revista 31 - Asociación Cultural Salvadme Reina de Fátima
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afirma santo Tomás– que el efecto propio<br />
<strong>de</strong> este sacramento es la transformación<br />
<strong>de</strong>l hombre en Cristo, <strong>de</strong> modo que<br />
pueda <strong>de</strong>cirse: ‘Yo vivo, pero no soy yo<br />
quien vive, sino Cristo que vive en mí’”<br />
(IV Sent., dist. 12, q. 2 a. 1, q. 1).<br />
La i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> caridad<br />
Llegaremos a la misma conclusión<br />
si partimos <strong>de</strong> la i<strong>de</strong>a que la Eucaristía<br />
es el pan <strong>de</strong>l amor, el alimento <strong>de</strong><br />
la amistad divina.<br />
Es propio <strong>de</strong> la amistad que quien<br />
ama se transforme gradualmente en<br />
el objeto <strong>de</strong> su amor. A medida que<br />
amamos a alguien nos vamos asemejando<br />
a su modo <strong>de</strong> ser, como si<br />
el alma <strong>de</strong>l amado se fuera haciendo<br />
nuestra propia alma, inspirando toda<br />
nuestra conducta. Nos <strong>de</strong>sinteresamos<br />
<strong>de</strong> nosotros mismos para ocuparnos<br />
solamente <strong>de</strong>l ser amado. Y<br />
a partir <strong>de</strong> ese momento, nuestra vida<br />
se transforma. Ya no somos lo que<br />
éramos. En a<strong>de</strong>lante nos moverán sus<br />
i<strong>de</strong>as, sus gustos y afectos, sus intenciones<br />
y propósitos; y nuestro mayor<br />
<strong>de</strong>seo será la realización <strong>de</strong> su felicidad.<br />
Así también en nuestro corazón<br />
obra la caridad, que es la amistad con<br />
Dios, en lo referido a Nuestro Señor.<br />
Santa Cena (Basílica <strong>de</strong> Notre-Dame, Montreal, Canadá)<br />
Una vez más tiene cabida la palabra<br />
<strong>de</strong>l Apóstol, citada hace poco: “No<br />
soy yo quien vive, sino Cristo que vive<br />
en mí”. Escribe santo Tomás: “Por<br />
medio <strong>de</strong> este sacramento se opera<br />
cierto tipo <strong>de</strong> transformación <strong>de</strong>l hombre<br />
en Cristo, lo cual es su fruto característico”<br />
(Ibid., a. 2, q. 1).<br />
La Cmunión<br />
ns ncamina a la<br />
flicidad tna y<br />
ns la anticipa<br />
Así, pues, el alimento eucarístico,<br />
no menos que nuestra virtud <strong>de</strong> la caridad<br />
estimulada por él, nos lleva al<br />
olvido <strong>de</strong> nosotros mismos, al sacrificio<br />
<strong>de</strong> nuestro egoísmo, para no pensar<br />
sino en Nuestro Señor y no vivir<br />
sino para él, gozosos por entrar en el<br />
<strong>de</strong>signio que él tuvo en el mundo y<br />
que nos consumará con él en el Pa-<br />
dre: “Yo en ellos y tú en mí, para que<br />
sean perfectamente uno” (Jn 17, 23).<br />
En el Cielo, efectivamente, Jesús<br />
estará en nosotros, uniendo vitalmente<br />
a todos los miembros <strong>de</strong> su Cuerpo<br />
místico; y Dios, que está en Cristo glorificado,<br />
estará <strong>de</strong> igual modo en nosotros,<br />
que seremos uno con Cristo.<br />
La complacencia <strong>de</strong>l Padre se exten<strong>de</strong>rá<br />
<strong>de</strong>s<strong>de</strong> la Cabeza hacia todos los<br />
miembros <strong>de</strong> su Hijo Unigénito: “Este<br />
es mi Hijo amado, en quien me complazco”<br />
(Mt 3, 17). Y nosotros, en entero<br />
acuerdo con Jesús, todo unidos en<br />
un solo brío bajo su irresistible impulso,<br />
exclamaremos: “¡Abba! ¡Padre!”.<br />
Ese doble movimiento <strong>de</strong> amor –<br />
<strong>de</strong>l Padre hacia nosotros y <strong>de</strong> nosotros<br />
hacia el Padre– no es más que una<br />
prolongación en nosotros <strong>de</strong>l Espíritu<br />
Santo, amor sustancial <strong>de</strong>l Padre y <strong>de</strong>l<br />
Hijo, <strong>de</strong>l que participaremos. Será la<br />
felicidad eterna. Es a don<strong>de</strong> la Comunión<br />
nos encamina, y <strong>de</strong> lo cual nos<br />
da a probar un anticipo.<br />
“El que come mi carne y bebe mi<br />
sangre, permanece en mí, y yo en él”<br />
(Jn 6, 56). Notemos que esa promesa<br />
está enunciada en tiempo presente:<br />
por la Eucaristía, comienza a hacerse<br />
realidad. <br />
· Heraldos <strong>de</strong>l Evangelio 3<br />
Fotos: Gustavo Kralj