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SUPE LA HABANA

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Antes de salir de la sala, el Cuervo murmura:<br />

-Enfelmito.<br />

Maltratado, Benito sin embargo cierra la boca. Con esa expresión,<br />

pronunciada a la cubana, y tan de este tiempo, el Cuervo<br />

irónicamente le recuerda lo que los verdaderos revolucionarios<br />

piensan de los hippies. De paso, le refriega quién es el único<br />

que ha estado en la isla del Che.<br />

Ya en el centro del patio, el Cuervo se apoya contra el tronco<br />

del Jacarandá. Resbala hasta quedar en la tierra, semiacostado.<br />

Tranquilo. Al tufo del río lo trae el viento y a él lo lleva en el<br />

recuerdo todavía fresco. Olvida a Benito, porque hay momentos,<br />

como éste, en los que el Cuervo es ganado por una perplejidad<br />

extraordinaria. Esa mujer de nombre Amparo. También<br />

La Habana y las calles de la espera. Su vida, que parecía ser<br />

mucho más que eso, de tanto en tanto, quedaba reducida a ese<br />

amor incesante y en suspenso que llega de golpe para atravesar<br />

la memoria:<br />

(monotype corsiva 13)<br />

La Habana: domingo: allá por el Malecón, caminaba con las<br />

manos metidas en el bolsillo. Dos días después que lo descubrieran.<br />

Era verdad, apenas llegó, una cubana supo contarle que ocasionalmente,<br />

si ella estaba triste, bailaba. Y que son muchos los que lo<br />

hacen así, apenados.<br />

Aquella tarde, como casi nunca, las olas rompían pidiendo permiso.<br />

Cierto. Muchos de los que trajinaban en las calles se movían<br />

rítmicamente; revelaban un estado de ánimo. Otros bateaban pero<br />

algunos no se divertían. A veces callados, a veces no. Salvo los nor-<br />

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