazado por la ma<strong>de</strong>ra a mediados<br />

<strong>de</strong>l siglo XIX.<br />

Al principio, para solidificar el papel se recubría<br />

<strong>de</strong> alumbre y cola hecha <strong>de</strong> huesos <strong>de</strong> proce<strong>de</strong>ncia animal.<br />

Los pliegos se alisaban a mano y no con un rodillo<br />

mecánico <strong>de</strong> satinado, como se empezó a hacer a<br />

partir <strong>de</strong>l siglo XVIII. En la investigación físico-química<br />

se comparó la tinta con la <strong>de</strong> un documento holandés<br />

11


<strong>de</strong>l año 1721. La mezcla era la misma: bugallas, goma<br />

arábiga, aloe, sal y vino, y también las proporciones<br />

coincidían.<br />

Así quedó <strong>de</strong>mostrado que los diarios databan <strong>de</strong>l<br />

primer tercio <strong>de</strong>l siglo XVIII. Algo más complejo resultaba<br />

el <strong>de</strong>scifrado <strong>de</strong> la caligrafía, y más aún la traducción,<br />

puesto que mis conocimientos <strong>de</strong>l neerlandés se<br />

limitan al registro coloquial <strong>de</strong>l siglo XVI.<br />

Enseguida me acordé <strong>de</strong> un viejo amigo historiador<br />

que había vivido muchos años en Holanda, y que<br />

me ofreció su ayuda <strong>de</strong>sinteresada para verter los cua<strong>de</strong>rnos<br />

al alemán. Así pues, me dispuse a transcribir el<br />

texto. El mayor <strong>de</strong>safío consistió en respetar la voz <strong>de</strong>l<br />

cronista, y al mismo tiempo acercarla —sin traicionar<br />

sus peculiarida<strong>de</strong>s— a nuestros usos lingüísticos <strong>de</strong> hoy.<br />

A continuación ofrezco al público los recuerdos<br />

<strong>de</strong> Samuel Bol, tal como él mismo los anotó hace casi<br />

trescientos años.<br />

12<br />

Alexandra Guggenheim<br />

Hamburgo, enero <strong>de</strong>l 2006


Primer cua<strong>de</strong>rno


Advertencia previa <strong>de</strong>l autor<br />

Hace un mes sentí por vez primera esta opresión en el<br />

pecho, como si una mano <strong>de</strong> hierro me apretara el corazón.<br />

Y <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces la he sentido todos los días. De modo que así<br />

es como se anuncia el fin, el fin <strong>de</strong> un hombre que ha gozado<br />

<strong>de</strong> una existencia libre <strong>de</strong> la peste, <strong>de</strong>l hambre y <strong>de</strong> otras <strong>de</strong>sventuras,<br />

por todo lo cual expreso al Todopo<strong>de</strong>roso mi más<br />

profunda gratitud.<br />

El pasado invierno cumplí setenta y un años. Pocas<br />

personas viven hasta una edad tan avanzada, así que no<br />

puedo quejarme <strong>de</strong> mi <strong>de</strong>stino. Hace cinco años que mi Lena<br />

se marchó para siempre. Des<strong>de</strong> entonces vivo en la casa <strong>de</strong><br />

mi hijo mayor y disfruto <strong>de</strong> la compañía <strong>de</strong> mis nietos.<br />

Mi mujer y yo estuvimos casados veinticinco años y educamos<br />

a tres hijos. Los tres han aprendido oficios respetables,<br />

y también ellos se preocupan por su familia tal y como les enseñamos<br />

con nuestro ejemplo. He obe<strong>de</strong>cido los mandamientos<br />

<strong>de</strong>l Señor. Mi afán ha sido siempre ser justo con todos y<br />

mantenerme alejado <strong>de</strong> la vanidad y la hipocresía. «Ahí<br />

viene Samuel Bol —<strong>de</strong>cía la gente por la calle—. Es un hombre<br />

honrado».<br />

Sin embargo, siento un peso en el alma que no me <strong>de</strong>ja<br />

<strong>de</strong>scansar. Los recuerdos me persiguen como si todo hubiese<br />

sucedido ayer. Nunca he hablado <strong>de</strong> esto con nadie.<br />

15


Se acerca el momento <strong>de</strong> rendir cuentas <strong>de</strong> mi vida.<br />

Quiero <strong>de</strong>jarlo todo por escrito tal como sucedió en realidad,<br />

sin omitir ni disimular nada, y po<strong>de</strong>r así comparecer ante<br />

el tribunal <strong>de</strong> Nuestro Señor con la conciencia tranquila.<br />

Me gustaría intentar narrar esta historia con la voz <strong>de</strong>l muchacho<br />

adolescente que era entonces, y ver <strong>de</strong> nuevo el mundo<br />

a través <strong>de</strong> sus ojos. Así pues, comenzaré con aquel día <strong>de</strong>l<br />

otoño <strong>de</strong> 1668 en que metí todas mis pertenencias en un cesto<br />

y abandoné mi al<strong>de</strong>a natal, al sur <strong>de</strong>l Zui<strong>de</strong>rzee.<br />

16


Octubre <strong>de</strong> 1668<br />

El corazón se me aceleró cuando vi aparecer en el<br />

horizonte el perfil <strong>de</strong> la ciudad <strong>de</strong> Ámsterdam. El cochero,<br />

que nos había llevado <strong>de</strong> buena mañana, tiró <strong>de</strong><br />

las riendas <strong>de</strong> su viejo y cansado jamelgo hasta que éste<br />

se <strong>de</strong>tuvo. Nos bajamos allí, pues nuestros caminos se<br />

separaban al llegar a aquel estrecho sen<strong>de</strong>ro.<br />

Divisamos a lo lejos las torres <strong>de</strong> las iglesias, que<br />

se elevaban por encima <strong>de</strong> los tejados <strong>de</strong>l caserío. Pronto<br />

distinguimos las enormes aspas <strong>de</strong> los molinos <strong>de</strong><br />

viento y los mástiles <strong>de</strong> los gran<strong>de</strong>s barcos mercantes<br />

atracados en el puerto. Nos <strong>de</strong>tuvimos un momento.<br />

—Allí es don<strong>de</strong> vas a pasar los próximos años <strong>de</strong><br />

tu vida. —Mi padre me miró preocupado—. Tienes<br />

que ser precavido, Samuel. Ámsterdam es una ciudad<br />

llena <strong>de</strong> tentaciones y <strong>de</strong> peligros y tú hasta ahora nunca<br />

has salido <strong>de</strong> casa.<br />

—Pero, padre —le repliqué <strong>de</strong> inmediato—, pronto<br />

cumpliré diecisiete años. Quiero apren<strong>de</strong>r el oficio<br />

que más me gusta y en el pueblo no hay nadie que pueda<br />

enseñármelo. Ha sido una gran suerte para todos<br />

que el pastor Goltzius me consiguiera una recomendación<br />

en Ámsterdam.<br />

17


En realidad, no solo quería dar ánimos a mi padre,<br />

sino también a mí mismo. Por supuesto que sentía<br />

algo <strong>de</strong> inquietud ante la perspectiva <strong>de</strong> mi nueva vida,<br />

alejado <strong>de</strong> la familia. Hasta entonces solo conocía<br />

Mui<strong>de</strong>rkamp, el pueblo don<strong>de</strong> nací, y a sus lugareños.<br />

Éramos seis hermanos en total, y otros cuatro habían<br />

muerto poco <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> nacer. Mi padre cultivaba<br />

flores y las vendía. De tar<strong>de</strong> en tar<strong>de</strong>, mi madre también<br />

aportaba algo a<strong>de</strong>centando cadáveres. No obstante,<br />

el dinero apenas alcanzaba para alimentar ocho bocas<br />

hambrientas y rara vez llegaba la carne a nuestra<br />

mesa. Nosotros, los niños, dormíamos en dos camas y<br />

siempre llevábamos los zapatos agujereados. A pesar<br />

<strong>de</strong> todo no nos quejábamos <strong>de</strong> nuestra suerte; al contrario,<br />

en casa nunca faltaban las risas y los cantos. Todas<br />

las noches rezábamos juntos para dar gracias al Señor<br />

por darnos salud y un techo bajo el que cobijarnos.<br />

La vida discurría tranquila y monótona en Mui<strong>de</strong>rkamp.<br />

A veces llegaban gentes <strong>de</strong> fuera en carruajes<br />

con escudos dorados y lujosos herrajes. Sus ocupantes<br />

pernoctaban en la posada Het Gou<strong>de</strong>n Anker, frente a<br />

la iglesia, y todos los niños mirábamos boquiabiertos<br />

sus enormes sombreros negros, sus zapatos bruñidos y<br />

los elegantes gabanes con gran<strong>de</strong>s cuellos blancos <strong>de</strong><br />

encaje. En el pueblo no había nadie que vistiera así.<br />

Se <strong>de</strong>cía que aquellos hombres eran merca<strong>de</strong>res <strong>de</strong><br />

