Alberto Vazquez Figueroa - Sicario.pdf - LaFamilia.info
Alberto Vazquez Figueroa - Sicario.pdf - LaFamilia.info
Alberto Vazquez Figueroa - Sicario.pdf - LaFamilia.info
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
<strong>Sicario</strong>. <strong>Alberto</strong> Vázquez-<strong>Figueroa</strong> 30<br />
Más tarde sí. Mucho más tarde.<br />
Con el paso del tiempo llegué a la conclusión de que los hombres deben<br />
llorar si tienen motivos para hacerlo, y lo que es a mí, motivos me<br />
sobraron.<br />
También me sobraban de pequeño, usted mismo puede verlo, pero en<br />
aquel tiempo aún estaba convencido de que era una muestra de<br />
debilidad que no podía permitirme. Un «gamín» que llorara era un<br />
«gamín» al que al día siguiente le cogían el culo. Tenías que defender lo<br />
que tenías, incluidas tus propias amarguras, puesto que en cuanto<br />
demostrabas el más mínimo gesto de debilidad te quitaban el sitio.<br />
Si «el hombre es lobo para el hombre», el niño es una auténtica piraña<br />
para el niño. Nada hay más cruel que un niño cruel, y en la calle la<br />
crueldad era la única asignatura que se estudiaba diariamente.<br />
Yo podía dar mi vida por Ramiro y Ramiro por mí, pero quitándole a él,<br />
todos los demás eran mis enemigos.<br />
Incluso Amanda y Ricardito el Calvo se pasaron al otro bando desde el<br />
momento mismo en que se disolvió la «gallada».<br />
Un día nos robaron.<br />
¿Se imagina? ¡Robarnos a nosotros! Entraron en la furgoneta y<br />
arramblaron con lo poco que teníamos.<br />
Y no por hambre, no. Hubiéramos compartido con ellos nuestra comida;<br />
fue para cambiarlo por «basuco».<br />
El vicio, ya le dije.<br />
Fue el vicio el que transformó el barrio en una jungla.<br />
Mendigar, suplicar, revolver los cubos de basura, o incluso cometer<br />
pequeños hurtos por hambre eran cosas que la gente aceptaba.<br />
Bogotá siempre fue así, que yo recuerde, y los bogotanos entendían que<br />
era el precio que tenían que pagar por culpa de unos pecados que casi<br />
todos compartían.<br />
Nos habían echado a un mundo que no habíamos pedido y<br />
constituíamos una pequeña carga que tenían que soportar<br />
pacientemente.<br />
Pero llegó el «basuco».<br />
¿Quién tuvo la culpa de que tantos «gamines» se enviciaran buscando<br />
una evasión a sus muchas tristezas? ¿Quién quiso hacerse rico<br />
ofreciéndoles un mísero consuelo que muy pronto se volvió contra ellos?<br />
Yo soy el menos indicado para culpar a nadie, usted lo sabe. No soy