Alberto Vazquez Figueroa - Sicario.pdf - LaFamilia.info
Alberto Vazquez Figueroa - Sicario.pdf - LaFamilia.info
Alberto Vazquez Figueroa - Sicario.pdf - LaFamilia.info
You also want an ePaper? Increase the reach of your titles
YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.
<strong>Sicario</strong>. <strong>Alberto</strong> Vázquez-<strong>Figueroa</strong> 50<br />
hígado al primero que pasa.<br />
Había quedado atrás el tiempo de arrebatar bolsas de la compra o entrar<br />
armando jaleo en un mercado.<br />
Eso ya no funcionaba ni estábamos en edad de seguir haciéndolo.<br />
Ahora formábamos una «gallada» dura, de las bravas; de las que<br />
realmente temen los bogotanos cada vez que tienen que salir a la calle.<br />
Éramos siete, y el jefe era un tal Darío el Tenazas, pues llevaba unos<br />
alicates enormes que enseñaba a quienes íbamos a atracar.<br />
—¿Pinchazo o pellizco? —solía preguntar sonriendo, pues el muy<br />
«coño-e-madre» sonreía incluso a la hora de degollar a alguien. Y si<br />
decían pinchazo, malo, pero si elegían pellizco a fe que era muchísimo<br />
peor.<br />
Un pinchazo podía ser grave o leve, dependiendo de su estado de<br />
ánimo, pero el pellizco era espantoso porque agarraba con los alicates<br />
un pedazo de carne del costado y retorcía con saña hasta arrancarla de<br />
cuajo provocando un destrozo impresionante.<br />
El pobre desgraciado al que Darío «pellizcaba» solía caer redondo,<br />
inconsciente un par de horas, y la marca le quedaba hasta el fin de sus<br />
días.<br />
Yo no simpatizaba en exceso con Darío, pero no estábamos allí para<br />
hacer amistades sino para subsistir de la mejor forma posible, y el<br />
Tenazas le echaba cojones a la vida y sabía cómo imponer respeto a las<br />
bandas rivales.<br />
Ahora, conociendo como conocíamos tan a la perfección los mil<br />
vericuetos del complicado laberinto de las cloacas, no nos veíamos<br />
obligados a «trabajar» un barrio determinado, sino que podíamos salir a<br />
la calle donde nos apeteciera, dar el golpe y desaparecer en un instante<br />
sin que existiera un solo policía en la ciudad que experimentara el más<br />
mínimo interés por atraparnos.<br />
Allá abajo éramos invencibles.<br />
«Intocables» más bien, puesto que ni todo un ejército sería capaz de<br />
cogernos cuando nos encontrábamos en el corazón de una «ciudad»<br />
que era totalmente nuestra.<br />
En ciertos puntos incluso habíamos conseguido conectar con pasadizos<br />
de la red telefónica, y aunque solían ser estrechos y mal ventilados<br />
ofrecían una segunda oportunidad a la hora de trasladarnos de un lado a<br />
otro, o ponernos a salvo si surgían problemas.<br />
La subida de las aguas, las ratas y las enfermedades constituían sin