Ámsterdam que viajaban por todo el mundo haciendo<br />

negocios. Mientras ellos comían y bebían en la posada,<br />

entrábamos a hurtadillas en el establo para acariciar la<br />

piel suave y sedosa <strong>de</strong> sus caballos, tan distintos al tacto<br />

<strong>de</strong> la nuestra, encallecida <strong>de</strong> arrastrar el arado por los<br />

18


campos en primavera y otoño y <strong>de</strong> transportar en pesadas<br />

carretas el heno a los graneros en verano.<br />

Cuando terminé la escuela me encomendaron al cuidado<br />

<strong>de</strong> mi tío Albert Flinck, que vivía sólo a dos calles,<br />

para que me enseñara a hacer trajes y calzas. Durante<br />

un año entero, <strong>de</strong> la mañana a la noche, mis tareas fueron<br />

mantener limpio el taller, enhebrar las agujas a mi<br />

tío y planchar camisas. Después ya pu<strong>de</strong> hacer calceta<br />

y coser las gorras <strong>de</strong> fieltro que entonces se utilizaban.<br />

La gente <strong>de</strong>l pueblo no necesitaba para cubrirse<br />

más que unas cuantas prendas recias: camisa, calzones,<br />

jubón, chambergo y una chaqueta <strong>de</strong> labriego. Los domingos,<br />

para ir a misa, los hombres se ponían un sobretodo,<br />

<strong>de</strong> lino en verano y <strong>de</strong> lana en invierno. Las<br />

mujeres vestían, a<strong>de</strong>más <strong>de</strong> camisola, falda y corpiño,<br />

un pañuelo a la cabeza y cofia los días <strong>de</strong> guardar. Cuando<br />

el frío arreciaba no tenían más que ponerse una capa<br />

<strong>de</strong> ropa encima <strong>de</strong> otra.<br />

El trabajo en el taller era aburrido y no me daba<br />

satisfacciones. Me dolían las yemas <strong>de</strong> los <strong>de</strong>dos por<br />

culpa <strong>de</strong> los pinchazos <strong>de</strong> las agujas. Sin embargo, a mi<br />

familia le vino bien el sueldo que gané tras mi segunda<br />

temporada como aprendiz, aunque no fuera gran cosa.<br />

A comienzos <strong>de</strong> año llegó a nuestra parroquia un nuevo<br />

pastor llamado Jan Goltzius. Era un hombre pequeño<br />

y rollizo, con barba puntiaguda y ojos <strong>de</strong>spiertos.<br />

Una tar<strong>de</strong> le llevé un cuello que le había encargado a mi<br />

tío. El pastor me preguntó si no me importaba ayudarle<br />

a <strong>de</strong>scargar <strong>de</strong> una carreta un par <strong>de</strong> cuadros y unos<br />

19


libros, para llevarlos a su casa. En señal <strong>de</strong> agra<strong>de</strong>cimiento<br />

me regaló una hoja <strong>de</strong> papel con el dibujo <strong>de</strong><br />

una venera, tan <strong>de</strong>licada como el más fino encaje <strong>de</strong><br />

bolillos. Lo llevé a casa, lo metí entre las páginas <strong>de</strong> mi<br />

Biblia y lo conservé como si fuera un tesoro.<br />

El pastor Goltzius era un gran conocedor <strong>de</strong>l arte,<br />

y amaba la pintura por encima <strong>de</strong> todo. Poco antes<br />

<strong>de</strong> la Semana Santa fue al taller <strong>de</strong> mi tío a que le tomara<br />

las medidas para una casaca, entonces me invitó a<br />

visitarle para conocer su colección. Yo nunca había visto<br />

nada tan asombroso ni tan espléndido. La casa estaba<br />

repleta <strong>de</strong> retratos <strong>de</strong> personajes históricos y <strong>de</strong><br />

cuadros que representaban curiosos paisajes. Unas arcas<br />

con valiosas tallas contenían gran cantidad <strong>de</strong> infolios,<br />

anudados con cintas <strong>de</strong> cuero, en los que había<br />

imágenes tanto <strong>de</strong> episodios bíblicos como <strong>de</strong>l pasado<br />

<strong>de</strong> Holanda y <strong>de</strong> los Países Bajos. Ante mis ojos se<br />

abría un mundo maravilloso y secreto. El pastor me<br />

permitió volver cuando quisiera y, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> entonces, visité<br />

a Jan Goltzius todos los días.<br />

Mientras arreglaba mangas <strong>de</strong> camisa en el taller<br />

<strong>de</strong> mi tío acudían a mi cabeza una y otra vez las estampas<br />

<strong>de</strong>l pastor, con aquellos distinguidos burgueses<br />

que llevaban elegantes puños <strong>de</strong> encaje y cuellos redondos<br />

plisados similares a ruedas <strong>de</strong> molino y que daban<br />

al retratado un aspecto tan aristocrático. Si reforzaba<br />

una cofia, se me aparecían imágenes <strong>de</strong> aquellas<br />

mujeres con lustrosos vestidos <strong>de</strong> seda, ca<strong>de</strong>nas y anillos<br />

<strong>de</strong> oro y piedras preciosas.<br />

—Pero Samuel, ¿qué te pasa últimamente? ¿Se<br />

pue<strong>de</strong> saber en qué piensas?<br />

20


Mi tío me reprendía y me encargaba el doble <strong>de</strong><br />

trabajo.<br />

A la casa <strong>de</strong>l pastor solían acudir con sus noveda<strong>de</strong>s<br />

los comerciantes <strong>de</strong> objetos artísticos, y a veces<br />

también algunos pintores que hacían escala allí en sus<br />

viajes. La noticia <strong>de</strong> que Jan Goltzius era un coleccionista<br />

apasionado se había difundido muy <strong>de</strong>prisa por<br />

los alre<strong>de</strong>dores. El pastor pagaba por algunas pinturas<br />

el salario <strong>de</strong> medio año, a veces incluso el <strong>de</strong> un año<br />

entero; por otras, en cambio, no <strong>de</strong>sembolsaba más<br />

que la cantidad equivalente a tres jornales <strong>de</strong> un zapatero<br />

o un pana<strong>de</strong>ro. Supuse que el precio tendría algo<br />

que ver con el tamaño <strong>de</strong>l lienzo, pero el pastor Goltzius<br />

me explicó que el valor <strong>de</strong> un cuadro <strong>de</strong>pendía <strong>de</strong><br />

la celebridad <strong>de</strong> su autor.<br />

Como mi caligrafía era vistosa y escribía con bastante<br />

agilidad, me permitió ayudarle a confeccionar una<br />

lista <strong>de</strong> sus cuadros y libros. Así fui aprendiendo poco a<br />

poco los nombres <strong>de</strong> varios artistas. Muchos eran <strong>de</strong><br />

Holanda o <strong>de</strong> los Países Bajos, como Frans Hals, Jan<br />

Vermeer, Willem van <strong>de</strong> Vel<strong>de</strong>, Pieter Paul Rubens o<br />

Salomon van Ruysdael. También los había italianos,<br />

que solían tener un solo nombre: Rafael, Miguel Ángel,<br />

Tiziano... Comprobé que había clases muy distintas <strong>de</strong><br />

cuadros: paisajes, obras <strong>de</strong> género, marinas y florales, representaciones<br />

que narraban un acontecimiento señalado,<br />

y otras en las que sólo se retrataba a personas. Como<br />

sabía que el pastor nunca se cansaba <strong>de</strong> hablar <strong>de</strong> arte,<br />

le pregunté cuál <strong>de</strong> todas era la más importante.<br />

—Me alegra que muestres tanto interés, Samuel.<br />

El tema principal <strong>de</strong> la pintura es la Historia, sobre todo<br />

21


la bíblica, porque en ella se hacen visibles la bondad y la<br />

omnipotencia <strong>de</strong> Nuestro Señor. Algunos ciudadanos,<br />

no obstante, encargan su retrato cuando alcanzan un<br />

cierto grado <strong>de</strong> prosperidad, y pagan sumas elevadas.<br />

Hoy en día, a la mayoría <strong>de</strong> los artistas les compensa<br />

más pintar el retrato <strong>de</strong> un banquero rico que la huida<br />

a Egipto o el milagro <strong>de</strong> las bodas <strong>de</strong> Caná, en las que<br />

