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pero me dijo que el recluso que no comía, no se le permitía<br />

nada. Al rato me quitaron la ropa y las sabanas. Aquella<br />

noche fría tuve que taparme los hombros apenas con el<br />

short. Luego trajeron a tres hombres negros, muy fornidos.<br />

Era evidente que estaban al servicio de la “Seguridad del<br />

Estado”. Contaron sus falsas historias. Y yo les seguí el<br />

juego, pero aproveché para decirles todo lo que deseaba<br />

gritarles a mis captores. Lo único que me respondían era<br />

que me fuera del país, que “Dios le da barba al que no tiene<br />

quijada”; se burlaban porque yo podía estar afuera del país,<br />

que había viajado a los Estados Unidos, Europa, América, y<br />

mira donde me encontraba, que eso era cosa de loco. Y<br />

volvía a decirles y a ofenderlos con mis sentimientos.<br />

Mientras lo hacía se mantenían en silencio, y sentía que les<br />

dolía no poder callarme la boca a piñazos.<br />

En la madrugada llegó un “agente” de la “Seguridad del<br />

Estado”. Le grité, desde mi celda, que no deseaba conversar<br />

con nadie, que lo único que podían hacer era volverme a<br />

golpear, pero que de mí no obtendrían ninguna<br />

conversación. El oficial entró a la celda luego de hacer salir<br />

a los reclusos. Entonces pensé que volverían a golpearme.<br />

400<br />

Ángel Santiesteban-Prats

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