Carta 27 Universidad - ausjal
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Aún no sale el primer rayo de sol y el personal de seguridad del turno de la noche,<br />
recorre nuevamente las instalaciones, con la finalidad de dar a su supervisor el<br />
reporte de las condiciones del área a su cuidado. La lluvia no ha dejado de caer, el<br />
viento sopla frío; sin embargo, entre todos han recorrido durante toda la noche cerca<br />
de doscientos mil metros cuadrados de áreas construidas, han entrado y revisado<br />
laboratorios, aulas, auditorios, oficinas, pasillos, canchas, azoteas y jardines; sus<br />
rostros denotan cansancio: todos ellos sin duda desean llegar a casa y descansar.<br />
El supervisor en turno recaba los reportes y escribe la bitácora para entregar las<br />
instalaciones al supervisor matutino y concluir su jornada. Por el radiocomunicador<br />
se escucha: “ochenta, ochenta, me copia”; ochenta es la clave del supervisor. Él<br />
contesta: “seis”, clave de “adelante, trasmita”, y entre números de clave y voz fatigada,<br />
Rubén transmite el mensaje de “Tenemos una urgencia”. ¿Qué?, exclama el supervisor,<br />
¿dónde es la urgencia? —En la cafetería, señor, está inundada. Por un momento<br />
pasan por la mente mil cosas y se escuchan instrucciones rápidas al personal cercano<br />
al área. De pronto el supervisor llega a la zona y constata que eso parece una<br />
Venecia. ¡Rápido! Nadie puede irse, el turno de Intendencia aún no entra, por lo<br />
tanto el personal de seguridad busca rápidamente la fuente del problema: una<br />
manguera se reventó por presión. Rápidamente aparecen escobas, jaladores de agua,<br />
trapeadores y todo lo que pueda servir para controlar y secar el área; en un momento<br />
hay quince personas con los zapatos y pantalones mojados haciendo un gran esfuerzo<br />
por secar, sólo se oye al fondo al supervisor decir: “Señores, esta cafetería en tres<br />
horas estará sirviendo desayunos a los estudiantes, ¡ánimo!, ya falta menos”. Y<br />
después de una hora los trapeadores terminan de secar los últimos rastros del agua,<br />
junto con el grupo de trabajo de Intendencia que inicia sus labores con esa inesperada<br />
tarea.<br />
Por fin, concluida la tarea, se entregan las instalaciones para iniciar un nuevo día,<br />
que sin duda estará lleno de múltiples actividades y eventos que identifican a una<br />
comunidad universitaria como la Ibero. El turno entrante empieza a encender las<br />
luminarias de pasillos, entradas a oficinas, estacionamientos, salones.<br />
En el perímetro de la <strong>Universidad</strong>, en casi todas las puertas de acceso vehicular hay<br />
filas de cientos de autos con las luces prendidas esperando a que sean las seis y<br />
veinte para poder ser parte del río de autos cuyos dueños buscan el lugar más cercano<br />
a los salones para estacionarse e iniciar clases de siete, entre maquetas, libros bajo<br />
el brazo, laptops encendidas. Los pasillos de los salones empiezan a cobrar vida, los<br />
cigarros no se dejan esperar, una joven le dice a su amigo: “Sal del salón, aquí no<br />
puedes ya fumar, sólo en áreas abiertas”. Él no contesta y sale del salón.<br />
CON SELLO<br />
AUSJAL<br />
Un día en la<br />
operación de la<br />
<strong>Universidad</strong><br />
Iberoamericana,<br />
Ciudad de México<br />
Jorge Molina García/<br />
UIA Ciudad de México<br />
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