Nuestro Señor transformó el agua en vino.<br />

Cuanto más me instruía el pastor Goltzius, mayor<br />

curiosidad se <strong>de</strong>spertaba en mí y más fabuloso encontraba<br />

el mundo <strong>de</strong> la pintura. Qué monótono e insustancial<br />

me parecía en comparación trabajar con bastas<br />

telas cortadas siempre por el mismo patrón... Una vez,<br />

mientras esbozaba el patrón para un jubón, dibujé <strong>de</strong><br />

memoria en el anverso <strong>de</strong>l papel a un hombre con calzón<br />

bombacho, casaca y gabán guarnecido <strong>de</strong> piel, y en<br />

el reverso a una muchacha que lucía traje <strong>de</strong> gala recamado,<br />

con flores en el pelo y en las manos.<br />

—Samuel, ¿te parecen a<strong>de</strong>cuados estos patrones?<br />

¿Crees que voy a ponerme a confeccionar ropa noble<br />

para que nuestros campesinos cosechen con trajes <strong>de</strong><br />

seda y sus mujeres faenen en la cocina con guirnaldas<br />

en el pelo? Mira, tengo paciencia contigo sólo porque<br />

eres el hijo <strong>de</strong> mi hermana. Si sigues así, no sé qué va a<br />

ser <strong>de</strong> ti —me reprendió mi tío.<br />

Estuve dudando una semana entera antes <strong>de</strong> coger los<br />

dos patrones y mostrárselos a Jan Goltzius. Al verlos,<br />

me miró sorprendido.<br />

—Realmente asombroso. Tienes talento, muchacho.<br />

Pue<strong>de</strong> que incluso más para ser pintor que sastre.<br />

22


Me ruboricé. Aquello era precisamente lo que ansiaba:<br />

convertirme en pintor y, si era posible, <strong>de</strong> los<br />

que retrataban solo a gente importante, como los merca<strong>de</strong>res<br />

<strong>de</strong> fuera que <strong>de</strong> vez en cuando pasaban la noche<br />

en la posada <strong>de</strong>l pueblo, o a personas cultas como<br />

el pastor Goltzius, que vivían en una casa gran<strong>de</strong> con<br />

muebles valiosos. Nunca me habría atrevido a confesarle<br />

a nadie aquel <strong>de</strong>seo.<br />

El pastor me condujo a su estudio.<br />

—Mira, Samuel, quiero enseñarte un álbum que<br />

he recibido hoy <strong>de</strong> Ámsterdam. Las estampas que hay<br />

en su interior son <strong>de</strong> un artista importante llamado<br />

Rembrandt van Rijn —dijo el pastor con un tono que<br />

<strong>de</strong>notaba gran admiración—. Ya es un hombre mayor,<br />

pero muchos siguen consi<strong>de</strong>rándolo el pintor más importante<br />

<strong>de</strong> Holanda. Por <strong>de</strong>sgracia, aún no he podido<br />

comprar ninguno <strong>de</strong> sus óleos, porque el maestro<br />

Rembrandt tasa muy alto su obra, pero poseo algunos<br />

dibujos que he adquirido a buen precio. Por cierto, el<br />

folio que te regalé con la representación <strong>de</strong> la venera<br />

también es suyo.<br />

El álbum contenía una serie <strong>de</strong> grabados que mostraban<br />

la Pasión <strong>de</strong> Nuestro Señor Jesucristo. Todas<br />

las figuras estaban representadas con tal verosimilitud<br />

y fuerza expresiva que parecían obra <strong>de</strong> un milagro.<br />

Observé el rostro <strong>de</strong>l Mesías, <strong>de</strong>sfigurado por el<br />

dolor mientras cargaba con la pesada cruz, y los gestos<br />

maliciosos <strong>de</strong> los esbirros, y a María Magdalena,<br />

que alzaba las manos al cielo con <strong>de</strong>sesperación.<br />

Era como si aquellos personajes vivieran y sufrieran<br />

<strong>de</strong> verdad.<br />

23


Entonces lo supe: quería llegar a pintar con una<br />

maestría y una sinceridad como aquéllas. Igual que<br />

aquel Rembrandt van Rijn.<br />

Dediqué las semanas siguientes a recopilar todos los<br />

papeles que <strong>de</strong>sechábamos en la sastrería y a emborronarlos<br />

con bocetos. Salían como por arte <strong>de</strong> magia, sin<br />

que yo supiera exactamente lo que hacía. Dibujé el taller,<br />

dibujé a mis padres y a mis hermanos, a las personas<br />

y a los animales que veía en el campo, dibujé al<br />

pastor en el púlpito lanzando una encendida prédica<br />

en la que amonestaba contra la vanidad, la gula y la afición<br />

a la bebida. A mi tío no le gustaron aquellos ejercicios.<br />

Creía que yo no era más que un soñador y que<br />

estaba <strong>de</strong>satendiendo mi trabajo, algo en lo que seguramente<br />

no le faltaba razón. Llegado un momento, me<br />

armé <strong>de</strong> valor y le confesé a Jan Goltzius que quería<br />

<strong>de</strong>dicarme a la pintura.<br />

—No me sorpren<strong>de</strong> nada, Samuel —dijo con pru<strong>de</strong>ncia<br />

y comprensión—. He visto que eres minucioso<br />

y a<strong>de</strong>más tienes talento, así que voy a ayudarte. Mi primo<br />

Frans trabaja <strong>de</strong> boticario en Ámsterdam. Me ha<br />

dicho que Rembrandt es cliente suyo <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace años,<br />

que le compra a él los pigmentos. Voy a pedirle que la<br />

próxima vez pregunte al maestro si necesita un aprendiz.<br />

Tras la alegría inicial me asaltó la duda. ¿Aceptaría<br />

un pintor tan importante a un pobre muchacho como<br />

yo? Y, sobre todo, ¿qué les parecería a mis padres<br />

que ya no quisiera ser sastre? El pastor pareció adivinar<br />

mis pensamientos. Me puso una mano en el hombro<br />

y dijo:<br />

24


—No te apures por tus padres, Samuel. Voy a escribirle<br />

una carta al maestro Rembrandt encomiando<br />

tus aptitu<strong>de</strong>s, y <strong>de</strong>spués hablaré con tu padre para <strong>de</strong>cirle<br />

que creo en tu talento y en tu capacidad <strong>de</strong> trabajo.<br />

Estoy seguro <strong>de</strong> que podré convencerle.<br />

Y así, un <strong>de</strong>stino benévolo quiso que aquel día <strong>de</strong> otoño<br />

claro y soleado me encontrara camino <strong>de</strong> Ámsterdam<br />

para apren<strong>de</strong>r los rudimentos <strong>de</strong>l oficio <strong>de</strong> pintor<br />

en el taller <strong>de</strong> Rembrandt van Rijn. Mi tío había prescindido<br />

gustoso <strong>de</strong> mí; sin duda no tardaría en encontrar<br />

un ayudante mejor.<br />

Sin embargo, mi padre tuvo muchas reticencias<br />

antes <strong>de</strong> <strong>de</strong>jarse convencer por el pastor Goltzius. Habría<br />

preferido que su hijo aportara un salario más en<br />

casa, antes que tener que pagarle la formación. A última<br />

hora había <strong>de</strong>cidido acompañarme a Ámsterdam.<br />

Aquel año había logrado cultivar una nueva variedad<br />

<strong>de</strong> tulipán que tenía una flor rosada con rayas transversales<br />

<strong>de</strong> color violeta oscuro y se llamaba «meisje van<br />

Mui<strong>de</strong>rkamp». Conocía a un subastador en la capital y<br />

esperaba que los bulbos se vendieran allí a mejor precio<br />

que en el campo.<br />

Cruzamos la gran puerta este <strong>de</strong> la ciudad y llegamos<br />

al puerto. El aire apestaba a agua salobre, a alquitrán<br />

y a pescado en <strong>de</strong>scomposición. Los frontones <strong>de</strong><br />

los gran<strong>de</strong>s almacenes <strong>de</strong> ladrillo rojo brillaban a la luz<br />

<strong>de</strong>l sol <strong>de</strong> mediodía. Había muchos hombres <strong>de</strong>scargando<br />

<strong>de</strong> los barcos pilas <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra y cajas, o volviendo<br />

a cargarlos con sacos. Los pescadores pulían sus<br />

barcas y remendaban las re<strong>de</strong>s. Varias mujeres con el<br />

25


pelo suelto y la cabeza <strong>de</strong>scubierta se paseaban contoneando<br />

las ca<strong>de</strong>ras por entre los grupos <strong>de</strong> marineros,<br />

que les dirigían agudos y penetrantes silbidos e intentaban<br />

retenerlas. Yo les miraba y me reía <strong>de</strong> sus chanzas,<br />

pero mi padre me tiró <strong>de</strong> la manga y me obligó a<br />

caminar más <strong>de</strong>prisa.<br />

Avanzamos en dirección oeste hacia el centro <strong>de</strong> la<br />

ciudad. Por el camino fuimos <strong>de</strong>jando atrás casas y canales,<br />

así como un gran número <strong>de</strong> puentes. En aquellas<br />

pocas callejuelas se congregaba un gentío que <strong>de</strong>bía<br />

<strong>de</strong> ser, con diferencia, mayor que la población entera<br />

<strong>de</strong> Mui<strong>de</strong>rkamp y todos los pueblos <strong>de</strong> los alre<strong>de</strong>dores<br />

juntos. Había aguadores con pesados recipientes, criadas<br />

que volvían <strong>de</strong>l mercado y llevaban la compra a casa<br />

en sus cestos, niños que corrían con zancos y otros cuyas<br />

peonzas terminaban entre los pies <strong>de</strong> los transeúntes<br />

y que casi hicieron caer al suelo a un hombre mayor.<br />

Por los canales navegaban gabarras cargadas hasta<br />

los bor<strong>de</strong>s, con sus cascos pintados <strong>de</strong> azul, rojo, ver<strong>de</strong><br />

y negro. Por todas partes resonaban herraduras y chasquidos<br />

<strong>de</strong> látigos.<br />

—¡Apartaos, hatajo <strong>de</strong> inútiles! —rugió un cochero,<br />

y pasó rozando con sus caballos a un cojo, que se<br />

sobresaltó y se pegó temeroso a una pared.<br />

—¡Vete al diablo! —vociferó el tullido agitando<br />

airado su bastón.<br />

Teníamos que sortear continuamente los carruajes<br />

que avanzaban a trompicones por las calles adoquinadas.<br />

Los ten<strong>de</strong>ros nos a<strong>de</strong>lantaban con sus carretillas.<br />

