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SUPE LA HABANA

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El fltro del Ducados no se sostiene entre sus dedos. El Cuer-<br />

vo busca el bus. No puede olvidarla.<br />

Ni podrá.<br />

El invierno ha pasado.<br />

Su madre había sido brigadista. El recuerdo preferido es verla<br />

mascando tabaco del fuerte a escondidas de su esposo. Sólo<br />

eso concedía. Se llamaba María Teresa. Murió de vieja nomás.<br />

Consuelo tenía la misma dureza en su cara pero más que nada<br />

en su espíritu.<br />

Los dos están asomados al marco de la ventana que da a la calle<br />

central del complejo de monoblocks. Nítida, la voz estridente<br />

de las vecinas los entretiene: -¿Cómo estás, Manuela? -Cómo<br />

quieres, mujer, anoche he tenido que servir a mi marido.<br />

Desgreñado, el pelo de Consuelo acompaña su gesto de fastidio:<br />

-Entonces, qué, Cuervo, lo has decidido. Él la mira intrigado,<br />

no sabe si contestar o mandarla a la mierda. Qué es esa manía<br />

de requerir respuestas ni siquiera él sabe si las tiene: -Oíme,<br />

las maletas están ahí…, ya sabés; me han dicho que desde Venezuela<br />

puedo ayudar mejor, hay compañeros que…<br />

Consuelo suspira: -Un momento Cuervo, deja ya de protestar,<br />

cabrón, ¿quieres otro trago?... Pues yo sí.<br />

Bombachas. Consuelo acentúa ese andar de las españolas, seguras,<br />

avasallantes. La mira: ella estira el brazo para alcanzar la<br />

botella.<br />

Sobre la cama, abierto en la mitad, el diario que edita un argentino<br />

-ex militante de las FAR- con recortes de noticias. Copias<br />

de La Nación pero más de Clarín. También las que publican<br />

sobre Argentina algunos diarios europeos. Aparece con cierta<br />

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