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deber ser - UAM Azcapotzalco

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por los menos a cuatro personajes<br />

diferentes. Ana Graham, por ejemplo,<br />

representa a “Mujer vieja, cocinera<br />

asiática, Nieta, Hormiga, Hans el<br />

tendero, Madre.” José Sefami/Joaquín<br />

Cosío representa a “Hombre, cocinero<br />

asiático, mujer del vestido rojo, Inga la<br />

aeromoza, Tío.”<br />

En segundo lugar, como se ha podido<br />

apreciar, porque el género del actor,<br />

no siempre coincide con el género<br />

del personaje. Esta discrepancia, no<br />

es un hecho menor. 11 Por el contrario,<br />

es un hombre el que padece una<br />

violencia sexual que va en crescendo<br />

hasta llegar al descuartizamiento.<br />

La cigarra debía <strong>ser</strong> una mujer, y sin<br />

embargo es representada por Antonio<br />

11 En “Estética del caos y del dolor”, Luz Emilia Aguilar<br />

Z., explica esto de otra manera: “El tratamiento<br />

de los personajes se coloca en la antípoda de<br />

Stanislavski. Schimmelpfenning crea la identidad<br />

de cada uno con rasgos mínimos y un juego de<br />

oposiciones. La mujer joven y esbelta puede <strong>ser</strong><br />

representada por un adulto de complexión gruesa;<br />

la pequeña cigarra, la niña ofrecida en prostitución<br />

podrá materializarse en el cuerpo de uno de los<br />

más altos y barbados actores. El joven migrante<br />

de China en busca de su hermana, el que tiene<br />

la muela roída por la caries, <strong>ser</strong>á una actriz. La<br />

enramada fluida, polarizada de las identidades no<br />

es una ocurrencia, es sustancia: somos dualidad,<br />

multiplicidad, uno y otro, anhelo de <strong>ser</strong> distinto, un<br />

pedazo de todos los demás.” http://www.excelsior.<br />

com.mx/index.php?m=nota&buscado=1&id_<br />

nota=705421#.Tnune_q66V4.twitter (consultada el<br />

22 de septiembre de 2011)<br />

Antonio Marquet Montiel<br />

Vega. Y debía <strong>ser</strong> mujer porque está<br />

normalizado que el masoquismo sea<br />

femenino; es un automatismo el que la<br />

mujer sea víctima; no es extraño que<br />

sea inferiorizada, humillada, violada,<br />

prostituida y asesinada. Al trastocar<br />

la concordancia genérica, se pone en<br />

relieve los automatismos mentales que<br />

se producen en culturas en las que la<br />

dominación masculina en un hecho<br />

incuestionable; es lo natural, lo normal,<br />

lo que dios quiere.<br />

En el contexto de crispación que es<br />

el escenario de El Dragón dorado, la<br />

repartición de los roles no respeta la<br />

concordancia genérica. Esta desarticulación<br />

contribuye a la intensificación<br />

del horror. Hay una convicción de base<br />

tan fuerte, que ejercer violencia sobre<br />

una mujer ya no es suficiente para<br />

provocar el horror. Es a tal punto tan<br />

normalizado que ya no es un hecho que<br />

causa horror. En contraste, la violencia<br />

sobre un hombre joven, al que el público<br />

estaría más que dispuesto a reconocer<br />

como emblema de poder masculino,<br />

produce mayor sorpresa, mayor horror.<br />

Todo sucede ciertamente en un clima de<br />

amarillismo a ultranza; de tremendismo<br />

acentuado. Todo sucede para potenciar<br />

los efectos negativos de cualquier<br />

incidente pequeño.<br />

Sin héroes, hazañas o pruebas superadas,<br />

como epílogo se plantea en El Dragón<br />

dorado los tintes siniestros de la odisea<br />

actual que incluso se atoja como el<br />

Tiempo y Escritura No.21 | Teatro 67

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