La ciudad entera parecía regida por el afán, el<br />

trabajo y el esfuerzo.<br />

26


Me <strong>de</strong>tuve varias veces, asombrado <strong>de</strong> tanta actividad,<br />

pero mi padre me conminó a darme prisa. Nos<br />

abrimos paso a la fuerza entre la multitud y llegamos a<br />

una plaza con un mercado. Los puestos estaban llenos<br />

<strong>de</strong> mercancías que, en general, me resultaban <strong>de</strong>sconocidas:<br />

frutas y verduras, pescados con sus raspas y<br />

unas escamas que parecían <strong>de</strong> plata; crustáceos, aves<br />

y carnes, telas bordadas en oro, ropajes exóticos, e incluso<br />

cuadros. Las especias <strong>de</strong> lugares lejanos <strong>de</strong>spedían<br />

aromas extraños.<br />

Subido a una plataforma, un hombre ataviado con<br />

un largo gabán gris y un sombrero alto y picudo se esforzaba<br />

por hacerse oír entre los gritos <strong>de</strong> los ven<strong>de</strong>dores.<br />

Cruzaba los <strong>de</strong>dos índice y pulgar y hacía extraños<br />

gestos con las manos, recomendaba polvos y pomadas<br />

contra las patas <strong>de</strong> gallo, las verrugas y la impotencia<br />

masculina. Unas cuantas muchachas que se habían<br />

arracimado en torno al estrado cacareaban como gallinas<br />

que han visto al zorro.<br />

El charlatán se dirigió a un anciano que estaba sentado<br />

en una silla junto a él y que se sujetaba la mejilla<br />

con el rostro <strong>de</strong>sfigurado por el dolor. El artista sanador,<br />

como se refería a sí mismo el hombre <strong>de</strong>l gabán<br />

gris, cogió unas tenazas, abrió la boca al viejo con una<br />

mano y con la otra le introdujo las tenazas, que <strong>de</strong>spués<br />

sostuvo en alto con un gesto triunfal. Los espectadores<br />

jalearon y aplaudieron mientras el hombre <strong>de</strong><br />

la silla levantaba los brazos y empezaba a proferir maldiciones<br />

a voz en grito.<br />

—¡Auuuuu! ¡Ayyyyy! ¡Vete al infierno, canalla embustero!<br />

¡Tenía que haber hecho caso a mi mujer con<br />

lo <strong>de</strong> las gárgaras <strong>de</strong> la infusión <strong>de</strong> hierbas!<br />

27


—¿Habéis oído? —exclamó el hombre <strong>de</strong>l sombrero,<br />

dirigiéndose a la multitud—. Cree a su mujer<br />

antes que a un reconocido artista sanador como yo,<br />

que ha obrado incontables prodigios por todo el país.<br />

—¡Eh, no seas tan remilgado, carcamal! ¡Hay que<br />

sacarse la muela podrida, o si no acabas pudriéndote<br />

entero! —berreó una mujer con la cara picada <strong>de</strong> viruelas,<br />

y maldijo a un par <strong>de</strong> críos que habían atado un<br />

cencerro a la cola <strong>de</strong> un gato. El animal <strong>de</strong>sapareció<br />

<strong>de</strong>trás <strong>de</strong> un ten<strong>de</strong>rete <strong>de</strong> pescado dando gran<strong>de</strong>s bufidos,<br />

mientras los presentes festejaban lo ocurrido a<br />

carcajada limpia.<br />

Una horda <strong>de</strong> mendigos malolientes avanzó por<br />

entre los puestos <strong>de</strong>l mercado. De sus cuerpos famélicos<br />

colgaban jirones <strong>de</strong> sucios harapos y tenían el rostro pálido<br />

y hundido. A algunos les faltaba un pie o una pierna,<br />

y se movían con dificultad apoyándose en muletas.<br />

—Por caridad, buena gente, un poco <strong>de</strong> pan. Nos<br />

morimos <strong>de</strong> hambre.<br />

Aunque me dieron miedo, sentí compasión <strong>de</strong> aquellos<br />

hombres. Saqué <strong>de</strong> mi zurrón un trozo <strong>de</strong> pan negro<br />

que había guardado antes <strong>de</strong>l viaje y se lo di al más joven<br />

<strong>de</strong> todos ellos. Sería algo mayor que yo, tenía el pelo <strong>de</strong><br />

un color rojo encendido y arrastraba una pierna. Toda<br />

su figura transmitía <strong>de</strong>samparo. Apenas tomó el pan con<br />

<strong>de</strong>dos ávidos, los otros se precipitaron sobre él, lo golpearon<br />

con sus muletas y trataron <strong>de</strong> quitarle un pedazo.<br />

Por fin llegamos a la Westerkerk. La enorme iglesia estaba<br />

junto al Prinsengracht. El barrio <strong>de</strong>l Jordaan empezaba<br />

al otro lado <strong>de</strong>l canal. En aquella zona vivían<br />

28


sobre todo curtidores, tintoreros y pana<strong>de</strong>ros, como indicaban<br />

los rótulos <strong>de</strong> colores. Un hombre que cazaba<br />

ratas iba <strong>de</strong> puerta en puerta vendiendo cepos y pastillas<br />

<strong>de</strong> arsénico. Había atado algunas <strong>de</strong> sus víctimas<br />

a un cor<strong>de</strong>l que llevaba colgado al hombro.<br />

Bajamos por el Rozengracht. Las casas allí eran<br />

estrechas y no muy altas, pues casi todas tenían una sola<br />

planta. Una pareja <strong>de</strong> perros vagabundos husmeaba<br />

en las angostas grietas <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s buscando algo <strong>de</strong><br />

comer. Cuando llegamos casi al final <strong>de</strong> la calle, mi padre<br />

se <strong>de</strong>tuvo ante una casa con los postigos ver<strong>de</strong>s y<br />

señaló una placa junto a la puerta. Con el corazón acelerado<br />

y la voz temblorosa, leí en alto:<br />

—Compañía comercial <strong>de</strong> pintura, papiroflexia,<br />

aguafuertes y xilografías, rarezas.<br />

—Debe <strong>de</strong> ser aquí. Me han dicho que el hijo <strong>de</strong>l<br />

maestro Rembrandt vendía objetos artísticos, y que ha<br />

muerto hace unas semanas.<br />

Mi padre golpeó la herrumbrosa aldaba.<br />

Pasó un rato hasta que oímos pasos en el interior.<br />

Nos abrió una anciana con la espalda arqueada y la piel<br />

llena <strong>de</strong> arrugas. Llevaba puestos un <strong>de</strong>lantal blanco y<br />

una cofia pasada <strong>de</strong> moda, con las puntas onduladas en<br />

anchos tirabuzones que le caían a los lados <strong>de</strong> la cara.<br />

Sobre la frente se le encrespaban un par <strong>de</strong> cabellos <strong>de</strong><br />

un color castaño grisáceo.<br />

—¿Qué <strong>de</strong>seáis? —preguntó <strong>de</strong> mal humor, y nos<br />

escrutó <strong>de</strong> los pies a la cabeza con una mirada <strong>de</strong>spectiva.<br />

—Soy Willem Bol, y éste es mi hijo Samuel. Va a entrar<br />

<strong>de</strong> aprendiz en casa <strong>de</strong>l maestro Rembrandt van Rijn.<br />

29


—¿Cómo? ¿Quiénes sois?<br />

—Willem Bol, ven<strong>de</strong>dor <strong>de</strong> flores <strong>de</strong> Mui<strong>de</strong>rkamp,<br />

y su hijo, tal como acabo <strong>de</strong> <strong>de</strong>ciros.<br />

La vieja se encogió <strong>de</strong> hombros con gesto imperturbable<br />

y no se movió. Mi padre, impaciente, cargaba<br />

su peso <strong>de</strong> un pie al otro.<br />

—Escuchad, buena mujer: mi hijo quiere apren<strong>de</strong>r<br />

el oficio <strong>de</strong> pintor y el maestro Rembrandt va a enseñárselo.<br />

