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Descargar - Archivo General de la Nación

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Jesús <strong>de</strong> Galín<strong>de</strong>z. Escritos <strong>de</strong>s<strong>de</strong> Santo Domingo... 335<br />

os ama, y sabrá haceros palpitar entre sus brazos, como palpitan<br />

los pececillos en el río y <strong>la</strong>s mariposas entre <strong>la</strong>s flores. Venid,<br />

Yo<strong>la</strong>nda, <strong>la</strong> más hermosa entre todas <strong>la</strong>s hermosas, <strong>la</strong> más amada<br />

entre todas <strong>la</strong>s amadas.<br />

Hay, extranjero, qué lejos queda aquel<strong>la</strong> tar<strong>de</strong>, mas aún escucho<br />

sus pa<strong>la</strong>bras temblorosas <strong>de</strong> emoción. Las sombras <strong>de</strong> <strong>la</strong><br />

noche se acercaban, y los bosques comenzaban a murmurar. Mi<br />

voluntad f<strong>la</strong>queaba, y algo me arrastraba a mi pesar. La barquichue<strong>la</strong><br />

se <strong>de</strong>slizaba a <strong>la</strong> <strong>de</strong>riva, arrastrada por <strong>la</strong> corriente; y muy<br />

cerca trinaba un ruiseñor. Huí mis ojos <strong>de</strong>l embrujo <strong>de</strong> los suyos,<br />

y fueron a caer en <strong>la</strong> rústica capil<strong>la</strong> que se alzaba junto al río.<br />

—Guaroa, cál<strong>la</strong>te, no me tientes. Que tus pa<strong>la</strong>bras son seductoras<br />

como fueron <strong>la</strong> <strong>de</strong> <strong>la</strong> serpiente. No puedo jamás ser tuya,<br />

porque tu Dios no es el mío; yo soy cristiana, tú no lo eres.<br />

—Yo<strong>la</strong>nda, tu Dios es el mío, y el mío es tu Dios. Que hay uno<br />

sólo, uno sólo que creó todo ser. Vos le l<strong>la</strong>máis Cristo, yo le l<strong>la</strong>mo<br />

el Gran Señor <strong>de</strong> <strong>la</strong>s Alturas. Vos rezáis ante un crucifijo, y yo le<br />

adoro en <strong>la</strong> selva y en el río, en el sol y en <strong>la</strong> luna, en el mar y <strong>la</strong><br />

tormenta. Yo<strong>la</strong>nda, uno sólo es el Dios <strong>de</strong> tu raza y el <strong>de</strong> mi raza.<br />

El que hizo tan bel<strong>la</strong> <strong>la</strong> naturaleza, el que germina <strong>la</strong>s semil<strong>la</strong>s y<br />

riega <strong>la</strong>s p<strong>la</strong>ntas, el que <strong>de</strong>scarga el rayo y aleja <strong>la</strong>s nubes, el que<br />

da plumas multicolores al ruiseñor y jugo azucarado a <strong>la</strong> piña<br />

y agridulce a <strong>la</strong> toronja. Vos le adoráis en una capil<strong>la</strong> oscura,<br />

y yo le adoro en <strong>la</strong>s noches <strong>de</strong> plenilunio, cuando el valle viste<br />

sus ropajes más poéticos, y los cantos son más sonoros; pero es<br />

el mismo. Y tu Virgen es el amor <strong>de</strong> madre; y tus santos, mis<br />

antepasados, los que sirvieron a su pueblo y honraron a su Dios.<br />

Yo<strong>la</strong>nda, venid conmigo, que en distinto idioma adoraremos al<br />

mismo Dios.<br />

Sus pa<strong>la</strong>bras eran fogosas, y su rostro se iluminaba. Y sentí<br />

que tenía razón. Era ya oscurecido; <strong>la</strong>s luciérnagas revoloteaban<br />

entre los bejucos, y <strong>la</strong>s chicharras cantaban. Sus manos tomaron<br />

<strong>la</strong>s mías, y le <strong>de</strong>jé hacer; que ardían febriles, y <strong>la</strong>s mías estaban<br />

he<strong>la</strong>das.<br />

Aquel<strong>la</strong> noche, su canción resonó más insinuante que nunca<br />

en <strong>la</strong> espesura. Y ya nunca me faltó. A veces, se acurrucaba

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