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Centurion Argentina Summer 2018

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S e conmemoraba el

S e conmemoraba el décimo aniversario de la línea de alta joyería Atelier Swarovski y, para la ocasión, Nadja Swarovski había organizado una fiesta en el Hôtel du Cap-Eden-Roc, en la localidad francesa de Antibes. En plena costa mediterránea, con los paparazzi acampados en el exterior a la espera de captar la instantánea de alguna famosa engalanada con diamantes, otro tipo de estrellas eclipsaba a las celebridades de Hollywood. En el interior de unas cajas de metacrilato, collares y aretes de diamantes –algunos de más de 30 quilates– brillaban bajo el sol vespertino, provocando el asombro y la admiración de los asistentes al evento. Más de uno exclamaba que unos diamantes de tal belleza no podían ser de verdad. Lo cierto es que no lo eran, no exactamente, pero tampoco eran del todo falsos. Con una estructura cristalina y un corte perfectos, las gemas expuestas eran diamantes, pero habían sido creados en un laboratorio. Aunque el negocio multimillonario de la familia de Nadja cuenta con una división dedicada exclusivamente a la venta de piedras preciosas a otros joyeros, Swarovski lleva los dos últimos años trabajando contra natura. Durante el evento, Nadja Swarovski explicaba que «buscaba hacer algo serio, sustentable e innovador» y hacía hincapié en que las joyas creadas con diamantes artificiales habían sido elaboradas en el mismo taller que utilizan Chanel y Van Cleef & Arpels. «Los diamantes sintéticos tienen un menor impacto tanto en el ambiente como en la sociedad. La gente quiere, y también necesita saber, cuál es la procedencia de sus productos». Durante siglos, la moda se ha caracterizado por la laboriosa transformación de materias primas naturales en productos de lujo. El diamante se extrae de la tierra; la seda se obtiene de los capullos; y el cuero se curte a partir de la piel de los animales. A medida 64 CENTURION-MAGAZINE.COM

Página opuesta desde arriba: una muestra de microseda sintética producida por Bolt Threads en California; abrigo de piel sintética de cordero de Mongolia, de Maison Atia, una firma dedicada a las pieles de imitación cofundada por Chloé Mendel, perteneciente a una importante familia de peleteros que la ciencia y la tecnología incorporan nuevos materiales, la definición de moda va cambiando. En la actualidad, numerosos organismos protectores, voces críticas o compradores preocupados por el ambiente se cuestionan, e incluso rebaten, los procesos convencionales y sus efectos: el sacrificio de animales, la contaminación derivada de la producción de seda, la mano de obra del sector minero... Para muchos consumidores, la procedencia “sin conflictos” de la gema reviste tanta importancia como el precio o los quilates. En el pasado, el diamante de imitación era principalmente el zirconio cúbico. Pero lo que están haciendo Swarovski y otras compañías es algo completamente distinto. Son piedras elaboradas en laboratorios, idénticas a la gema natural desde el punto de vista físico y químico y, por tanto, sus diferencias son imperceptibles al ojo humano. El laboratorio californiano Diamond Foundry ha sido uno de las primeros en desarrollar con éxito diamantes artificiales. En 2013, varios ingenieros del MIT, Stanford y Princeton montaron esta empresa con el objetivo de «producir diamantes en América sin extracción y sin dióxido de carbono», explica el CEO Martin Roscheisen. Entre sus primeros inversionistas se encontraba Leonardo DiCaprio, quien se unió a la compañía después de las experiencias vividas durante el rodaje de Diamante de sangre donde se develaban los horrores de las minas de diamantes. Para obtener un diamante natural se necesitan millones de años, altas temperaturas, dinamita e incontable mano de obra; en el caso del diamante sintético hacen falta millones de dólares, temperaturas elevadas y numerosos químicos. Existen varias técnicas. La más común es un proceso conocido como deposición química de vapor o CVD (Chemical Vapor Deposition): los investigadores colocan en primer lugar una oblea pequeña y delgada (unos cinco milímetros de diámetro y tan solo una fracción de milímetro de grosor) de un diamante natural o sintético en una cámara de presión del tamaño de un puchero de sopa. Esta será la capa base del nuevo diamante. A continuación se introduce en la cámara una mezcla que contiene gases con carbono y se calienta a aproximadamente 3040 °C, empleando plasma generado con microondas. Esto provoca que átomos de carbono se desprendan del gas y se adhieran a la superficie de la oblea de diamante. Se necesita cerca de una semana para que las capas de átomos de carbono se conviertan en cristal de diamante sintético con un grosor de unos pocos milímetros. Una vez concluido el periodo de crecimiento, se elimina el calor y los gases residuales se retiran de la cámara de forma segura. Cualquiera podría pensar que el costo de un diamante hecho en un laboratorio debería ser inferior al diamante natural, pero, si sumamos los costos de I+D y los salarios de los técnicos, ingenieros y científicos, tan solo son entre 10 y 20% más económicos. Aun así, es evidente que, a medida que la tecnología avance y este tipo de diamantes sea más sencillo de elaborar, los precios irán bajando. Por otra parte, los diamantes naturales –sobre todo los de color– son cada vez más escasos debido al cierre de algunas minas y se espera que su valor aumente; de hecho, su precio se ha incrementado 30% en la última década. A pesar de que se han abierto nuevas minas en Botsuana y Canadá, la inminente clausura de la mina de diamantes Argyle en Australia, donde el número de quilates ha pasado de más de 40 millones en 2016 a unos 12 millones, está generando una gran controversia. La posibilidad de que algún día deje de haber diamantes naturales en todo el mundo ha suscitado cierta preocupación dentro de la industria. Como Roscheisen señala, la industria del diamante no está del todo satisfecha con las gemas sintéticas. «El cártel de diamantes se muestra muy nervioso por culpa de un nuevo productor que se rige por la legislación estadounidense – explica–. Amenazan a nuestros socios, obstaculizan nuestra tarea y, además, propagan información incorrecta para que la gente no sepa de nosotros». El Instituto Gemológico de América (GIA) –la organización que estableció las cuatro C (corte, color, claridad y quilates, por sus siglas en inglés) para valorar un diamante– posee un laboratorio de investigación en Nueva Jersey donde también elabora diamantes, aunque no están a la venta. El laboratorio únicamente se creó con el objetivo de estar al día en todo lo relacionado con la industria de los diamantes artificiales. Además, la GIA también tiene una de las pocas máquinas capaces de distinguir entre gemas naturales y sintéticas; la diferencia radica en la absorción y la transmisión de la luz. En cualquier caso, estas piezas muy pronto llegarán a las joyerías. El lujo se fundamenta en la exclusividad, pero también está supeditado a una bella presentación y a una narrativa incluso más bella. Hoy en día, una de estas narrativas de la industria del lujo gira en torno a una moda que nos haga sentirnos bien. Esta tendencia ha provocado que muchos diseñadores estén dando la espalda a la piel de verdad. Durante siglos, la moda se ha caracterizado por la laboriosa transformación de materias primas naturales en productos de lujo. CENTURION-MAGAZINE.COM 65

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