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MI TÍO EL DESEMPLEADO<br />

Mi tío Pepe se alzó como rebelde en las lomas de la Sierra<br />

Maestra, sin haberse rasurado por primera vez. Se<br />

dijo que fue precoz o vidente y supo, pensó él, y el resto de<br />

mi familia, cuándo subirse al tren de los futuros triunfadores.<br />

De todas formas, lo hizo por conciencia, soñaba con una<br />

revolución.<br />

Al bajar de las lomas en enero del 59, trajo una espesa<br />

barba negra y varios collares de santajuanas, y la<br />

ametralladora Thompson sobre los hombros donde lucía su<br />

grado de capitán. Pertenecía a la tropa del Comandante<br />

Camilo Cienfuegos, quien meses después cayera al mar en<br />

una avioneta. Y extrañamente, a continuación, fueron<br />

licenciando a sus oficiales; de alguna forma, ellos también se<br />

hundieron con él. “Mi único Comandante”, repetía mi tío, y<br />

fue en cincuenta años un silencioso acto de insubordinación<br />

por lealtad a su extinto Jefe.<br />

A partir de entonces mi tío aprendió a esperar como el<br />

proverbio árabe: se sentó en la puerta de su cabaña para ver<br />

pasar los triunfos por lo que se sacrificaron. Continuó<br />

apoyando el “proceso”, pues nada tenía que ver con sus<br />

intereses personales, y aseguraba que el cambio político<br />

había sido para beneficiar al pueblo.<br />

La barba tupida de mi tío se hizo canosa y luego rala, los<br />

dientes desaparecieron, la escoliosis le impidió continuar la<br />

larga espera. Apenas conversaba. Dejó de asistir a las<br />

reuniones con los veteranos de la guerra. Hace pocos meses<br />

lo encontramos llorando, sentía vergüenza, nos dijo, no<br />

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