15 LA SUCESIÓN A LOS BIENES DE JUAN ANTONIO LLORENTE ...
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<strong>LLORENTE</strong> FRENTE A SÍ MISMO<br />
gado por los enciclopedistas y por los economistas de la escuela clásica.<br />
Dogma adoptado por el público francés que dispensó su confianza en<br />
grado superior a cuanto se pueda pensar. El siglo XIX consideró como<br />
intangible la moneda, en torno a la cual debían moverse los precios. El<br />
franco fue tenido –al igual que el metro, o el gramo o el litro– como<br />
una unidad de medida que no era posible modificar».<br />
Lo cual no quiere decir que los precios permaneciesen idénticos.<br />
Sino que el poder adquisitivo del franco variaba según los avatares coyunturales;<br />
pero la moneda permanecía idéntica en su definición con<br />
respecto al metal precioso: lo cual requería –eso sí– una positiva estabilidad<br />
económica, que permitiese la variación de precios sólo dentro<br />
de una banda razonable. Ya que «una moneda puede ser amenazada de<br />
dos modos. O por el déficit de la balanza de pagos, que desequilibra el<br />
mercado de divisas; o por el déficit del presupuesto, que genera aumento<br />
de la deuda pública, y que puede traer consigo un aumento de la<br />
deuda flotante o incluso un exceso de adelantos por parte de la Banca al<br />
Estado: en consecuencia, una inflación no contrabalanceada por beneficios»<br />
51 . Consta, sin embargo que el balance de los presupuestos desde<br />
1816 hasta 1829 produjo un superávit acumulado hasta un valor de 47<br />
millones de francos. Lo cual significa sin duda una progresiva recuperación<br />
del bienestar social en la época de la Restauración.<br />
Eugène Sue, pionero del folletín social, pero indiscutible conocedor<br />
de la vida parisienne –en aquella misma época en que Llorente amasó<br />
su pequeña fortuna–, nos brinda multitud de datos que permiten<br />
una valoración muy cercana del valor adquisitivo del franco. Disculpe el<br />
lector la longitud de esta cita final, que me parece insustituible:<br />
464<br />
«Luego se interrumpió para detenerse delante de una tienda. –¡Oh!<br />
Fíjese qué péndulo y qué bonitos jarrones, exclamó la modistilla–. Cuando<br />
tenga ahorrado lo que cuesten, me los compraré. Pero aún habré de<br />
esperar cinco o seis años. –¿Hace economías con lo que gana? –No gano<br />
más que un franco y medio diario, a veces dos, pero sólo cuento con uno<br />
y medio. Hay que ser prudente –respondió Rigoletta, con aire de importancia<br />
como si se tratara de regir las finanzas de un Estado. –¿Cómo puede<br />
vivir con un franco y medio al día? –Es muy sencillo. Con eso al día,<br />
tengo cuarenta y cinco francos al mes. De ellos tengo que descontar doce<br />
de alquiler y veintitrés para comer. –¿Veintitrés francos al mes para comida?<br />
–Pues claro. Confieso que para una tortolita como yo, es demasiado,<br />
51. Ibidem, 229-230