¿Es aquí don<strong>de</strong> vive?<br />

La anciana frunció los labios y miró a mi padre<br />

con recelo.<br />

—¿Cómo sé que sois las personas que <strong>de</strong>cís ser?<br />

Mi padre metió la mano en la bolsa que llevaba<br />

atada al cinto, sacó una carta y se la puso a la anciana<br />

<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> las narices.<br />

—El maestro ha escrito esta carta <strong>de</strong> su puño y letra<br />

al pastor Jan Goltzius, <strong>de</strong> Mui<strong>de</strong>rkamp. En ella afirma<br />

que acce<strong>de</strong> a tomar a mi hijo Samuel como aprendiz<br />

para darle la formación <strong>de</strong> pintor.<br />

La mujer entrecerró los ojos y lanzó un vistazo<br />

rápido al documento. El corazón me latía <strong>de</strong>prisa y me<br />

sudaban las manos. ¿Y si aquella señora no sabía leer?<br />

Por fin se hizo a un lado y nos <strong>de</strong>jó pasar. Accedimos<br />

a un vestíbulo en cuya esquina más alejada había<br />

una estantería con jarras <strong>de</strong> estaño. A su lado había dos<br />

alfombras enrolladas junto a la pared, el espacio parecía<br />

<strong>de</strong>snudo y mal aprovechado.<br />

—Se sube por allí. El maestro está en su taller<br />

—dijo la mujer sin más, y señaló con la barbilla unos<br />

escalones <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra empinados e irregulares que conducían<br />

a la planta <strong>de</strong> arriba. Mi padre empezó a subir.<br />

30


Al llegar al penúltimo peldaño, yo tropecé y fui a caer<br />

cuan largo era en el estudio.<br />

El maestro Rembrandt estaba trabajando ante el<br />

caballete. Al vernos, <strong>de</strong>jó el pincel y la paleta y vino a<br />

nuestro encuentro. Me levanté como un rayo y me sacudí<br />

el polvo <strong>de</strong> la ropa.<br />

—Vos <strong>de</strong>béis <strong>de</strong> ser mijnheer Bol, y éste vuestro hijo<br />

Samuel. ¿Siempre tienes tanta prisa, joven? —me preguntó<br />

con un leve tono <strong>de</strong> reproche, y nos estrechó la mano.<br />

Maldije mi torpeza y temblé <strong>de</strong> la emoción. De modo<br />

que ante mí se hallaba el pintor más importante <strong>de</strong> Holanda,<br />

la figura cuyo nombre se alababa en todo el país.<br />

Le di la mano con timi<strong>de</strong>z y no dije una sola palabra.<br />

El maestro era algo más alto que yo y <strong>de</strong> complexión<br />

fuerte. Llevaba puestas una bata <strong>de</strong> color marrón<br />

oscuro y una cofia blanca, ambas cubiertas <strong>de</strong> diminutas<br />

motas <strong>de</strong> pintura. Los rizos voluminosos y canos le<br />

llegaban hasta las orejas. El ancho rostro, con la nariz<br />

gran<strong>de</strong> y po<strong>de</strong>rosa y una piel seca y pálida, estaba lleno<br />

<strong>de</strong> arrugas, pero la mirada <strong>de</strong> sus ojos oscuros era atenta<br />

y clara.<br />

—Me han dicho que tienes talento y que te gusta la<br />

pintura. Hace ya muchos años que no tengo ningún discípulo.<br />

La verdad es que no quería recibir en mi casa a<br />

ninguno más, porque enseñar me supone tiempo y esfuerzo.<br />

Sin embargo, no gozo <strong>de</strong> la mejor salud últimamente,<br />

así que necesito a alguien que pueda echarme<br />

una mano con su energía.<br />

El maestro tenía una voz sonora y profunda. Me<br />

examinó <strong>de</strong> arriba abajo y yo me apresuré a bajar la<br />

cabeza.<br />

31


—Samuel es un buen chico, no tendréis ningún<br />

problema con él. Debe apren<strong>de</strong>r mucho para llegar a<br />

ser un buen pintor. Tar<strong>de</strong> o temprano se verá en la necesidad<br />

<strong>de</strong> alimentar a una familia. Lo que no le gusta<br />

nada es el oficio <strong>de</strong> sastre —añadió mi padre con un<br />

hondo suspiro.<br />

—Si es así, en eso coincidimos, mijnheer Bol. Vuestro<br />

hijo y yo nos acostumbraremos el uno al otro. ¿Qué<br />

opinas tú, Samuel?<br />

Yo asentí con la cabeza sin <strong>de</strong>cir nada, mientras daba<br />

vueltas tímidamente a la gorra entre las manos.<br />

—Os ruego que me disculpéis, maestro Rembrandt<br />

—dijo mi padre—, pero no dispongo <strong>de</strong> mucho<br />

tiempo. Aún tengo que concluir unos negocios<br />

urgentes en la ciudad antes <strong>de</strong> regresar a la al<strong>de</strong>a.<br />

Sacó la gastada bolsa <strong>de</strong> lino que llevaba al cinto<br />

y pagó al maestro por a<strong>de</strong>lantado los honorarios <strong>de</strong><br />

doce meses, que era todo lo que había podido reunir.<br />

Sentí una profunda gratitud, porque sabía con<br />

cuánto esfuerzo había conseguido mi padre aquel<br />

dinero.<br />

—También yo <strong>de</strong>bo volver a mi trabajo. Que tengáis<br />

suerte, mijnheer Bol. Seguramente queráis <strong>de</strong>spediros<br />

<strong>de</strong> vuestro hijo. Os <strong>de</strong>seo fortuna en vuestros<br />

negocios, y lo mismo para el viaje <strong>de</strong> vuelta.<br />

Tras pronunciar aquellas palabras, el maestro se<br />

dio la vuelta y se dirigió <strong>de</strong> nuevo al caballete.<br />

Al llegar al umbral <strong>de</strong> entrada sentí que me fallaban<br />

las rodillas y se me hacía un nudo en la garganta. Mi<br />

padre me cogió <strong>de</strong> la mano y me miró a los ojos.<br />

32


—Escúchame bien, hijo mío: toma buena nota <strong>de</strong><br />

todo lo que te enseñe el maestro, sé constante y aplicado,<br />

mantente alejado <strong>de</strong> las tentaciones <strong>de</strong> la gran ciudad<br />

y no olvi<strong>de</strong>s la oración <strong>de</strong> la noche ni la misa <strong>de</strong> los<br />

domingos.<br />

Calló un momento, in<strong>de</strong>ciso. Entonces hizo algo<br />

que nunca había hecho antes. Me dio un abrazo. Tuve<br />

que tragar saliva unas cuantas veces.<br />

—Padre, te prometo que no daré motivos <strong>de</strong> queja<br />

a la familia. Trabajaré duro y rezaré todos los días<br />

por vosotros. Será mejor que no le digas nada a madre<br />

<strong>de</strong> los mendigos ni <strong>de</strong> los hombres tan extraños que<br />

hemos visto por la calle, se angustiaría sin necesidad.<br />

Mi padre sacó un pañuelo <strong>de</strong> la chaqueta y se limpió<br />

los ojos. Sin más, se apartó <strong>de</strong> mí y salió a la calle.<br />

Entonces oí a lo lejos la gran campana <strong>de</strong> la Westerkerk<br />

dando las tres. Presentí que, <strong>de</strong>s<strong>de</strong> aquel momento,<br />

en mi vida ya nada sería como antes.<br />

A la mañana siguiente el maestro me enseñó el resto<br />

<strong>de</strong> la casa. Era mucho más pequeña <strong>de</strong> lo que había<br />

imaginado sería la casa <strong>de</strong> un pintor célebre; por lo <strong>de</strong>más,<br />

nada lujosa. Los muebles eran viejos y <strong>de</strong> factura<br />

sencilla, pero en todas partes reinaban la limpieza<br />

y el or<strong>de</strong>n.<br />

Del vestíbulo salía un pasillo hacia la parte trasera.<br />

A la izquierda quedaba el comedor, que también<br />

hacía las veces <strong>de</strong> dormitorio <strong>de</strong>l maestro. La cama estaba<br />

sobre una plataforma y ro<strong>de</strong>ada por unas cortinas<br />

ver<strong>de</strong>s <strong>de</strong> terciopelo, ya <strong>de</strong>scoloridas, sujetas a un<br />

baldaquino. Al final <strong>de</strong>l pasillo estaba la cocina, <strong>de</strong>trás<br />

