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Cuadernos Templarios Nº 16 - Marzo 2013

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Nos agolpamos los seis con el oído pegado a la puerta de la sala donde podíamos escuchar la<br />

conversación sin ser vistos. "¡Qué le parece Roberto! Este hombre vino a desarmar nuestras<br />

familias. Todos quieren emigrar. ¿Qué opina Ud.?" Mi padre contestó: "Mi mujer y yo estamos muy<br />

preocupados. No sabemos qué hacer". Se hizo un largo silencio. Oímos a continuación a don Raúl<br />

preguntar: "Dígame, Roberto..., Ud.... si hubiera conocido a un hombre así en su juventud... ¿qué<br />

hubiera hecho?" Otro largo silencio. Entonces, ante nuestra emoción, mi padre contestó: "¿Yo? ...<br />

¿qué hubiera hecho? ... Y... ¡LO HABRIA SEGUIDO HASTA LA MUERTE!"<br />

"CORTE, DOCTOR, CORTE."<br />

Había mucha gente en aquel campamento en la quinta de Juan de Jorge en las proximidades de<br />

Buenos Aires. Observé que Shantidas rengueaba. Le pregunté si tenía algún problema: "Sí", me dijo,<br />

"me duele esta pierna, tengo un forúnculo." Cuando me lo mostró, quedé sorprendido por el estado<br />

de la infección. Lo llamé a Juan y quedamos en consultar urgentemente a un doctor. Cuando éste<br />

vino, diagnosticó un ántrax, es decir un conjunto de granos rodeado de un impresionante halo rojo.<br />

"Hay que operar enseguida, acompáñeme ahora a mi consultorio." Lanza le contestó: "No, doctor,<br />

corte aquí nomás y ahora." El médico nos miró y le pedimos que procediera tal como él se lo pedía.<br />

Shantidas estaba rodeado de mucha gente que miraba absorta lo que ocurría. El médico volvió de su<br />

consultorio con todos los elementos necesarios y le pidió que colocara la pierna sobre un banquito<br />

y se dispuso a inyectarle un anestésico. "¡No, no, doctor, Ud. no me pincha. Corte, corte tranquilo!"<br />

"Pero mire que esto es muy doloroso," observó el médico. Shantidas insistió: "¡Corte, doctor, corte!"<br />

Así fue como el médico tanteó al maestro con su bisturí para observar su reacción y al ver que éste<br />

seguía conversando tranquilamente con los que lo rodeaban procedió a cortar, revolver y rascar<br />

hasta que quedó a la vista un agujero del tamaño de una nuez al que rellenó con una gasa embebida<br />

en aceite de hígado de bacalao. (Recuerdo su olor). Mientras procedía con su operación, el hombre<br />

miraba de tanto en tanto a su paciente que no daba la menor muestra de dolor.<br />

Durante todo este proceso siguió conversando con nosotros. De tanto en tanto miraba su pierna<br />

ensangrentada como si se tratará de algo que no le concernía. Notando nuestras miradas de<br />

asombro, dijo: "Es mi pierna, no soy yo".<br />

"LA LECCIÓN DEL CAFÉ"<br />

A Shantidas le gustaba caminar. En eso estábamos, paseando por una avenida de Buenos Aires, y<br />

como era lógico su imponente figura llamaba la atención. Algunos lo reconocían.<br />

Mientras andábamos, observaba los frentes de los edificios, especialmente los antiguos y me<br />

señalaba el significado de las gárgolas, de las figuras de los frentes, de los estilos. Le gustaban las<br />

viejas rejas coloniales que cerraban ventanales y lucían en enormes portones. También le gustaba<br />

mucho el café, el buen café, y en Buenos Aires se toman los más exquisitos cafés del mundo. Así es<br />

que me dijo: "Vamos a tomar un café".<br />

Buscamos el bar apropiado, antiguo y con mostrador de estaño, con viejas y fuertes mesas y sillas<br />

de madera. Entramos. Había solo hombres, como era de rigor en aquellos años, unos quince<br />

parroquianos que hablaban animadamente.<br />

<strong>Cuadernos</strong> <strong>Templarios</strong>. Número <strong>16</strong>, <strong>Marzo</strong> de <strong>2013</strong> Página 35

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