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revista 31 - Asociación Cultural Salvadme Reina de Fátima

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El sacramento <strong>de</strong><br />

la Eucaristía, al<br />

transformarnos <strong>de</strong> alguna<br />

manera en el propio Cristo,<br />

nos conduce a la felicidad<br />

eterna y nos la anticipa en<br />

esta tierra. Esta fascinante<br />

temática será <strong>de</strong>sarrollada<br />

por el docto dominicano<br />

Fray Ferdinand-Doratien<br />

Joret, continuando las<br />

materias publicadas en los<br />

meses anteriores.<br />

La Eucaristía nos<br />

une a Cristo y nos<br />

transforma en Él<br />

la unión transformante,<br />

cumbre De la viDa mística<br />

La fórmula más hermosa <strong>de</strong> la<br />

vía mística, plenamente vivida en la<br />

unión transformante, dice así: “el alma<br />

vive en Dios y Dios vive en el alma”.<br />

Pues bien, esta frase, repetida<br />

varias veces en los escritos <strong>de</strong> san<br />

Juan Evangelista, la escuchamos por<br />

vez primera en boca <strong>de</strong>l propio Jesús,<br />

justamente cuando prometió la divina<br />

Eucaristía: “El que come mi carne<br />

y bebe mi sangre, permanece en mí, y<br />

yo en él” (Jn 6, 56).<br />

El Señor dijo entonces sobre la Eucaristía<br />

lo mismo que repitió <strong>de</strong>spués<br />

junto a su discípulo amado, que hablaba<br />

bajo su inspiración, cuando trataron<br />

sobre la vida <strong>de</strong> la caridad y <strong>de</strong><br />

la acción <strong>de</strong>l Espíritu Santo en las almas.<br />

Vivimos en Dios<br />

“Quien permanece en el amor permanece<br />

en Dios y Dios en él” (1 Jn 4,<br />

16). Permanece en Dios, pues la virtud<br />

<strong>de</strong> la caridad es obra inmediata<br />

<strong>de</strong> Dios mismo; es él, es su Divino<br />

Espíritu en persona que la expan<strong>de</strong><br />

en nuestros corazones. La da con<br />

la esperanza <strong>de</strong> que produzca y regule<br />

sus acciones. Toda alma en estado<br />

<strong>de</strong> caridad se encuentra, pues, fundamentada<br />

en Dios. Más aún: cuando<br />

su caridad florece en obras, se vuelve<br />

como la vida <strong>de</strong> Dios comunicándose<br />

activamente al alma, la cual habita<br />

realmente en Dios, <strong>de</strong>l que recibe la<br />

vida como <strong>de</strong> su propia fuente.<br />

Dios permanece en nosotros<br />

En esta actividad, sin embargo, el<br />

alma regresa a su principio vital. La<br />

misma caridad que se explaya bajo<br />

la acción <strong>de</strong>l Espíritu Santo nos hace<br />

volver a Dios, vivo en nosotros. Nos<br />

volcamos en nosotros mismos para<br />

abrazar ahí a esa alma <strong>de</strong> nuestra alma,<br />

que es el Espíritu Santo, y por la<br />

capacidad sobrenatural <strong>de</strong> la virtud<br />

<strong>de</strong> la caridad entramos en el gozo <strong>de</strong><br />

ese divino objeto. Entonces él se entrega<br />

verda<strong>de</strong>ramente a nosotros. Es<br />

al mismo tiempo el final y el principio<br />

<strong>de</strong> nuestro acto <strong>de</strong> amor; estamos en<br />

Dios y Dios en nosotros.<br />

Ya estaba en nosotros antes que el<br />

amor brotara en nosotros, por el sencillo<br />

hecho <strong>de</strong> habernos dado ese amor<br />

en potencia para que lo poseyéramos<br />

así. Es la forma como Dios resi<strong>de</strong> en<br />

el alma <strong>de</strong>l recién nacido y recién bautizado.<br />

No obstante, se compren<strong>de</strong>rá<br />

que dicha resi<strong>de</strong>ncia por causa <strong>de</strong>l<br />

amor habitual termina volviéndose actual<br />

y explícita tan pronto como practicamos<br />

un acto <strong>de</strong> amor a Dios. Es ése<br />

el momento en que nos unimos a Dios,<br />

y en cierto sentido lo abrazamos.<br />

Esta vida realizará un nuevo progreso<br />

cuando la unión se haga consciente,<br />

tal como ocurre en el estado<br />

místico. El alma se sentirá atraída<br />

por Dios, tan íntimo a ella, como<br />

· Heraldos <strong>de</strong>l Evangelio 3

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