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Trobairitz 4 - 2023 JUL

Crecemos de a poco, caminamos lento. Nadie nos corre, nadie nos espera con un premio. Andamos por ahí, recogiendo letras y disfrutando del camino como se pueda, con el alma en una mano y una lapicera en la otra. Te invitamos, siempre te invitamos, a ser parte, en encontrarnos, a abrazarnos y reírnos o llorar hasta que pase la tormenta. Nada que valga la pena es sencillo. «Ad astra per aspera».

Crecemos de a poco, caminamos lento. Nadie nos corre, nadie nos espera con un premio. Andamos por ahí, recogiendo letras y disfrutando del camino como se pueda, con el alma en una mano y una lapicera en la otra. Te invitamos, siempre te invitamos, a ser parte, en encontrarnos, a abrazarnos y reírnos o llorar hasta que pase la tormenta. Nada que valga la pena es sencillo. «Ad astra per aspera».

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riéndote a carcajadas. Girabas la cabeza por

momentos, para decirles algo que mis oídos no

llegaban a distinguir.

Hacia el final del angosto pasadizo que

se abría al gran patio de adoquines, te esperaba

simulando esconderme, y vos, fingiendo sorpresa,

te frenabas.

volvían a encontrarse nuestras miradas, me esquivabas

para salir corriendo detrás de tus amigos,

que ya te habían sacado ventaja.

Los grandes piletones estaban todos juntos

y en línea sobre la pared opuesta y manchada

de humedad. Los adoquines del piso de

alrededor se volvían resbalosos cuando fregaba

la ropa y el agua jabonosa los salpicaba.

Cada tanto, el torbellino infantil volvía a

pasar a las corridas. Giraba sin fin entre los dos

pasadizos que unían el patio

con las habitaciones. Nosotras

alquilábamos la del centro.

Reconocía tu risa y tus

pasos desde lejos. Cuando se

acercaban y rompían el sonido

del agua corriendo, yo giraba, y

secándome las manos en el delantal,

me quedaba tildada, ensimismada,

como si se hubiera

detenido el tiempo, y con los

ojos húmedos, y el corazón inflado

de felicidad, me quedaba

observando el milagro de tenerte

en mi vida.

Me acercaba como si fuera a hacerte cosquillas.

No dejabas de reírte. Cuánto más me

acercaba, tus risas, cada vez más fuertes, dejaban

escapar grititos. Aleteabas tus manitas redonditas

para agitar el viento. Estaba tan cerca

que podía abrazarte. Me agachaba para que mis

ojos estuvieran a la altura de los tuyos. Con

gesto lento, para no asustarte, te tocaba la punta

de la nariz con el dedo índice, mientras te decía

suavemente «te amo». Por reflejo, apretabas tus

párpados. Y cuando al cabo de unos segundos

Tardecita, casi noche, te

sentabas sobre mi regazo y me

pedías que entonara alguna

canción, o que te contara algún

cuento. Apoyabas tu cabeza sobre

mi pecho, y sin dejar de mirarme,

me tomabas la mano que sólo soltabas

cuando te empezaba a vencer el sueño.

Así, cada noche, antes de recostarte en la

cama, te decía suavemente «siempre juntas».

Cada noche, cuando te arropaba, con una dormida

sonrisa, mientras girabas para abrazarte a

la almohada, repetías en un susurro «juntas

siempre».

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