33


<strong>de</strong> la cual se extendía un jardín pequeño y cuidado con<br />

primor.<br />

—Aquí duerme mi hija.<br />

El maestro señaló un armario-cama oculto tras<br />

unos cortinajes <strong>de</strong> color azul oscuro, en nuestra casa<br />

<strong>de</strong> Mui<strong>de</strong>rkamp también los teníamos así.<br />

—Cornelia ha ido a pasar un par <strong>de</strong> días con mi<br />

nuera. Magdalena espera un hijo, pero no se encuentra<br />

bien y mi hija ha querido ayudarla un poco con las tareas<br />

<strong>de</strong> la casa.<br />

El maestro cerró los ojos un instante y emitió un<br />

leve suspiro. Parecía preocupado.<br />

Por <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la escalera se llegaba a la habitación<br />

don<strong>de</strong> dormía Rebekka, la vieja criada. En la planta superior<br />

estaba el taller, que no había visto bien cuando<br />

llegué <strong>de</strong>bido a la emoción. Tenía dos ventanas que se<br />

asomaban al Rozengracht. Delante <strong>de</strong> ellas había un<br />

caballete dispuesto <strong>de</strong> modo que la luz <strong>de</strong>l sol caía sobre<br />

el lienzo por el lado izquierdo. Se trataba <strong>de</strong> un retrato<br />

aún incompleto <strong>de</strong>l maestro. A su lado había una<br />

mesita con todo tipo <strong>de</strong> pinturas, pinceles y botes.<br />

Junto a una <strong>de</strong> las pare<strong>de</strong>s había una estantería<br />

que llegaba casi hasta el techo, repleta <strong>de</strong> botellas oscuras<br />

y recipientes <strong>de</strong> distintos tamaños. De las pare<strong>de</strong>s<br />

colgaban, yuxtapuestos o unos encima <strong>de</strong> otros, escudos,<br />

flechas, arcos y lanzas, tapices e incontables<br />

pinturas. El maestro <strong>de</strong>scorrió las <strong>de</strong>sgastadas cortinas<br />

que protegían los cuadros <strong>de</strong>l polvo. Me dijo con orgullo<br />

que uno era <strong>de</strong> Jan Lievens, con quien había trabajado<br />

en el taller cuando era joven. Había otros <strong>de</strong><br />

Hercules Seghers y <strong>de</strong> Pieter Lastmann, con el último<br />

34


<strong>de</strong> los cuales había sido aprendiz. Algunos otros eran<br />

trabajos <strong>de</strong> sus primeros discípulos. Sin embargo, me<br />

pareció que las más sobresalientes eran aquellas obras<br />

que había pintado el propio maestro: personajes con<br />

ropas orientales, eruditos en sus lugares <strong>de</strong> estudio, escenas<br />

<strong>de</strong>l Antiguo y <strong>de</strong>l Nuevo Testamento, retratos<br />

<strong>de</strong> hombres y mujeres ilustres. Todos eran tan auténticos<br />

y mostraban tal viveza que parecían a punto a salirse<br />

<strong>de</strong>l cuadro <strong>de</strong> un momento a otro.<br />

En una mesa <strong>de</strong> aspecto inestable situada junto a<br />

la estantería se amontonaban varios bustos <strong>de</strong> mármol<br />

que representaban césares romanos y filósofos griegos,<br />

<strong>de</strong> los cuales yo hasta entonces no había tenido noticia.<br />

Junto a ellos me llamaron la atención cuatro extrañas<br />

piezas <strong>de</strong> cera que parecían las piernas y los brazos amputados<br />

<strong>de</strong> un hombre.<br />

—Son imitaciones <strong>de</strong> estudios anatómicos que realizó<br />

un famoso cirujano. Se llamaba Vesalio y vivió en<br />

Italia hace cien años.<br />

El maestro me miró con expresión divertida, era<br />

evi<strong>de</strong>nte que no le había pasado <strong>de</strong>sapercibido mi gesto<br />

<strong>de</strong> espanto.<br />

En un arcón similar al que tenía el pastor Goltzius<br />

en Mui<strong>de</strong>rkamp había un álbum negro <strong>de</strong> piel<br />

con sus dibujos. En otro álbum bastante más grueso<br />

guardaba los grabados. El maestro conservaba una copia<br />

<strong>de</strong> todos los temas que había pintado a lo largo <strong>de</strong>l<br />

tiempo.<br />

Una puerta situada en la parte trasera <strong>de</strong>l taller<br />

daba acceso a un trastero en el que se almacenaban paletas,<br />

lienzos, bastidores y caballetes, y don<strong>de</strong> estaba<br />

35


también mi cama. Una ventana diminuta daba al jardín.<br />

Des<strong>de</strong> el trastero se subía al <strong>de</strong>sván por una angosta<br />

escalera. A través <strong>de</strong> un hueco <strong>de</strong>l tejado se filtraba<br />

una luz débil. Cuando llegamos arriba el maestro<br />

respiraba con dificultad, la subida le había fatigado notablemente.<br />

—Aquí vivía mi hijo Titus.<br />

Señaló con el <strong>de</strong>do un retrato <strong>de</strong> la pared que mostraba<br />

a un joven <strong>de</strong> unos catorce años, con rizos oscuros<br />

hasta los hombros, sentado tras un escritorio con<br />

actitud pensativa. (1) La voz <strong>de</strong>l maestro vaciló, y yo noté<br />

que le resultaba difícil seguir hablando.<br />

—Hace mes y medio que lo enterramos. La peste<br />

pudo con él. Llevaba sólo medio año casado, y <strong>de</strong>ntro<br />

<strong>de</strong> poco mi nuera dará a luz a una criatura que nunca<br />

conocerá a su padre.<br />

Hasta Mui<strong>de</strong>rkamp habían llegado noticias <strong>de</strong> la<br />

última epi<strong>de</strong>mia <strong>de</strong> peste en Ámsterdam. Aquella vez<br />

no nos afectó, ya que sólo había causado estragos en<br />

las gran<strong>de</strong>s ciuda<strong>de</strong>s.<br />

—Descanse en paz —añadí yo, sin saber muy bien<br />

qué otra cosa podía <strong>de</strong>cir.<br />

De todos modos, el maestro parecía sumido en<br />

sus pensamientos. Me miró —sin verme, en realidad—<br />

y pasó a mi lado en dirección a un armario que contenía<br />

otros objetos <strong>de</strong> valor: medallas, minerales, flautas,<br />

copas, cajas <strong>de</strong> veneras y trajes pasados <strong>de</strong> moda. Me<br />

mostró un infolio y fue pasando las hojas, que contenían<br />

aguafuertes y grabados <strong>de</strong> pinturas célebres.<br />

—¡Esto es un paisaje <strong>de</strong> Tiziano! ¡Y esto <strong>de</strong> aquí<br />

un retrato <strong>de</strong> Leonardo! —exclamé alborozado, pues<br />

36


conocía los cuadros <strong>de</strong> haberlos visto en los libros <strong>de</strong>l<br />

pastor Goltzius.<br />

—Tus nociones <strong>de</strong> pintura italiana son consi<strong>de</strong>rables<br />

para ser un principiante, Samuel.<br />

Me dio un golpecito en el hombro y yo me ruboricé,<br />

pues no estaba acostumbrado a los elogios.<br />

—Poseéis una colección magnífica, maestro Rembrandt.<br />

Los tesoros que habéis reunido <strong>de</strong>ben <strong>de</strong> ser<br />

muy valiosos.<br />

Para mi asombro, el maestro se limitó a negar con<br />

la cabeza y a apretar los labios.<br />

—¿A esto le llamas magnífico? Antes, antes sí que<br />

tenía una colección excelente, cuando aún vivía mi mujer,<br />

que me <strong>de</strong>jó <strong>de</strong>masiado pronto. Al morir ella vinieron<br />

tiempos duros para mi hijo y para mí. Tuve que ven<strong>de</strong>r<br />

la casa y todos mis bienes. Lo que ves aquí es cuanto<br />

he podido reunir estos últimos años con gran esfuerzo<br />

—añadió pesaroso, y se apartó sin más <strong>de</strong> mi lado.<br />

Lo seguí escaleras abajo, hacia el taller, y el maestro<br />

empezó con la lección. Sacó <strong>de</strong>l trastero un bastidor<br />

con su lienzo y otro caballete y lo instaló junto a la<br />

ventana.<br />

—En primer lugar voy a explicarte los fundamentos<br />

técnicos <strong>de</strong> la pintura. Todo aprendiz <strong>de</strong>be saber<br />

cómo se da la capa <strong>de</strong> fondo para cubrir las imperfecciones,<br />

<strong>de</strong> modo que pueda aplicarse el color en una superficie<br />

plana. Luego apren<strong>de</strong>rás a triturar y mezclar los<br />

pigmentos. Tienes que limpiar a conciencia los utensilios<br />

todos los días, y en esto quiero que te esmeres<br />

mucho. Un buen pincel <strong>de</strong> pelo <strong>de</strong> marta o <strong>de</strong> tejón es<br />

muy caro.<br />

37


El maestro cogió una espátula, un pincel ancho<br />

y una paleta en la que solo se veía una pasta <strong>de</strong> un blanco<br />

amarillento.<br />

—Esto es una mezcla <strong>de</strong> blanco <strong>de</strong> plomo, cal, cola<br />

aguada y un poco <strong>de</strong> ocre. Con ella se recubren los<br />

nudos y la trama <strong>de</strong> hilos <strong>de</strong>l lienzo. La primera capa<br />

<strong>de</strong>be exten<strong>de</strong>rse <strong>de</strong> manera uniforme por toda la superficie.<br />

