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15 LA SUCESIÓN A LOS BIENES DE JUAN ANTONIO LLORENTE ...

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<strong>LLORENTE</strong> FRENTE A SÍ MISMO<br />

y vestidos eran aprovechados hasta el fin, aunque estuviesen ya casi traspillados.<br />

Los libros de Llorente –si se atiende a los precios que les asignó el<br />

commissaire priseur– obligan a pensar en una ocupación de bibliofilia<br />

modesta: carissimi libri!, hubiera podido decir basándose en su afanosa<br />

y nada desdeñable tarea de recopilación. La biblioteca que logró reunir<br />

revela inequívocamente su afán ilustrado, su vasta curiosidad intelectual.<br />

Impossibiles libri!, porque apenas existen –si existen– en su biblioteca<br />

ediciones caras. Da toda la impresión de un buscador infatigable de<br />

libros de segunda mano, revendedor de ocasión, y buscador de nuevos<br />

títulos de obras literarias o científicas para ampliar el elenco de ejemplares<br />

ansiados. Los libros viejos eran decentemente encuadernados y,<br />

luego, si los tenía repetidos, los canjeaba o los vendía. Según parece, él<br />

mismo trabajaba también lo que podía como distribuidor de sus propias<br />

publicaciones. De hecho, todavía quedaba en su casa un importante<br />

stock de algunas de ellas.<br />

La masa económica total, una bolsa de diecisiete mil francos, no<br />

llegó a la cifra redonda de los veinte mil. No es, por lo tanto, gran cosa.<br />

A madame Houllier, la madre de Antoinette, le entregaba –según parece–<br />

para sus gastos cincuenta francos mensuales. A su secretario, Gutiérrez,<br />

lo mismo, cincuenta francos mensuales48 . El alquiler del apartamento,<br />

cincuenta y cinco francos y pico cada mes: lo cual está bien para<br />

un apartamento en piso alto en una calle lujosa49 . A finales del XVIII la<br />

48. Un pasaje de E. SUE orienta sobre lo que podía ganar un artesano manual de<br />

abanicos. La acción de la novela comienza en el otoño de 1838. La Cantaora y el Puñales<br />

interpelan a Rodolfo: «-Pintor de abanicos, es un oficio muy bonito –cortó la Cantaora<br />

(goualeuse). –Y qué gana con eso?, preguntó el Puñales (chourineur). –Trabajo a<br />

destajo y las buenas jornadas me producen tres francos, a veces cuatro. Pero en verano,<br />

pues los días son largos… –Y haraganea a menudo, ¿no? –Siempre que tengo dinero, y<br />

eso que no lo malgasto. En principio diez gordas por dormir en mi aposento. –¡Caramba<br />

monseñor! ¿Usted duerme a diez gordas?, clamó asombrado el Puñales mientras se<br />

llevaba la mano al sombrero. –…Me gustan las comodidades y la limpieza. –He aquí a<br />

un par de Francia! Un banquero! Un ricachón!, clamó el Puñales. Duerme a diez gordas<br />

por noche. –Además, continuó Rodolfo, cuatro perras gordas para tabaco, que suman<br />

catorce; cuatro para desayunar son dieciocho; quince para comer; una o dos para aguardiente<br />

y ya estamos en treinta y cuatro o treinta y cinco perras gordas por día. Como<br />

ves no preciso trabajar toda la semana, y el resto del tiempo me divierto.» Los misterios<br />

de París, 20-21. Evidentemente tanto la señora Houllier como Gutiérrez podían ganar<br />

dinero también por otros trabajos.<br />

49. «–Señora, tengo entendido que existe en esta casa un cuarto y una alcoba por<br />

alquilar, dijo remachando la palabra señora a fin de adularla. La mujer le respondió<br />

con menos acritud: –Hay una habitación para alquilar en el cuarto, pero no se pue-<br />

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