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Cuadernos Templarios Nº 16 - Marzo 2013

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En un momento observamos con inmenso alivio cómo comenzaban a retirarse: De uno en uno. En<br />

cinco minutos se habían ido todos. Quedamos los treinta o cuarenta amigos pálidos y mudos por el<br />

pánico pasado. Lanza nos dijo: "Bien, ahora continuemos hasta llegar al fin de la calle".<br />

De todos los negocios salían los propietarios ofreciéndonos escaleras, pintura y hasta colaboración<br />

personal. Al día siguiente, pudimos ver la figura de Shantidas en el extremo de la escalera y los<br />

comentarios sobre la acción en todos los diarios de la ciudad.<br />

"COMPRÉ UNA BICICLETA"<br />

De Noel, el editor de sus libros, le había entregado un cheque, correspondiente a los derechos de<br />

autor de "Peregrinación a las Fuentes". No leyó el importe. Fue al banco para cobrarlo en ventanilla.<br />

Al leer la cifra, el cajero le preguntó si quería que se lo pagaran en la oficina del gerente. Lanza no<br />

entendió el motivo y le solicitó cobrarlo ahí mismo. El hombre se encogió de hombros y comenzó a<br />

amontonar fajos de billetes. Los siguientes clientes de la cola miraban fascinados cómo crecían las<br />

pilas de francos. No había traído nada para cargarlos. Cuando el cajero hubo terminado, comenzó a<br />

empujar los paquetes por debajo de la ventanilla. Shantidas los recibía y los introducía en los<br />

bolsillos. Algunos cayeron al suelo y sus vecinos lo ayudaban a cargarlos donde podía.<br />

Al fin, repleto de dinero contante y sonante, saludó y agradeció a quienes lo miraban mudos de<br />

asombro y salió a la calle. Cuando terminó su relato, alguien preguntó: "¿Y qué hiciste con toda esa<br />

plata?" "¡Me compré una bicicleta!", contestó.<br />

"PÍDELE, PÍDELE UN PULLOVER A ROBERTO"<br />

Nuestro amigo Héctor Merino era como un hijo más en la familia. A veces se alojaba días en la casa y<br />

era frecuente que almorzara o cenara allí. En las épocas en que Lanza habitaba con nosotros, sus<br />

visitas eran más habituales A mí padre esa asiduidad no le hacía mucha gracia. Era celoso de la<br />

privacidad familiar. En aquella ocasión estábamos planeando la visita a Mar del Plata, la misma<br />

durante la cual se produjo el incidente con los espiritistas. Yo estaba feliz de que nos acompañara<br />

mi padre. Conocía la inquietud que le producía la irrupción tan fuerte de Lanza en la vida de la<br />

familia y pensaba que un viaje así sería propicio para un mayor acercamiento entre ambos.<br />

Tampoco desconocía el afecto mutuo que se profesaban y la admiración que sentía mí padre por<br />

Shantidas. Así las cosas, el día de la partida estábamos en el comedor desayunando y proyectando<br />

cuando irrumpió Héctor.<br />

"¿Puedo sentarme a desayunar con Uds.?" Mi madre respondió: "Por supuesto". Observé el gestó de<br />

contrariedad de mi padre. "¿De qué hablaban?", preguntó Héctor. "Del viaje a Mar del Plata", le<br />

contesté. "Estamos por salir".<br />

"¿Puedo ir?" preguntó.<br />

"...Y, no sé. Ya somos cuatro para el auto. En cualquier momento llega mi socio, y con Juan, Shantidas<br />

y papá vamos completos. El viaje es largo. Además tenemos que llevar equipaje. Hace mucho frío,"<br />

le contesté inquieto. Héctor insistió.<br />

Mi padre se puso nervioso, se produjo un momento tenso. Shantidas observaba la escena sin hablar.<br />

Al final mi padre dijo más que impaciente: "¡Yo me quedo! Andá nomás vos Héctor".<br />

<strong>Cuadernos</strong> <strong>Templarios</strong>. Número <strong>16</strong>, <strong>Marzo</strong> de <strong>2013</strong> Página 39

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