No pue<strong>de</strong> quedar ninguna parte sin cubrir —me<br />

advirtió mientras aplicaba la pasta en la esquina superior<br />

izquierda con un par <strong>de</strong> pinceladas rápidas y seguras.<br />

Entonces me pasó el utensilio—. Toma, Samuel, y<br />

esfuérzate. En la primera lección ya suele saberse si un<br />

alumno está capacitado para el oficio <strong>de</strong> pintor.<br />

Al principio sentía la mano insegura y el brazo pesado,<br />

pero a medida que iba aplicando aquella primera<br />

capa éste se volvía más ligero, y el pincel se <strong>de</strong>slizaba<br />

con mayor firmeza. Por la noche, el lienzo era una superficie<br />

uniforme <strong>de</strong> tono ocre y yo me veía un poco<br />

más cerca <strong>de</strong> mi gran objetivo.<br />

Nada más cenar me dirigí a mi cuarto, apoyé la cabeza<br />

sobre la gruesa almohada y me dormí. Soñé que<br />

poseía una casa enorme en Mui<strong>de</strong>rkamp, en la que vivía<br />

con mis padres y mis hermanos, y don<strong>de</strong> cada uno<br />

tenía su propia cama.<br />

Los días siguientes trabajamos codo con codo en el taller,<br />

yo con la capa <strong>de</strong> fondo <strong>de</strong> un lienzo y el maestro<br />

con su autorretrato. Para pintar solía ayudarse <strong>de</strong> un<br />

bastón <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra cuyo extremo acolchado apoyaba en<br />

el bastidor o en el bor<strong>de</strong> <strong>de</strong>l cuadro. En él <strong>de</strong>scansaba<br />

la mano <strong>de</strong>recha, con la que sostenía el pincel, y así po-<br />

38


día manejarlo <strong>de</strong> un modo mucho más firme y relajado.<br />

A la izquierda <strong>de</strong>l caballete, el maestro había colocado<br />

un espejo en el que se miraba continuamente<br />

mientras pintaba. A veces hacía muecas o visajes con<br />

los ojos, igual que un arlequín sobre el escenario.<br />

Cuando paraba para <strong>de</strong>scansar se sentaba en un sillón<br />

<strong>de</strong> piel marrón ya algo <strong>de</strong>sgastada. Ponía los pies en un<br />

escabel <strong>de</strong> ma<strong>de</strong>ra, encendía la pipa y observaba su<br />

obra, pensativo.<br />

Una mañana oí risas y pasos apresurados en la escalera<br />

<strong>de</strong>l estudio. Una muchacha con el cabello <strong>de</strong> un rubio<br />

rojizo, y quizá algo más joven que yo, corrió hacia el<br />

maestro y se lanzó a sus brazos.<br />

—¡Cornelia! —exclamó él, y acogió a la muchacha<br />

con un abrazo—. Por fin estás aquí. Déjame ver si<br />

estos días te han vuelto aún más hermosa. Cómo te he<br />

echado <strong>de</strong> menos. ¿Cómo está Magdalena? ¿Le va<br />

bien?<br />

—Sí, padre, se las arregla cada vez mejor. Me ha dado<br />

manzanas, huevos y nueces. Rebekka tiene que hacernos<br />

un pastel este domingo.<br />

La muchacha se recostó en el hombro <strong>de</strong>l maestro<br />

y miró por encima. Entonces reparó en mi presencia.<br />

Avanzó un par <strong>de</strong> pasos hacia mí y me ofreció su<br />

mano. Su tacto era suave y tibio.<br />

—Tú <strong>de</strong>bes <strong>de</strong> ser Samuel, el nuevo alumno <strong>de</strong><br />

padre.<br />

La hija <strong>de</strong>l maestro era más o menos igual <strong>de</strong> alta<br />

que yo y vestía una falda <strong>de</strong> color rojo púrpura, una<br />

blusa azul y un <strong>de</strong>lantal blanco. Tenía luminosos ojos<br />

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ver<strong>de</strong>s <strong>de</strong> gata y una sonrisa maravillosa. No recordaba<br />

haber visto nunca a una muchacha tan bella.<br />

En los días siguientes puse gran empeño en perfeccionar<br />

la técnica <strong>de</strong> la capa <strong>de</strong> fondo. Aquella tarea se me<br />

daba muy bien y pronto sentí curiosidad por comenzar<br />

con la siguiente lección, pero el maestro no me<br />

daba nada que hacer y tampoco parecía percibir mi<br />

impaciencia.<br />

Por fin, <strong>de</strong>spués <strong>de</strong> tres semanas que se me antojaron<br />

eternas, comenzó con un nuevo ejercicio: la preparación<br />

<strong>de</strong> los colores. En la parte trasera <strong>de</strong>l estudio,<br />

junto al baúl <strong>de</strong> los almanaques, había una mesa <strong>de</strong><br />

mármol con una <strong>de</strong>presión redonda. Ya me había llamado<br />

la atención el día que llegué. En la concavidad<br />

había una piedra que recordaba a un vaso vuelto boca<br />

abajo. Yo había visto varias veces al maestro triturar<br />

con ella los pigmentos.<br />

—El efecto que produce un color sobre el lienzo<br />

<strong>de</strong>pen<strong>de</strong> <strong>de</strong> su elaboración —me explicó, y puso un<br />

canto azul en la piedra <strong>de</strong> moler—. Mira, Samuel.<br />

—Hizo que me acercara—. Esto es lapislázuli. Cuanto<br />

más fino lo tritures, más claro y más brillante parecerá<br />

el azul <strong>de</strong>l cuadro. Venga, inténtalo tú.<br />

Tuve que emplear toda mi fuerza para machacar<br />

aquel canto pues no había imaginado que fuera tan duro.<br />

El maestro me observaba con curiosidad.<br />

—La piedra con la que trituramos se llama moleta.<br />

Tienes que girarla siempre en círculos y con la misma<br />

velocidad. ¿Ves? Así. Se necesita mucha constancia,<br />

claro.<br />

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Me mostró cómo sujetaba con fuerza la piedra<br />

entre los <strong>de</strong>dos mientras movía la muñeca con soltura<br />

y ritmo uniforme.<br />

—Mi último alumno, Arent <strong>de</strong> Gel<strong>de</strong>r, fue uno<br />

<strong>de</strong> los mejores. Nadie sabía triturar los pigmentos tan<br />

bien como él. Tendrás que esforzarte mucho si quieres<br />

igualarlo, Samuel.<br />

El maestro alzó las cejas a modo <strong>de</strong> advertencia.<br />

Yo sudaba ya por el esfuerzo, pero seguí y seguí hasta<br />

que la piedra <strong>de</strong> lapislázuli se convirtió en fino polvo.<br />

—Vamos ahora con el negro. Para obtenerlo se necesita<br />

hueso <strong>de</strong> animal o marfil carbonizado y un poco<br />

<strong>de</strong> hollín <strong>de</strong> lámpara —continuó el maestro, y abrió la<br />

tapa <strong>de</strong> dos cazuelitas <strong>de</strong> barro—. Aquí tenemos granza.<br />

Es una planta exótica <strong>de</strong> cuyas raíces pue<strong>de</strong> extraerse<br />

un polvo rojo. Para obtener el ocre hay que triturar<br />

mena, que se mezcla con arcilla. Tardarás un tiempo<br />

en adquirir la técnica a<strong>de</strong>cuada. ¿Cuánto? Depen<strong>de</strong> tan<br />

sólo <strong>de</strong> tu <strong>de</strong>dicación.<br />

Entonces el maestro cogió <strong>de</strong> la estantería una botella<br />

marrón, me la puso <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> la nariz y vertió un<br />

par <strong>de</strong> gotas <strong>de</strong> un líquido amarillento en el lapislázuli<br />

triturado.<br />

—Tendrás que acostumbrarte al olor <strong>de</strong>l aceite <strong>de</strong><br />

linaza, Samuel. Con él se mezclan los pigmentos para<br />

formar una pasta. Según el aglutinante que se emplee,<br />

la pintura será fluida como el agua o espesa como<br />

una sopa.<br />

—¿Por qué es necesario combinar pinturas <strong>de</strong> espesores<br />

distintos? —Callé por cautela, pues no quería que<br />

el maestro me tomara por estúpido o por impertinente.<br />

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—Vuelves a apresurarte, joven amigo. Te respon<strong>de</strong>ré<br />

a esa pregunta cuando <strong>de</strong>mos la lección correspondiente<br />

a la finalidad <strong>de</strong> los colores. Los alumnos suelen<br />

llegar a ella en su segundo o tercer año <strong>de</strong> aprendizaje,<br />

y tú sólo llevas un mes conmigo.<br />

El maestro negó con la cabeza para expresar su <strong>de</strong>saprobación,<br />

aunque entonces la indulgencia se mezcló<br />

con la severidad <strong>de</strong> su mirada, y acabó haciendo un<br />

gesto afirmativo.<br />

—Claro que también hay que valorar que un muchacho<br />

sea ambicioso y quiera apren<strong>de</strong>r.<br />

Vertió en un platillo <strong>de</strong> barro el lapislázuli amasado<br />

y lo cubrió con pergamino. Me sorprendió aquella<br />

manera <strong>de</strong> proce<strong>de</strong>r, pero me abstuve <strong>de</strong> formular otra<br />

