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SUPE LA HABANA

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Igual, la noche no sabe de piedad entre los que no están acos-<br />

tumbrados al flo agudo de aquella brisa gélida.<br />

Domingo. Mediodía. A la mesa los dos. Han comido y están<br />

satisfechos.<br />

Pero al Cuervo se lo nota en caída.<br />

Es el cáncer que se lo lleva nomás. Aunque él pretenda ignorarlo.<br />

Anestesia del dolor, corren en las paredes del vaso las<br />

piernas doradas del ron.<br />

Victoria se ha quedado callada. Ya no le cuenta de los planes<br />

para el momento en el que Fidel no esté, ni tampoco de lo que<br />

se dice en el gobierno. Cómo sigue la revolución. Ni de lo bien<br />

que le va con su larga historia en el Ministerio. No, de la alegría<br />

que siente al ver y acompañar a las nuevas camadas de jóvenes<br />

milicianos de la liberación: Juventud Rebelde. Y no lo hace porque<br />

se da cuenta. La intuición de las mujeres es igual en todas<br />

partes. También esa incomparable inteligencia, tan dispuesta si<br />

hay que ayudar.<br />

Silencio. En la casa, en el edifcio y en la calle.<br />

Entonces él sabe. Concluye la confesión que empezara en la<br />

noche del sábado, ahora con un ruego.<br />

Llora, pide por ella, por Amparo. Y ésa misma tarde la buscan<br />

por teléfono.<br />

Supe Artemisa.<br />

Cuba mantiene todavía el encantamiento de la oreja escuchando<br />

del otro lado del auricular. Hacia algunos destinos todavía<br />

no hay máquinas intermediarias. Las operadoras son operadoras<br />

de carne y hueso. Sólo así se puede creer que, al fnal, la<br />

encontraran.<br />

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