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El largo camino a la justicia

Dos Erres: El largo camino a la justicia - Plaza Pública

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16<br />

Louisa Reynolds / PzP<br />

de hacerse pasar por guerrilleros, bajo <strong>la</strong> lógica de que si <strong>la</strong><br />

gente les daba de comer, obtendrían <strong>la</strong> prueba irrefutable de<br />

que eran enemigos de <strong>la</strong> patria que debían ser exterminados.<br />

<strong>El</strong> cocinero Pinzón se quedó junto a <strong>la</strong> puerta y los otros cuatro<br />

entraron. Cuando una de <strong>la</strong>s dos nueras de María Juliana<br />

comenzó a gritar, uno de los soldados le puso <strong>la</strong> punta del<br />

fusil en <strong>la</strong> boca para que se cal<strong>la</strong>ra.<br />

Tiraron al suelo <strong>la</strong> leche, <strong>la</strong> crema y <strong>la</strong>s tortil<strong>la</strong>s, sacaron <strong>la</strong><br />

ropa de los armarios, y exigieron, con gritos e improperios<br />

que les entregaran <strong>la</strong>s armas. “¡Ustedes son los que les dan<br />

comida a los que andan en <strong>la</strong> montaña!”, insistieron los soldados.<br />

Golpeándo<strong>la</strong> con el fusil, un soldado condujo a María Juliana<br />

al patio, le sumergió <strong>la</strong> cabeza en un cubo de agua y<br />

estuvo a punto de ahogar<strong>la</strong>.<br />

Antes de irse, los soldados devoraron, como lobos hambrientos,<br />

<strong>la</strong> comida que no habían pisoteado y le pidieron a María<br />

Juliana agua para <strong>la</strong>varse <strong>la</strong> cara. “Gracias, señora”, le dijo<br />

uno de ellos con una sonrisa maligna. “Más tarde vamos a<br />

regresar y les vamos a dar agüita”.<br />

Sandra Otilia, <strong>la</strong> hija menor de María Juliana, miró a los<br />

ojos al soldado del lunar en el pómulo izquierdo y le imploró:<br />

“Por favor, le encargo, si mira a mi hermano, se l<strong>la</strong>ma<br />

Ramiro….”, pero no le alcanzó <strong>la</strong> voz para terminar <strong>la</strong> frase.<br />

A pesar de <strong>la</strong>s vejaciones que sufrieron durante casi cuatro<br />

horas, <strong>la</strong> joven aún no había comprendido que aquellos soldados<br />

habían llegado para exterminarlos. Su padre, Meritón<br />

Gómez, siempre le había inculcado el respeto por el uniforme<br />

verde oliva de los militares y le decía que el Ejército era<br />

un honor porque cuidaba a todos los guatemaltecos.

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