pregunta que ya tenía preparada.<br />

—Los colores no <strong>de</strong>ben secarse, por eso hay que<br />

<strong>de</strong>jarlos siempre bien cubiertos —fue la explicación<br />

que me dio el maestro sin necesidad <strong>de</strong> que se la pidiera.<br />

Se lavó las manos en una palangana dispuesta sobre<br />

la mesa <strong>de</strong> utensilios que había entre las dos ventanas<br />

y continuó trabajando en su autorretrato. Mientras<br />

yo seguía triturando pigmentos, pensaba en lo generoso<br />

que había sido conmigo el <strong>de</strong>stino al permitirme<br />

apren<strong>de</strong>r el oficio con un pintor tan excepcional.<br />

Cuando el maestro se afanaba ante el lienzo, pintaba<br />

con vigor y concentración. Aplicaba la pintura con trazos<br />

planos y uniformes, como los que se requerían para<br />

la capa <strong>de</strong> fondo, o bien con pinceladas irregulares y<br />

<strong>de</strong> texturas diferentes. Unas veces empleaba el pincel,<br />

otras el filo <strong>de</strong> la paleta, en ocasiones incluso los <strong>de</strong>dos.<br />

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En algunas partes las capas tenían un grosor <strong>de</strong> más <strong>de</strong><br />

un centímetro, <strong>de</strong> modo que reflejaban la luz natural y<br />

proyectaba sombras como si fueran objetos reales. De<br />

vez en cuando caían unas gotas <strong>de</strong> pintura en el lienzo,<br />

algo que el maestro, sin embargo, nunca corregía. Supuse<br />

que tales <strong>de</strong>scuidos <strong>de</strong>bían <strong>de</strong> ser intencionados,<br />

pues cuando se observaba el cuadro <strong>de</strong>s<strong>de</strong> una cierta<br />

distancia, el efecto era <strong>de</strong> una perfección tal que la figura<br />

representada parecía estar viva.<br />

El retrato que el maestro hacía <strong>de</strong> sí mismo estaba<br />

envuelto en cálidos tonos terrosos. En él aparecía con<br />

un gabán <strong>de</strong> color caoba y cofia <strong>de</strong> pintor, y tenía las<br />

manos unidas <strong>de</strong>lante <strong>de</strong>l pecho como si estuviese<br />

orando. El cuello y la cofia requirieron una buena cantidad<br />

<strong>de</strong> blanco <strong>de</strong> plomo.<br />

Para elaborar ese pigmento vertí, siguiendo las indicaciones<br />

<strong>de</strong>l maestro, vinagre en una cazuela <strong>de</strong> barro<br />

hasta que el fondo se cubrió por completo, <strong>de</strong>spués<br />

metí varios cilindros <strong>de</strong> plomo y cerré el recipiente<br />

con pergamino. Entonces introduje la cazuela en otra<br />

más gran<strong>de</strong> que estaba rellena <strong>de</strong> excremento <strong>de</strong> caballo.<br />

Con el calor <strong>de</strong>l estiércol el vinagre se evaporó, el<br />

plomo se <strong>de</strong>scompuso y acabó convirtiéndose en polvo.<br />

El fuerte olor acre perduró varios días como una<br />

nube en el estudio.<br />

Al entrar una mañana en el taller, reparé en que el maestro<br />

había modificado algo en el cuadro. El cuello blanco<br />

era ahora bermellón, y en lugar <strong>de</strong> la cofia, antes<br />

también clara, llevaba una gorra <strong>de</strong>l mismo color que el<br />

cuello.<br />

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Así me gustaba aún más el retrato. La atención<br />

<strong>de</strong>l espectador se concentraba <strong>de</strong> lleno en la cara, que<br />

<strong>de</strong>stacaba iluminada sobre un entorno oscuro. La representación<br />

no tenía ningún embellecimiento, sino<br />

que mostraba al maestro tal como era en realidad, con<br />

las mejillas fofas, la piel con manchas y gran<strong>de</strong>s poros,<br />

y los cabellos que parecían cubiertos <strong>de</strong> una fina capa<br />

<strong>de</strong> polvo. Las facciones exhaustas contrastaban sin embargo<br />

con la mirada atenta, que expresaba serenidad<br />

y <strong>de</strong>terminación al mismo tiempo.<br />

—Aunque todavía está incompleta, pue<strong>de</strong> verse que<br />

vais a lograr una obra excelente —afirmé alborozado—.<br />

Seguro que os pagarán una buena cantidad por ella.<br />

Recordé lo que me había dicho el pastor Goltzius<br />

<strong>de</strong> los pintores famosos: que, <strong>de</strong> hecho, a muchos compradores<br />

les costaba lo suyo un retrato.<br />

El maestro se quedó quieto un instante. Entonces<br />

giró el pincel con un movimiento repentino y trazó,<br />

allá don<strong>de</strong> se encrespaban los cabellos bajo la gorra, en<br />

la pintura todavía fresca, un par <strong>de</strong> rayas semicirculares<br />

con la punta <strong>de</strong>l mango.<br />

—¿A qué te refieres con eso <strong>de</strong> «obra excelente»?<br />

Un pintor es alguien que hace un oficio manual, lo<br />

mismo que un pana<strong>de</strong>ro, un carpintero o un carnicero.<br />

Llevo pintando <strong>de</strong>s<strong>de</strong> hace más <strong>de</strong> cuatro décadas. Es<br />

lógico que domine mi oficio a la perfección <strong>de</strong>spués <strong>de</strong><br />

tanto tiempo. Por lo <strong>de</strong>más, no voy a ven<strong>de</strong>r este cuadro.<br />

Lo pinto solo para mí.<br />

Agaché la cabeza, avergonzado. Ojalá el maestro<br />

me disculpara la precipitación y la impru<strong>de</strong>ncia con las<br />

que había hablado.<br />

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—Des<strong>de</strong> que era joven he pintado autorretratos<br />

continuamente, quiero comprobar cómo me transforman<br />

los años. Cuando miro el lienzo hoy, veo a un<br />

hombre viejo y cansado que llegó a ser el pintor con<br />

más encargos <strong>de</strong> todo Ámsterdam. Su época pasó.<br />

Quizá se retire pronto <strong>de</strong>l teatro <strong>de</strong>l mundo.<br />

El maestro dio un paso atrás, permaneció un momento<br />

inmóvil ante el lienzo e hizo una reverencia<br />

exagerada <strong>de</strong>lante <strong>de</strong> su retrato. Entonces <strong>de</strong>jó escapar<br />

una risilla que me pareció sarcástica. En aquel momento<br />

no se me ocurrió ninguna respuesta a<strong>de</strong>cuada.<br />

Yo temía la i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> la muerte y la brevedad <strong>de</strong> la vida,<br />

aunque ya había acudido a muchos entierros en el pueblo.<br />

De la familia habían fallecido mis abuelos y cuatro<br />

<strong>de</strong> mis hermanos, así como dos tíos y una tía. Por otra<br />

parte, aún quería que el maestro me enseñara tanto <strong>de</strong><br />

pintura como fuera posible.<br />

Permaneció un rato sin moverse, mirando fijamente<br />

por la ventana. Cuando volvió a hablar por fin,<br />

parecía dirigirse a sí mismo.<br />

—En todo caso, un pintor no llega muy lejos hoy<br />

en día sólo con su <strong>de</strong>streza manual. Lo que necesita es,<br />

sobre todo, sentido <strong>de</strong> los negocios. Mi mujer era mucho<br />

más hábil que yo para eso. Y cuando llegó aquella<br />

<strong>de</strong>sdichada guerra contra Inglaterra... Ojalá hubiera<br />

podido pedirle consejo entonces a Saskia, para no escuchar<br />

las voces equivocadas que me hicieron per<strong>de</strong>r<br />

todo lo que tenía.<br />

Dejó a un lado pincel y paleta y se pasó la mano<br />

por la cara.<br />

—Bueno, bueno, pero qué estoy diciendo. Rebekka<br />

dice que cuando pienso en mi mujer me pongo<br />

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melancólico, y tiene razón. Todo cambiará cuando<br />

vuelva a recibir un gran encargo. Entonces <strong>de</strong>volveré a<br />

mis incontables acreedores hasta el último stuiver que<br />

aún les <strong>de</strong>bo. No podrán arruinarme, al menos mientras<br />

sea capaz <strong>de</strong> pintar.<br />

Seguramente, al pastor Goltzius le hubiera extrañado<br />

saber que el pintor más elogiado y célebre <strong>de</strong>l<br />

país sufría privaciones y que se preocupaba por que le<br />

llegara algún encargo. Pensé en la manera <strong>de</strong> ayudar<br />

al maestro. Aún no había llegado el momento, pero en<br />

cuanto fuese un pintor apreciado, apoyaría a mi preceptor<br />

con todos los medios a mi alcance.<br />

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